Bienvenidos!

Bienvenidos.
Gracias por visitar el pequeño nido del cisne.

Cuento con un pequeño compendio de escritos que van resultando de luces esporádicas de imaginación. Ratos de cielos color violeta sobre mi cabeza.


Escritor amateur, graduado de Letras, aunque lejos de los mejores honores. Aficionado también a la Historia y a la Filosofía.
Espero que encuentren amenos mis breves relatos. No aspiro a nada, pero me alegraré de saber si al menos una persona logró cautivarse un par de minutos. Supongo que eso hace la diferencia entre una rutina trazada y un devenir diferente.

¡Gracias de antemano!

martes, 26 de abril de 2011

11. Dimensión oscura.


   ¿Podré verte a través del cristal, por lo invisible, en el reflejo subjetivo… podré verte? Ahí estás, frente a mí, pero no puedo evitar sentir cierta ausencia en tus pupilas. Creo que ya olvidaste las promesas empolvadas, ¿no es así? Vaya recuerdos tan inauditos: rememoras lo subliminal, incluso lo tóxico, pero no lo trascendental e importante para ti, para mí, para un mundo aparte. Pero debes saber que fue aquello una promesa, y no precisamente vacía: mis palabras tienen sustancias metálicas. ¡Hay ayuda en este ser!
   Aquí estás, te estoy viendo, ¿no es cierto? ¿No existirán dimensiones desconocidas, individuales, únicas para cada ente? La dubitación no es la mejor de mis características, lo juro. La tuya tampoco, te lo digo con aladas palabras, ¡pero es la más notoria! ¿Qué vas a hacer? Estamos en un punto crucial de la existencia, de las dimensiones imaginarias, allí estás, pero a la vez no, te pierdes. ¿Y no piensas hacer nada al respecto? A eso se le llama necedad. Duele, pero es real, y sí, como cuchillos duele. ¡Pero no te noto! ¿Qué deseas que haga? Sabes que la entelarañada promesa sigue vigente, vagando entre las sombras, casi como tú. ¿Nada, dices? ¡Revive! ¡Regresa! ¡Estoy aquí! No lo crees, ¿cierto? ¡Abre tus ojitos! Mi cuerpo está aquí, mis promesas también, ¿quieres salir de tu dimensión? ¿Te ayudo? Hemos de apartar la tormenta de polvo que se adueñó de nuestro espacio personal, y empezar nuevamente, barriendo los daños. ¿Me conoces ahora? Bien, tenemos un progreso. No te rindas. Aquí estoy, jamás lo olvides. No hay corazones solitarios en este mundo, te lo juro.

domingo, 24 de abril de 2011

10. Ruedan los versos.

Hmm... un escrito que es resultado del desembocamiento de una extraña inspiración que me asaltó a las 4:00 a.m. (?)

Ruedan los versos
Ruedan versos, ruedan poemas rotos, deshilachados, por entre las calles vacías y terregosas de la imponente y nigérrima ciudad, con su vasto cielo zafirado, con su amplio suelo gris como la muerte.
Giran las palabras sobre sí mismas, las letras se desmoronan: es el viento infame el que las lleva, presas del pánico, vagando, por los callejones empedrados y sucios, con la estrechez de lo inconcebible, indeseados.
Las frases se agitan, tremulan, se estremecen con su mismo reflejo, están perdidas y no obstante, la Luna los ha descubierto. Pero es sólo eso, un testigo mudo, un ojo silente en el cielo que todo lo ve sin agitarse entre sentimientos.
Allá van los versos atolondrados y huérfanos, hacia la nada, hacia la perdición, rodando, empolvándose con descaro: nadie sabe de dónde vienen ni a dónde van. Son una masa multiforme, invisible para el poco observador; frases que van juntas y hermandadas hacia la muerte, hacia lo eterno e imposible, ¡hacia lo desconocido, quién sabe!
Ruedan, chocan contra un muro, se precipitan, vuelven a levantarse, son juguetes de la inclemencia, títeres malditos, seres sentimentales sin autonomía, ¡vaya pena! Simples presas de lo etéreo y sublime.
El viento cruel agita las letras como trozos de papel y se escucha que revolotean por lo bajo entre llantos sutiles, pero ¿quién les presta atención? La ciudad duerme. ¿Acaso alguien opine que son más que seres de tinta sin nada que ofrecer? Pero lástima, van muriendo con cada rebote, con cada impacto; el viento es miserable, las arrastra y son marionetas, ¡oh, por dónde han de rodar, las desgraciadas! Las palabras van deformándose en terribles contracciones, y el infortunio hace que pierdan el sentido, su significado...
Vaya contrariedad, qué horror, las letras han dejado de luchar, ya duermen o al menos privan su abstracta mirada de la miseria callejera. ¿Para qué han de luchar? Las poéticas frases que comprendían se han esfumado, ya no son nada, una mezcla homogénea de misterio, simple tinta. ¡Disolución!
Por las paredes chorrea la tinta, aquí y allá. ¿Quién lo lamentará?Las letras han muerto, rodando. ¿A alguien le importará cuando el alba despunte?
Los versos se han esfumado por la maldición de lo subliminal.

jueves, 14 de abril de 2011

9. Una rosa en la medianoche.

Buenos días! Hoy, que tuve una hora libre en la escuela, me fui a la biblioteca a escribir cualquier cosa para actualizar mi blog un poco empolvado...
Se me ocurrió un poema simple, sin muchas rimas. Me inspiró una canción de Blackmore´s Night que estaba escuchando : )
Sólo espero que sea de su agrado.


 Una rosa en la medianoche

Una rosa olvidada en el polvo.
El rocío corre por sus pétalos
Marchitos, crueldad del tiempo;
Llanto rojo de atardecer.
Sus espinas clava en la tierra,
Infeliz del mundo, de la vida
A la que sin ánimos se aferra,
A la que ha sido sometida.
Una rosa a medianoche
Pide clemencia al viento que la azota
Reza con pregones mudos,
Llora con natural sentimiento.
Está olvidada.
No vale nada.
Una rosa rueda por la tierra
Su brillo se apagó con sus penas.
Su rostro está sucio y mojado;
Su cuerpecillo verde, partido.
Cayó el crepúsculo, la noche,
Pero las lechuzas no la miran.
Es una rosa negra, infortunada
Olvidada por el mundo, una víctima.
Alzando sus desmesurados pétalos,
Atisba a la Luna esplendorosa,
Galante, perfecta, radiante,
Y el rocío corre por ella
Limpia a líneas rojas su tierra,
La empapa.
¡Quién fuera como aquella,
Tan admirada y tan bella!
Y no puede hacer más que mirar
La Luna de la medianoche.
Una rosa es abofeteada por el viento,
Separada, arruinada;
La llevan lejos, rueda
En la negra tierra nocturna.
Sus pétalos sucios va soltando
El viento la desnuda, la mata.
Está quebrada, su fragilidad 
Se ha evidenciado.
Sus restos son esparcidos por el terregal
No tiene forma, era una rosa
Probablemente bella y candorosa
Ya se acabó, es basura, es nada.

viernes, 8 de abril de 2011

8. "El armiño y el charco de lodo"

El día de hoy me sentí con un poco de ánimo como para variar el estilo de mi blog, y en la escuela se me ocurrió un pequeño cuento que acabo de terminar de desarrollarlo. Es simple, espero que sea de su agrado.











El armiño y el charco de lodo.

   Había una vez, dentro de las magnas y vastas profundidades de un helado bosque europeo, cierta comunidad de extraordinarios animales.
   Compartían juntos los viejos robles y los pomposos abetos, así como a la figura escurridiza y juguetona de la Luna que se asoma entre las nubes de algodón. Eran de propiedad común el aire, la brisa que corría zumbando entre las gruesas ramas y el concierto que mañana tras mañana entonaban las paradisíacas avecillas. En apariencia, no habría nada que pudiera turbar el orden de dicha comunidad, que tan bien regulados tenían sus derechos, así como los valores mutuos que debían mostrar. Incluso, ante cualquier eventualidad, los animales de este bosque solían homogeneizarse en una sola entidad para potenciar su resistencia.
   —Son cosas básicas —comentaba en ocasiones el Gran Búho a los pequeños conejitos, recién integrados al inmenso ciclo de la vida—. Si nuestros antepasados pudieron sobrevivir, fue por la aguda alianza que existía entre ellos, y nosotros debemos forjar una similar. Está en ustedes, que conforman una nueva generación.
   Sus palabras no eran de humo. Dichos problemas aparecían, resurgiendo como el fénix de las cenizas cada cierto tiempo, cuando el Rey y sus súbditos paseaban por sus territorios para deleitar sus fatigadas almas con la recreación que proporciona el arte de la cacería.
   Y dio la casualidad que aquél era uno de esos días.

   Uno o dos disparos, luego risas. Una maldición, quizá. El redoble de detonaciones. Risas sin igual.
   Pero llanto en el cervatillo, que acababa de perder la protección inefable de su madre.
   Los allegados al Rey lo felicitaron hipócritamente, colmándolo de honras por su excelsa puntería, mientras la tímida presa yacía oblicuamente en el suelo, jadeante aún, con los almendrados ojos bien brillantes, aun abiertos, tanto como la boca, mientras que entre sus costillas se deslizaban dos hilos de sangre viva. Su pequeña cría lloraba a su lado, incapaz de razonar que debía alejarse lo más pronto posible.
   —¡Qué horror! —comentaba una joven y grácil ardilla desde la rama más alta de un árbol próximo a la deplorable escena—. Mira que ha caído nuestra sublime compañera, de las asesinas manos del que los humanos proclaman rey. ¡Tanta tristeza me da perderla así, oh, mi buen amigo!
   El Armiño, a su lado, sacaba la lengua y agitaba la cabeza. Su parpadeo era constante.
   —¿Y qué podíamos hacer nosotros? —preguntaba con desdén a su compañerita—. Tenía que haberse resguardado, si hubiese sido prudente, y tener precauciones, toda vez que el Gran Búho nos dio la señal de que había humanos en nuestro territorio. ¡Vaya que hay criaturas insensatas!
   La joven ardilla se alejó dos pasos de él, para recalcar su desaprobación.
   —¿Crees que muere porque así lo deseó? Más insensato es el que, a sabiendas del peligro que corre, se expone voluntariamente.
   —Tendríamos la misma situación. ¡No podemos cuidarles las espaldas a todos! Cada quién es responsable de sus propios actos.
   —Pero somos una comunidad, todos unidos…
   —Y por esa misma solidaridad que mencionas es que el Gran Búho nos dio la señal.
   —¡Pero se trata de una vida! ¿No lo comprendes? ¡Vaya frialdad en tu corazón y en tu alma! —exclamó la Ardilla.
   A pesar de eso, frialdad no había en el Armiño. El ego y la vanidad generalmente no lo dejaba pensar correctamente. Estas desventajas de su espíritu pesaban sobre sus cualidades físicas. Gracias a ello, las galanuras con la Ardilla siempre quedaban en fracaso.

   El Armiño sonrió levemente y agitó su blanco pelaje.
   —No soy frío de corazón. Soy todo un caballero, ¿no lo puedes ver? ¿Por qué tanto odio contra mí?
   Una bala perdida pasó silbando y rozó la rama en donde se encontraban los elocuentes animales. Había una terrible cacería justo abajo. La Ardilla se sobresaltó enseguida; a pesar de que sabía que ella no era una presa atractiva para los cazadores, no podía evitar nunca el susto.
   Por la fineza de su piel, el Armiño corría alto riesgo.
   —¡Mírame! —le gritaba el blanco mustélido entre la algarabía, aparentemente sin importarle las balas que pudieran traspasarlo—. ¡Mírame! ¿No te parezco una criatura galante? ¿No te enamoras de mi níveo pelaje invernal? ¿Acaso no crees que tengo los modales adecuados del más elegante de los machos?
   Pero la Ardilla volteaba su rostro a otro lado. A pesar de lo que sentía hacia él, su egolatría le causaba la mayor de las vergüenzas. ¿No pensaba en otra cosa que no fuera él?
   —Allá abajo morirá inevitablemente el cervatillo desamparado, cría de la presa del rey —acotó la sensible Ardilla con piedad—. Es una grandísima pena.
   —No morirá —declaró el Armiño súbitamente—, porque yo lo impediré.
   —¿Tú? ¿Un animalillo como tú, cómo podría?
   El Armiño se irguió sobre sus patas traseras.
   —Para demostrarte lo valiente y astuto que soy, me mostraré ante los cazadores y, como carnada, distraeré sus atenciones, mientras el pequeño cervatillo tiene la oportunidad de escapar del fuego.
   —¡No lo hagas! ¡Estás loco, no lo hagas!
   —¿Y por qué no? —le contestó—. Poseo la mayor de las valentías, que es la virtud más apreciada en los machos. ¡Y de esta manera, lograré conquistarte al fin…!
   La Ardilla agitó su cabeza con nerviosismo.
   —¡Podrías morir! ¿No lo comprendes? ¡Tu blanco pelaje es sumamente apreciado entre los hombres de caza! ¡No descansarán hasta darte muerte!
   El Armiño hizo el ademán de separar a su amiga del camino para poder pasar por la rama y bajar del árbol.
   —Parece como si no me conocieras. Sabes de sobra que soy el animal más astuto y con mayor sensatez del bosque. Además, ¿quién se me iguala en rapidez? Soy una criatura sumamente escurridiza. ¡No tienes por qué preocuparte por mí! Realizaré mi acto heroico, complaceré en aplacar tu pena y volveré a tu lado.
   La Ardilla se separó con desconfianza para dejarlo pasar. Era mucha la angustia que sentía por su gran amigo. ¿Cómo una ardilla tan tímida como ella podía decirle que también, muy en el fondo, lo amaba?

   Sin más, se deslizó árbol abajo por el rugoso tronco, y cuando los perros ya correteaban al cándido cervatillo huérfano, se presentó ante las indolentes miradas de los hombres de poder, agitando su cola con entusiasmo, retozando como si tal cosa en la nieve casi derretida y en la tierra mojada, llamando su atención de un modo indescriptible.
   El Rey y varios de sus súbditos, enfundados en sus abrigos, quedaron atónitos de frente a tan espléndido y maravilloso animal. Su blancura los hechizó por completo.
   —¡So! —exclamó el monarca, calmando los ímpetus de su caballo—. Basta de perseguir a aquella miserable criatura. Un armiño se muestra dispuesto ante su rey, y a todas luces desea ser sacrificado para que su ostentosa piel tenga el alto privilegio de colgar de mis hombros. ¡Pues que así sea! ¡Ea, mis valientes, tras él!
   De uno de los ojos de la Ardilla vacilaba una lágrima. Desde su rama, lo presenciaba todo y sabía que su amigo no volvería más de su aventura.
   Pero el Armiño sonreía ante la bravura de los lebreles cobradores. ¿Esos dientes, esas garras, esos músculos debían intimidarlo? ¡No lo hacían en absoluto! La proeza de salvar al cervatillo ya estaba cumplida, y con esto, la supuesta admiración de la ardilla que cortejaba —sin saber que, por el contrario, se deshacía en pena—. Ahora, sólo le restaba escapar: lo más fácil y divertido.

   Al primer gañido del lebrel líder, el Armiño echó a correr por senderos conocidos. Iba riendo por dentro, pensando en el rezago de los canes, y se vanagloriaba de su rapidez. Asimismo, se imaginaba que la Ardilla contemplaba su espectacular escape desde la rama, con ojos desorbitados por la emoción. ¿Él, emocionarla? Era precisamente lo que siempre soñó.
   —Caerá rendida a mí —pensaba sin detenerse—. Y estará orgullosa de que su pareja, un valiente y bellísimo armiño de níveo pelaje, salvó de morir a una cría de ciervo desamparada.
   Mas de repente, al ir a toda velocidad por un húmedo camino de tierra y nieve, se vio rodeado por un inesperado charco de lodo de enormes magnitudes. El Armiño detuvo su carrera, dubitativo. ¿Hacia dónde correr?
   —¡Cruza el lodo, rápido! —le gritaba con energías la Ardilla desde la alta y lejana rama, pero a tal distancia y con las múltiples detonaciones, aquél no alcanzaba a percibir su tierna voz, que se transformaba en brisa.
   Los lebreles se aproximaban con espesa saliva entre sus fauces, salvando el camino que el Armiño les había ganado.
   —¡Lodo! Imposible, no podré cruzarlo. No, no a costa de ensuciar mi soberbio pelaje blanco como la nieve. ¡No puedo!
   Y por primera vez en su ociosa vida, las preocupaciones lo allanaron.
   —¡Corre! —gritaba la Ardilla, pero su voz no llegaba a su destino.
   No tenía escapatoria: estaba rodeado. Por el frente, lo acechaban los perros, mientras veía la figura del rey cabalgando tras ellos. A su alrededor, el charco de lodo se cernía a distancia. Sintió un repentino acorralamiento.
   —¡Buen trabajo, mis valientes súbditos! —les decía el Rey a sus mascotas—. ¡Han logrado acorralarlo! ¡Y está inmóvil! Será buena oportunidad para dispararle delgadas balas en su cabeza.
   Las patas del Armiño temblaban.
   —¡Primero muerto antes que ensuciar mi imagen! —exclamaba fuera de sí. Pero ya nada importaba.


   ¡Bang! ¡Bang!, se escucharon un par de sutiles detonaciones en el bosque invernal. La muerte de un armiño la presenciaron además los allegados al Rey, sus perros y una noble animalita encaramada en un árbol.
   —Parece como si su misma soberbia le hubiera matado —comentaba el Rey—. Debieron haberlo visto. Tan orgulloso, que no quiso manchar su pelaje con el fango y prefirió morir. ¿No es una curiosa comparación con la vida de las personas?
   El más sabio de sus vasallos le contestó.
   —Nunca debemos apegarnos a las cosas materiales de tal manera que las sobrepongamos a nuestra propia vida, o a lo que realmente importa. La imagen y la integridad con el tiempo podrá limpiarse y arreglarse, ¿pero quién nos devolverá de la muerte?


   Allá a la lejanía, el bosque entero presenció la violenta captura del cervatillo desamparado. El pobre caía en una trampa tendida entre la nieve, y mientras sus patas se hallaban presas de las espinas, los humanos le dieron muerte con sus negras escopetas. No había más para el pequeño.
   La muerte del Armiño, al final, había resultado en vano y terriblemente penosa.


   Cuando el Rey y su pequeño séquito volvían con rumbo a la comarca nuevamente, les llenó de extrañeza presenciar cómo un pequeño animalito se lanzaba desde lo más alto de un árbol sobre las agudísimas rocas del terreno.


FIN

miércoles, 6 de abril de 2011

7. Demonios Personales.

Demonios personales.

   ¡Ah, estos sublimes sentimientos que se exaltan con una chispa tímida! ¡Hasta con eso, solamente! Y temen tanto exteriorizarse, porque pueden ser devorados por los demonios invisibles… Por eso están luchando dentro de mí, se producen empellones entre ellos, en una compleja mezcla heterogénea de lo incomprensible para la mente humana, tan abstracta; son dinamita, y por no mostrarse con la sutileza de sus rostros húmedos, se corroen todos juntos en esa intensa guerra, explotan dentro de mí, como si yo fuera el culpable de sus desvaríos autónomos. A veces pugnan por quedarse bajo el resguardo de mi alma, asustados, con el hilo de la fatalidad en sus etéreas formas, mientras un puñado de tierra se aprieta casi subconscientemente en mi mano derecha, brotando de entre mis dedos nerviosos, y en mis ojos no logro evitar el reflejo de mis díscolas personalidades, ¿y qué puedo hacer? No queda más que oprimirse el corazón, de intentar controlar a una mente ya dominada por la locura que me provoca cierta chispa, cierto ser. Mi cabeza queda austera, vacía del líquido vital, incapaz de hacer algo bien, mis miembros tiemblan y mis nervios forman un remolino, una tolvanera. , arrasan con mi conciencia, mis dientes están apretados. Una vorágine de inquietudes me allana, todas con diferentes intenciones, con distintas personalidades. Aquel ser sonríe, debe ser bueno. Hay alguno con ojos de fuego y sonrisa de desconfianza. ¡Demonios a mi alrededor! La tierra de mi puño derecho comienza a fugarse entre mis huesos, entre mi piel, y yo me fundo en el tormento. ¡Qué dolor en el corazón! ¡Qué dolor en mi mente, en mi alma! ¿Por qué agito los brazos? Ah, mis traviesos demonios, ¡qué traviesos son, en verdad! Casi es imposible evitar reírme al ver mi chispa divina, mientras mis sentimientos continúan en singular batalla encarnizada.
   Y lo estoy viviendo, estoy llorando por dentro, estoy herido, veo un mundo teñido de carmesí intenso. ¿Mis pequeños, mis minúsculos sentimientos están sangrando? ¿Tan intensa está la guerra? Porque huelo sangre. Pero no es así, ellos quieren escapar por mis ojos, fugarse en la ritual figura de un grito semi-ahogado, en una reacción. Pero no sangran. Lo que sangra es mi mano derecha, con la aguda tierra bien apresada en mi palma. ¿Pero cómo evitarlo, si soy juguete de mis demonios? ¿Si me rodean todos, cómo? Esto es un vórtice. Quieren arrastrarme, voy al infierno, es inevitable. ¿Pero eso quieren? ¿Qué vaya con ustedes? ¡Sea! ¡Aléjenme, pues, de mi divina chispa! ¡De este ser que me infunde locura a costa de su diversión! ¿O quizá ignorancia? Duele más si pienso lo primero, y eso quiero. Sangra más mi puño. Mis sentimientos se destazan con más ánimo, ¡y eso es bueno! Los demonios que me rodean incluso me sonríen con un ligero toque amargo de piedad. ¿No es eso bueno? ¡Llévenme! ¿Qué es lo que esperan? ¿Acaso no ven que me desarmo en pedazos? No siento la sangre en mi cabeza, es seguro que bajó toda hasta mis heridas. ¡Aléjate, chispa; aléjate, ser! O seré pasto de las llamas, alimento de fango. Quiero irme, no verte más, aunque uno de mis sentimientos, enojoso, se desplaza hasta mi oído y me recuerda que la amo. ¿Eso es así? ¿El amor es desvarío, es muerte? ¿Es el tormento de lo subliminal, es el desmembramiento, es la sangre, es la pérdida del juicio? ¡Pues qué hermoso es el amor entonces! Lo estoy viviendo, y a mis demonios les encanta. ¡Te amo, mi chispa divina, mi devoradora de encantos, mi llama de mis pasiones; te amo aunque me enfermes, aunque me mates, porque ya lo he comprendido: para mí, esto es y será el amor por siempre!

martes, 5 de abril de 2011

6. ~Dos Cisnes~

Dos Cisnes.

Dos cisnes enamorados que pasean por los lagos de la eternidad.

Dos navegantes, dos estrellas perdidas.
Dos almas fundidas en una sola.
Amiga mía, dos gotas de rocío
Que se convierten en una sola por eventualidad.
Dos palomas que alzan su vuelo mutuas,
Dos faroles encendidos en las noches.
¿Lo ves? Así, como dos cisnes
Como dos cisnes que cruzan límites mágicos
Que sienten la dicha del amor
Que viven a plenitud cada uno de sus días.
Dos rosas que entrelazan sus tallos con el aire,
Dos suspiros coordinados, dos miradas,
Dos sonrisas, dos caricias.
Seamos como el fin del cielo y del mar
Que en secreto y a lo lejos se unen para siempre;
Como la nube, siempre con la lluvia consigo,
Como lo eterno, como lo imposible;
¡Como dos cisnes, que juntan sus cuellos,
Mientras sus blancas plumas fulguran cual diamantes!
Seamos isla y mar, niña,
El fruto y el árbol, la flor y la tierra;
Seamos uno para el otro,
Cimbrando la dicha eterna.
Dos cisnes, amiga, dos cisnes
Que pasean bordeando los linderos del amor.

Dos cisnes, amiga mía, dos cisnes.

5. -La fuga del espíritu-

La fuga del espíritu.


   Es a veces como una llama danzante, que evoca pensamientos de pura abstracción.
   Es a veces como los rayos de la luna llena, tan sutil, como la tremulante luz pálida que aquélla emana.
Pero es a veces como la solidez de la materia, la consistencia de lo agradablemente tangible, ¡tan rudo como la piel de un diamante bruto!
   ¡Ah, mi espíritu tan trocante, tan voluble, tan experimental, con ambos polos activos! ¡Como la llama, como la luna, como el diamante!
   Es que es tan tembloroso ante lo incierto, ante el horrible y maldito futuro, que siempre es tan risueño, tan burlesco. ¿Cómo no va a tiritar de miedo por esas funestas sonrisas? ¿Cómo no va a enloquecer?
   Pero luego se torna sublime, se convierte, se mantiene firme y sereno frente al presente, a lo actual, que intenta atacarme, que incluso alcanza a herirme y yo sangro, pues sigo manteniéndome plantado fijamente, con mirada arbitraria. ¡Nos quieren hacer desvariar! ¡Y yo lo veo! ¡Mi espíritu y yo perdemos el juicio!
   Contra el pasado es sólido, es un ladrillo, algo burdo. Un diamante bruto, irradiante de seguridad. El pasado es un lobo hambriento tras una jaula. ¿Qué es? ¿Y cómo temerle? Es horrible, es monstruoso, pero está resguardado tras barras metálicas paralelas. ¿De qué forma podría atacarme? Tengo un blindaje, y es mi espíritu, se muestra adiamantado. ¡Hay que ser un precioso diamante ante el furioso lobo enjaulado!
   Pero es imposible de evitarlo. A cada paso, mi espíritu tiembla por el horror que le es mostrado, y ni sus mutaciones lo podrán defender. A última instancia, temo mucho que se fugue para siempre.

lunes, 4 de abril de 2011

4. -Un suspiro-

Un suspiro.

¿Es mejor terminar mi misión, o será más prudente dejarte tranquila? ¿Es mejor acabar por enamorarte, o quizá prefieras tu helada soledad acostumbrada? ¿Será la solución a mi mal, o el mal a mi solución? ¿Cómo saber si la conciencia dicta respuestas que concuerdan con el paso ideal a dar?
Porque enloquecí de amor, y porque pretendo contagiarte de la misma locura, querida,e s que escribo estas líneas enredadas entre los sentimientos de un soñador enfermo, que anhela tu presencia como se anhela la primavera durante el invierno; que soy una planta que ocupa tu rocío, soy un ave sin sus alas, un presente sin futuro.
¿Qué tengo que hacer para convencer a tu blanca alma sobre la pureza de mis palabras? ¿Qué debo sacrificar, o qué debo abandonar para que me brindes una sonrisa de aliento, un mañana feliz, un sentimiento por el cual se pueda llorar de alegría?
Es que aún no entiendes que con una simple sonrisa me derrites por dentro, me consumes de nervios, de ansiedad, aunque tengas tu mirada de cristal vuelta hacia otros rumbos; y yo desvarío, enloquecido y sumido en un plano de dos vertientes opuestas: el placer de verte feliz, y la pena que me causa pensar que esa alegría no la diriges a mi persona.
Quizá sea obstinado de mi parte hacer de ti una necesidad, transformando nuestros encuentros esporádicos en suplicios incesantes, pero querida, sólo pido una oportunidad para demostrar lo que significas para mí, algo que trueque mi amor en una bilateralidad; vamos, sólo un gesto, una seña, una mirada… Un signo de correspondencia, una muestra de amor mutuo, un suspiro.

3. -Hay un verso lejano-



Hay un verso lejano, arrinconado en lo más abismal de mi mente, retorciéndose entre el olvido y la incertidumbre, rodeado de pesares, de sinsabores, de desilusiones. Es un verso resplandeciente, candoroso, de subliminal belleza, que no permite contagiarse de los desazones que albergo en mi corazón.
Hay un verso que habla de amor, de esperanza, de felicidad. Palabras oscuras, misteriosas, pero llenas de romance incierto.
Ese verso lo has despertado tú, mi niña, con tu prescencia; debilitas la coraza de mi alma con tu sonrisa, abres mi mente, derrites el hielo de mi corazón.
Se deriva de tu mirada una ternura sin igual, causa de la mayor de mis ansiedades; tus ojos brillantes como dos estrellas despiertan en mi ser un sentimiento que reconozco, que es influyente, que abarca mis ánimos, que es amor.
Amor al verte, pequeña; amor al tenerte cerca, amor al conversar, amor en el aire, amor a flor de piel. Amor en la magnificencia de su extensión.
Amor cuando desplegas tu sonrisa, cuando caminas, amor cuando existes, amor siempre. Amor eterno, amor sin igual. Amor que derrite mi espíritu con tus singulares muestras de alegría, que apaga mi odio, que enciende mi felicidad.
Te ruego que continúes existiendo y te lo agradezco profundamente, porque con ello mantienes a un cuerpo vivo ya casi exangüe.
Despierta mis versos con tu presencia, te lo pido, porque por más lejanos que se encuentren, siempre emergerán de las cenizas para hallarse con tu esplendor.

Hay un verso lejano

2. -Escucha mis pregones-

--Escucha mis pregones--


Querida princesa de mil reinos, que vas regando flores rojas por tus vastos jardines, que vas engalanando el suelo con tus huellas, que vas reflejando el candor en tu mirada, por favor, escucha mis pregones.

Altísima dama de sutil hermosura, que vas dejando tras de ti la estela de tu feminidad, que ofuscas al Sol con tu magnificencia, que eclipsas a la Luna con tu belleza, por favor, escucha mis pregones.


Frágil doncella de tímidos modales, que vas perfumando al viento con tu respirar, que purificas el ambiente con tu limpia mirada, que iluminas los senderos con tu sonrisa, por favor, escucha mis pregones.


Sublime palomita blanca, que extiendes tus brazos como blancas alas, que alegras a tu entorno con tu cándida presencia, que turbas a las rosas con tanta hermosura, por favor, escucha mis pregones.


Magnífica diosa de la eternidad, que haces promesas tácitas con tu existencia, que revives la fe en la desesperanza, que cruzas por los caminos de nosotros, los desdichados, por favor, escucha mis pregones.


Escúchalos, pequeña niña, porque el amor tiende a imperar sobre la razón, porque no hay quien entienda al corazón.
Escúchalos, preciosa, porque al hacerlo, encenderás la triste llama apagada de un desventurado, le devolverías una vida perdida y llena de odio y coraje; escúchalos porque así lo hubo de dictar el corazón con su palpitar febril.
Escúchalos, vida mía, porque somos el uno para el otro.
Por favor, escucha mis pregones…

1. -Algidez-

Burda melancolía asfixiante,
Vorágine de tormento implacable,
Aluvión de indiferencia agravante,
Glaciar que cuaja el calor entrañable.

Un corazón apremiante de amor,
La urgencia de chispa ante la desdicha
Un corazón que ambiciona el calor
Negado por la existencia maldita.

Siento en mi pecho con gran gelidez
Corrientes nocturnas hiriendo mi cuerpo;
Me horadan, me truncan la sensatez,
No puedo vivir así por más tiempo.

Busqué un alma afín y fui rechazado
Mi eximio ideal quedó sucumbido.
Esa esperanza ulterior ya han matado
Y un exhausto corazón se ha partido.

Muy truculenta es la vida a mi antojo;
Patética en el mundo es mi existencia.
Alma en pena soy, pretendiendo alojo
En ese ser de mi misma esencia
.