Bienvenidos!

Bienvenidos.
Gracias por visitar el pequeño nido del cisne.

Cuento con un pequeño compendio de escritos que van resultando de luces esporádicas de imaginación. Ratos de cielos color violeta sobre mi cabeza.


Escritor amateur, graduado de Letras, aunque lejos de los mejores honores. Aficionado también a la Historia y a la Filosofía.
Espero que encuentren amenos mis breves relatos. No aspiro a nada, pero me alegraré de saber si al menos una persona logró cautivarse un par de minutos. Supongo que eso hace la diferencia entre una rutina trazada y un devenir diferente.

¡Gracias de antemano!

viernes, 14 de octubre de 2011

46. La anestesia del dolor.





   No sabía que de su mirada, más que el misterio, destilaba el terror. Ignoraba, pues, que había sido objeto de un violento ataque de hipnosis profunda, que la enajenaba del resto del mundo. Ya nada le importaba, ni siquiera ella misma, era un mueble sin oficio, un trofeo viviente para el ofensor, y un fácil blanco para más represiones deliberadas.

   Su sublime presencia en el universo bien podría pasar desapercibida, sin nadie que se hiciera cargo de su contagiosa aura negra. El dolor ya no podía visitarla, quedaba demostrado de pronto que su exceso tiene un efecto anestésico colateral.

   Era como si un nido parásito se hubiera apropiado de su mente. Sus pensamientos ya no se fundían los unos con los otros. Caminaba de paso, vivía sin vivir, respiraba sin gozar del aroma del universo. Para ella, ya era demasiado tarse. Una mente parchada y unas cicatrices corporales que buscaban ocultarse sin lograrlo constataban que su camino por el mundo no cruzaba un jardín, ni lo había hecho nunca. Mas gracias a ello, yas penas ya no podían embriagarla, sino que rebotaban: sutilmente se hacía de hierro. Los comentarios a sus espaldas ya no podían herirla, como lo hacían en sus años de infancia. Sus paseos mustios por la escuela recordaban algún caso de sonambulismo extremo, algo inusitado. Se había ganado su fama, pero ella era ya casi sorda. No se enojaba ni sonreía ante ningún comentario patético de los extraños: alguna piedra había reemplazado a su corazón, y ahora agua fría corría por sus venas. Su mirada perdida asombraba a cualquiera, que pensaba enseguida que aquella llama estaba a punto de extinguirse.

   Pero con misteriosa condición, ella se negaba a abandonar lo terrenal. Vivía para sufrir y no le importaba. Había perdido la noción y la esperanza de tener un mundo mejor. Lograron lo que se propusieron con ella, un juguete.

lunes, 10 de octubre de 2011

45. De vuelta tú.

Precisaba un cariño verdadero,
las penas a su realidad cegaban.
Sus pobres esperanzas naufragaban
al no encontrar un camino sincero.

Es verdad, la culpa en el aire flota;
que no busque autor, se generó sola,
la misma que a su espíritu asola
oprime a su corazón y lo azota.

La percepción directa de las cosas
la trajo de vuelta al mundo invisible,
de lo que se antojaba previsible
ya regresó con sus alas airosas.

Y todos adoramos su existencia
en cuanto a sus ilusiones se adentra,
pues es cuando más alegre se encuentra
y resulta tan dichosa su presencia.

No debe ella olvidar que la adoramos,
que como sea, así la queremos,
esperando que en su presente estemos,
que nunca de su corazón huyamos.

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Dedicado especialmente a mi amiga "Vanne Shihouin",  espero que se recupere pronto de su dolor.

44. Lobo.




   Adiós a la vida, soy la furia salvaje para el hombre que creyó verla encarnada, un torbellino de instintos e ignorancia. No me importará a mí en adelante, no les importará a ellos. ¡Ah, pero las funestas casualidades! ¿Es de imperiosa necesidad que alguien como yo sufra esta ignominia? ¡Miren quiénes lo dicen! La presa se transforma en cazador artificial, o por lo menos eso pretende. Hay que ver las necedades naturales, la turbia estupidez ante lo sobreentendido.

    Me miran con ojos que no intimidarían a un cervatillo y casi me hacen reír. ¿Tengo que hacerles daño, o simplemente me retiro por donde vine, dejándolos con las ilusiones de una visión?

    Un chasquido poner en alerta automática mis sentidos. ¿Por qué sonríe ese hombre? Como si no lo conociera. Es un tonto y un cobarde, y yo lo vi caer en un charco de lodo hace tiempo. ¿Y ahora pretendía lanzarme esa sonrisa retadora? Era ilógico, él tan débil.

    Ya antes había maldicho a las casualidades. El problema es que ignoro si el estar en ese lugar en un momento tan equivocado era una casualidad, o una obra producto de la causa y efecto.

    Yo no soy tonto. Ellos lo creen así, al ver a alguien que parece bestia. Pero no lo soy en su sentido despectivo. Podría acabar con todos si no estuvieran armados con esos garrotes. Igual podría hacerlo si lograra liberarme de esta estaca a la que me han aprisionado. ¡Todos, porque todos lo merecen! ¡Y de paso arrasar con su campamento, como el asesino y ladrón que me tipifican que soy!

    Los hombres se previenen con lo injustificable para su actuar, hasta darles aires despóticos a sus maneras, porque de hecho lo son. Las bestias se humanizan, y ellos se convierten en lo que representamos. Divertida ironía de la vida sería eso, si no tuviera que padecerla yo en vida.

43. Paraíso.





   La brisa rozó su rostro con dulzura, y la delicia la hizo sonreír. Un paraíso era suficiente para ella, la satisfacción. Tan sólo una ruta de escape, una válvula secreta, un rincón personal. Era lo único que pedía en su vida.

    Recordaba un lugar de alba perpetua y candor infinito. El éxtasis del paraje no tenía límites, y hasta donde le alcanzara la vista, todo era para ella. Se trataba de un lugar mágico en donde no había restricciones, en donde sus fronteras las fijaba su imaginación.

    Tampoco podía olvidar la felicidad que inundaba aquellas tierras de rincón a rincón. En el paraíso a donde ella ansiaba ir, nadie conocía la amargura de la tristeza. Era todo un deleite sin fin, el sitio ideal para que el encanto se apodere del alma. Ese era, pues, su paraíso secreto.

    Una vez más, en la vida real, las penas golpearon su corazón. Y de nuevo, no halló consuelo en el mundo de las figuras. No podía contentarse con nada más, y las opciones se reducían a una sola: escapar de lo que la aquejaba.

    Al cerrar los ojos, regresó a su hogar idílico, a lo que podría ser. Se vio caminando entre densa vegetación y blancos cielos tapizados de criaturas misteriosas, desconocidas para todos excepto para ella: eran sus mascotas, sus amigos, sus hermanos en cada adversidad que siempre estaban ahí para hacerla más feliz.

    A ese reino maravilloso he pretendido entrar con ella, tomarla de la mano y caminar sin rumbo, porque hacia todos lados se es alegre. Ruego porque la próxima vez pueda asistir al espectáculo de su paraíso personal.


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Dedicado especialmente a mi amiga Vico, y al mundo que existe dentro de su propia mente. Que nunca deje de brillar.

42. El derecho de difamar.




   La posesión de mis sentimientos suena demasiado crítico como para que resulte éticamente aceptable. Un monstruo se afianzó a mi piel, y succiona mi esencia, dejándome vacío, sin vida. La sociedad no aprende otra visión que la del egoísmo, del que se deriva la violencia, la amenaza y la represión.

    Me convierto poco a poco en lo que quieren que sea, sin que tenga otro remedio, porque uno de los mayores defectos de la humanidad es su naturaleza social. Definitivamente, dependo de los otros, los cuales me moldean como mejor se les plazca sólo por vivir junto a ellos, por ser de su raza y habitar en su comunidad.

    Y ya estoy harto de no poder ser yo mismo. Mi espíritu se observa en el espejo de la ilusión, en la sangre que bombea mi corazón, y ya no se reconoce, incluso se espanta. Hemos perdido nuestra integridad.

    El ataque directo y violento a la gente de sociedad parece una vereda cómoda para mis tribulaciones; el mar de venganza es brillante para mis pupilas con su color escarlata.

    Ya que mi fin está cerca, quiero aprovechar para culpar a todos los hombres, a la raza humana, de mis infortunios y mis desgracias. ¡Ah, si hubiera nacido y vivido en soledad! Pero, tarde o temprano, la suerte de todo ser humano es morir junto a sus horribles congéneres, los que se encargaron de absorberle la vida y dejarlo vacío por dentro, sin valores, desintegrado.

    Esto ya es el límite, y creo que a estas alturas, a nadie se le puede negar el derecho de vilipendiar, el derecho de difamar. Es, por lo menos, mi última arma contra mis enemigos.

41. Coincidencia.

Coincidencia básica del destino
a la incredulidad de nuestras mentes,
se cruza con maravilla al cariño
que en el secreto expresaba ferviente.

Y la gran sorpresa de nuestro acierto
atacó nuestras almas con dulzura,
pues un amor que se supone cierto
de la duda desprende la ternura.

Las dubitaciones que le anteceden
a un gusto que ha de ser correspondido
Se evanecen topando a tu beldad.

Ignoro si al amor las penas ceden
Mas lo único que tengo entendido,
que esto es muy bello para ser verdad.



Hecho especialmente para mi amiga "Ana Yeri", no precisamente con dedicatoria directa, sino para su uso externo. Espero que te sirva.

lunes, 3 de octubre de 2011

40. Corazón de Cristal.



   Golpe con eco y sonoro, terriblemente placentero, y esto se convierte en una devastación. Nada que me cause una satisfacción personal más refulgente en mi inquieto corazón. Nunca me he molestado en colocarle un protector de goma a mi martillo. Igual sirve, y conforme al ruido de cristales, la adrenalina corre por mis venas con indecible fuerza.

   Es un espectáculo hermoso, verlos volar por el aire... destruir por destruir... la simple participación casi divina de mis energías en tendencias negativas para la sociedad, positivas para mi ansiedad.

   No soporto verlo intacto. Mi aspereza debe entrar en acción de la forma más violenta. Justo o no, es el óleo artístico de mi desprecio hacia los sentimientos humanos. Los añicos que vuelan con el golpe en el cristal se asemejan tanto a mi corazón despedazado... que me estremezco con verlos en los aires, para caer todos sin uniformidad en la tierra humillante.

   Adoro ver el vidrio quebrantado por un malvado. Me encanta destruir propiedades ajenas, por el placer de hacerlo, de delinquir, quizá. O es algo más. La inocente estructura indenfensa y frágil que es muerta a manos de un abusador. ¡Cómo río, y cómo lloro ante ello!

   Cuando un ave cae de su nido, cuando no canta más por la mañana... el mundo entero cambia. ¿Quién me hizo fallecer? Esa es la cuestión. Es culpable de lo que llaman vandalismo, y que yo nombraría venganza, o tal vez represión. Romper corazones es divertido cuando uno lo hace. Y ser delincuente parece extremadamente emocionante. ¿La mezcla de ello? Mi proceder.

   La alarma del auto violentado me apresura para que corra despavorido, martillo en mano. Para la gente soy un vándalo, un criminal en acción. A mí no me importa, fue una hermosa descarga más de mi odio, y nuevamente, me sentí al fin poderoso al destruir la fragilidad que emula un corazón.

39. Infanticidio psicótico múltiple.



   —¿Por qué lo ha hecho? —preguntó el perito psiquiátrico.

­   —Mi mente me lo ordenó —explicó el presunto culpable, enfadado—. Ya sé que no lo cree usted, pero en efecto sucedió. No podía ver a esos niños divirtiéndose y jugando, definitivamente no lo soporté. Aquel niño que se mecía en un columpio era un monstruo para mí, una aberración de la naturaleza. El que jugaba con la arena, a hacer pequeños castillos y fortalezas, sinceramente no tenía perdón de Dios. Cada una de las siete víctimas que usted involucra y que ayer al atardecer cayeron. Por eso lo hice. Por eso los maté.

   —Eso no lo explica. Usted finge demencia, no tendrá consideraciones especiales ante la ley por su estado de salud mental, supuestamente dañado —observó el perito.

   —Es que esto es apenas el principio. La cabeza de pronto comenzaba a zumbarme terriblemente. En el momento de los asesinatos, no era yo, lo juro. Me dominaban escenas, recuerdos, usted comprende. Mis manos temblaban como en una neurosis, mis palmas sangraban porque involuntariamente enterraba mis uñas en ellas con los puños apretados. Y adquirían valor, adquirían fuerza nunca antes vista, y de pronto comprendí que un ser superior me hablaba al oído, era invisible pero entendía su susurro. “Mátalos”, me ordenaba. Yo ni siquiera tenía idea de cómo hacerlo. Pero mi mente me prometió en un lenguaje secreto, con palabras guturales y cavernosas, que me ayudaría y asesoraría en mi tarea. Simplemente, entendí que era necesario para aplacar mi espíritu, semejante al hecho de tomar agua desesperadamente cuando se muere de sed. Así fue. Señor doctor, yo no tuve la culpa, es injusto que me condenen por ello. Mi conciencia no fue la que obedeció, sino mi instinto salvaje y bestial, que todos tenemos, porque al fin y al cabo todos somos animales, ¿no es así? Señor psiquiatra, señor perito, ¿me denominará al fin como enfermo mental ante su Señoría? ¿Lo hará? Bueno, pues haga lo que quiera, no me importa que niegue con la cabeza. Tengo miedo, sabe, y no soporto a usted y sus sandeces.

   —¿Miedo de qué? —preguntó el perito psiquiátrico.

   —Miedo del poder de mi mente —manifestó el criminal en un murmullo—, que es infinitamente más malvada y poderosa que yo. ¿No lo ha sentido usted antes, doctor? ¿Ese poder oculto que lo llama a uno al camino para el que fue concebido? Eso es lo que me pasó a mí.

   —Explíquese.

   —Al niño que estaba en el columpio… Detuve su movimiento oscilante con una mano. La otra se convirtió en una garra improvisada que al primer contacto violento le reventó la tráquea de golpe. ¡Era como matar a un pollo, se lo juro! Aún siento su cuello flácido en mi mano, aún siento su arteria palpitando lentamente hasta que la muerte la cortó en seco… sí, y aún recuerdo la manera en cómo dejé caer su cadáver a la tierra húmeda, desde el columpio. Sí, señor perito, cuando se mecía asemejaba a un péndulo sin fin, lo estuve observando anteriormente. Un vaivén terrible, que me hizo sangrar el corazón. Había visto ese péndulo antes, en mi vida, en mi infancia. O era algo más… el caso es que mi espíritu brutal no soportó para saltar al aire, aprovechando mi hipnosis. Era como un cuerpo etéreo, sin forma ni color, que aunque no pude ver, distinguí su silueta en la tierra, en el lodo. Es extraño, pero lo es más aún que me haya susurrado órdenes al oído. ¿Y quién era ese ser? No lo sé, no era yo, no me reconocí en su esencia. Me ordenó, pues, que los matara, que él me indicaría el proceso. Por intuición le destrocé la garganta al primero, y por lo mismo maté, destripé y cercené los cuerpos de los otros seis. No sé si disfruté del acto, pero sí de la consumación. No me arrepiento de nada, de otro modo mi alma seguiría intranquila y golpeándome en el corazón, en el estómago. Agradézcalo, a estas alturas aún me seguiría exigiendo su dosis de muerte y de sangre, y quizá hubiera tenido que atacar a una persona tan respetable como usted. Nada de esto es algo comprensible para las mentes llanas. ¿Me entiende usted, doctor?

   El perito asintió, temblando, y con voz trémula, mientras hacía una anotación en su cuadernillo, dijo:

   —Sí, tendrá consideración especial en el juicio, por su estado de salud mental grave. Yo me encargaré de ello.

38.Versos Sangrientos.

El sosiego y la calma anidaron
tras ímpetus de fuerzas ulteriores;
del yerto cadáver le acortaron
Penas y otros sufrimientos mayores.

Fue mi mano atroz, despiadada
que con silente cuchillo oportuno
arrancó la vida sin rastro alguno
de inocente persona despistada.

Sangre y órganos, lo vital para mí.
De la carne, evidencia han borrado
hambrientos perros que yo alimento.

Guardo mis reliquias en frenesí.
La experiencia que sellada ha quedado,
la apariencia tétrica que sustento.