Bienvenidos!

Bienvenidos.
Gracias por visitar el pequeño nido del cisne.

Cuento con un pequeño compendio de escritos que van resultando de luces esporádicas de imaginación. Ratos de cielos color violeta sobre mi cabeza.


Escritor amateur, graduado de Letras, aunque lejos de los mejores honores. Aficionado también a la Historia y a la Filosofía.
Espero que encuentren amenos mis breves relatos. No aspiro a nada, pero me alegraré de saber si al menos una persona logró cautivarse un par de minutos. Supongo que eso hace la diferencia entre una rutina trazada y un devenir diferente.

¡Gracias de antemano!

miércoles, 29 de agosto de 2012

74. Fantasma de mi amor.




Soñar con calor... suele mostrarse contradictorio en algunas ocasiones; en los sueños, las percepciones sensitivas se desvanecen... pero sí, soñé con tu calor.

¿Hay algo más cruel en la vida que despertar y darse cuenta de que no estás conmigo? Te vi, tan claramente en tu esplendorosa belleza... y parecía como si desde años pasados me amaras, sentí que nos correspondimos. Fue claro el calor que sentí en ese momento en mis brazos: estaban rodeándote. Tus labios hacían emanar tal cantidad de bellas palabras que me dejaba extasiado. Creí, pues, vivir en un paraíso, a tu lado, en tu eterna compañía.

Mas al amanecer, estaba persiguiendo el vapor de una ilusión... la fantasía más extraordinaria de mi vida. No cabía duda que la soledad me atormentaba con tal furia e ímpetu que me ocasionaba la concepción de un fantasma en mi vida.


¡Arrúllame en tus brazos, querido fantasma, querida aparición, porque la verdadera mujer que amo no me ama! ¡Hazme feliz, invento de mi mente, aunque me vuelvas loco! No me dejes caer de nuevo en el profundo pozo de mi dolor, pues seguro esta vez la vida no me daría otra oportunidad de regresar.

73. Ruegos.




Hoy descubrí el poder catastrófico del error. Hoy mismo me pregunté por qué, si el humano está propenso a cometerlos, algunos pueden devastarlo por dentro. Hoy entendí la desdicha de padecer las consecuencias de decisiones estúpidas. Hoy comprendí que el amor pinta una línea muy tenue entre la felicidad y la desgracia.

Fue hoy, pues, cuando mi vida estuvo a punto de extinguirse. Los motivos resultan incomprensibles hasta para el más sabio. Hoy me sentí un asesino, destructor de almas. Hoy me sentí miserable por haber hecho pasar un mal momento a una mujer sincera y entregada. Hoy experimenté la amargura en la mayor de sus manifestaciones… Fue hoy el peor día de mi vida.

Hoy fui un idiota. Hoy te he perdido.

Infinidad de veces por la noche me pregunté por qué la vida nos brinda una mente tan versátil, tan voluble. Sólo fue hasta hoy que me permitió ver lo que realmente quiero y lo que es preciso desechar…
Hoy dio fin una etapa de una forma muy dolorosa, y sé que el fin llegó porque, muy a mi pesar, tú no querrás perdonarme. Aun los corazones más nobles tienen su límite de tolerancia, y supongo que yo sobrepasé el tuyo de una manera violenta, brutal, terrible.

Sé que nada volverá a ser lo mismo de antes, sé que, como tú lo has dicho, la confianza se desvaneció, ya no la hay… todo por mi culpa.
Sin embargo, moriría con menos peso si por lo menos me perdonaras de mi falta… Tu odio me torturará aunque sé que lo merezco, pero por lo menos habré obtenido la gracia de tu dispensa.

Te lo ruego… Mi amor ahora parece chocar contra la barrera invisible que levantaste ante ti… Te lo ruego…Lo siento, ya no tengo cara ni dignidad para hablarte… Te lo ruego… te lo ruego… te lo ruego…

72. Una estrella desapareció.




Mi cielo perdió una estrella esta noche. Acaso haya sido mi culpa por perderla de vista. Para mí, llegó incluso a ser la luz del mundo, la razón por la cual asomarme a la ventana y sonreír viendo al cielo.

Fue una idea. Fue un suspiro. Algo que creé en mi mente. Una dependencia de algo que en realidad era inseguro.

Fulguraba entre risas, y me juraba protección eterna. Me expandía sus rayos hacia mí y me mataba. Era un veneno que yo amaba.
Me dejé inyectar, me dejé ser víctima. Pero, ¡pero la luz nunca temblaba! La más fuerte del firmamento, ésa era ella.

De la que nunca hubiera dudado su extinción. La que me hablaba al oído, podía escuchar a su luz como campanillas suaves.
Yo la abrazaba. Ella era mágica.

Yo era feliz teniéndola a ella en el cielo, fuese lo que fuese para mí. Absurdamente, creí que mi presencia también la complacía.
Quién iba a decir que me detestaba en silencio, que me guardaba un profundo rencor, que se transformaba en una supuesta decepción por algo que ni ella entendía, por algo irreal que nunca tuvo el tiempo para aclarar. Yo adorándola, cuántas ironías de la vida.

No aceptó la realidad. Desde el cielo, mi estrella creía ver mi vida y todo lo que me acontecía. Ingenuidad, esa distancia que la separa de la tierra le provoca una visión deficiente, el esfuerzo por darse cuenta de lo que ocurría no era suficiente.

Pero creyó que su juicio fue absoluto. Imaginó que lo que cruzó por su mente fue lo correcto, fue la verdad.

Y por eso desapareció de mi vista. La que menos me esperaba. Otras brillaban menos, pero siguen ahí hasta la actualidad.

Ya no quiero que vuelva, si ha de seguirme viendo como un enemigo.


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En su tiempo lo dediqué a alguien, pero fue hace muchísimo, luego me decidí a subirlo cuando me dio igual.

lunes, 27 de agosto de 2012

71. Tormento.




Corrí a mi cuarto con el terror sintiéndolo en cada latido de mi enfermo corazón. "No, no más, no más cadena, no más cadena, no más cadena por esta noche...", murmuraba para mí mismo con un dolor horrible y latente, destilando de mis ojos temblorosos y desenfocados.


Cerré la puerta tras de mí, no me importaba que mi padre viniera furioso por detrás. Bramaba como una bestia salvaje, una criatura deseosa de sangre fresca, qué sé yo. Había podido sentir su respiración alcanzando mi espalda en mi huida.


-¡Me voy a dormir! -dije, y siguió el silencio.


Me quité mis zapatos con el estómago hecho un nudo y los oídos aguzados. Al meterme a la cama, hasta las cobijas hacían un escándalo, según mi percepción, y cuando apagué la lámpara de la repisa cuidadosamente, me percaté con horror que una sombra, bajo mi puerta, se mantenía estática, y una burda respiración brutal comenzaba a hacerse presente detrás de ella, acrecentando su volumen a cada segundo. Aplasté mi cabeza contra la almohada y me tapé lo más que pude, escudándome falsamente bajo la tela.
Al primer grito, cerré los ojos. Me creí morir.


-¡Nada de que te vas a dormir! ¡Abre la puerta!
-¡Tengo sueño! -repliqué débilmente.
-¡Abre la puerta o la voy a derribar!


Muerto de miedo, mil escenas cruzaron por mi mente en esos instantes. Me movía una confición equidistante a la de mi voluntad y mis fantasías violentas. Sin energías, me ponía en pie con una vacilación difuminosa.


Despacio, y temiendo que mi indecisión no terminara de turbar su carácter, me acerqué a la puerta maldita. Mis dedos temblaban, tan fríos como mi respiración. A tientas por la inquietante oscuridad, alcancé el gélido metal del picaporte y retiré el cerrojo que amenazaba ser derribado. A pesar de no ver nada, cerré los ojos.


Abatida la puerta, una enorme mano proveniente de la oscuridad prensó mi cuello al punto de deshacer mis ánimos. A comparación del pecado cometido, la retroalimentación era brutal, desfazada de toda prudencia. Mi garganta se cerraba, y la pesadilla renacía de las cenizas. Mi espíritu aciago e infausto sufría un tormento incomparable, esa angustia que jamás terminaba, gotas de ira y violencia derramadas sobre mi corazón loco de alucinaciones. Una cálida esperanza me quemaba mis ojos y temí confundirla con mi propio líquido vital, mi esencia como persona y con sentimientos. Era que el sueño arribaba, sí, algo me hacía tener sensaciones de pesadez, experimentaba el mareo, cerraba más suavemente los ojos, mis músculos se relajaban. La ventana al fondo, con su luz ardiente, perdía consistencia, no había necesidad de seguir viendo al mundo, de presenciar cómo se teñía de rojo.


Algo me hacía pensar que parte de mi cuerpo conservaba mayor calor que el resto. El calor, el amor, el cariño, la fraternidad, todo se escurría de forma dramática por mis dedos danzantes.
Cuando traté de hablar no pude, porque mi lengua colgaba, pero fue grande mi sorpresa. Un inmenso ser hecho de alcohol -pues alcohol era el olor que emanaba-, dijo de pronto:


-Vete a descansar, a dormir, a soñar.



70. Amor marginal.





La puerta de la recámara vacía se abrió de golpe, como si un vendaval hiciera presencia. Por ella, entró presurosa una silueta, un rostro ahogado en lágrimas.
Una mujer de unos diecisiete años de edad, de tez clara y cabellos revueltos, se lanzó hacia su cama de un salto, como si el mismo demonio la estuviera siguiendo a toda velocidad. Cerrando los ojos con fuerza, como para evitar que se le escaparan más lágrimas, hincó sus dientes en su cobija con coraje y aguardó.
Sólo aguardó. Dos segundos.


Un hombre de barba cerrada que le triplicaba la edad entró justo después con fuerza desmedida y ojos de relámpago, de demonio. Su figura, apoyada en la puerta de la recámara, destellaba una furia sin límites, un infinito desprecio; sus puños tensos temblaban , su mueca se contraía más y más. Debido a su movimiento indeciso, se podía observar que no resolvía si entrar y seguirla, o aguardar a que aquélla levantara la vista.
Era su padre.


-Ahora sí te pesqué... depravada, zorra- le dijo en un murmullo sumamente despectivo, mordiendo las palabras y soldando su mueca después. El estallido de furia ocurriría de un momento a otro.
-Padre... no me digas así, padre... por favor...
-¡Cállate!
-Papá... -murmuró ella aún con más amargura desde la cama, atrapada. Su voz se doblaba en dos.


Gruesas lágrimas escurrían de sus ojitos negros. Sus dientes, mordían con todas sus fuerzas la cobija, quería desahogar su frustración y su horror en ella. No le quedaba nada. Todo se había echado a perder. Su esfuerzo, a la basura. Sus sentimientos, ¿qué importaban? Al cabo, era una enferma mental...


-Ven acá ahora mismo y explícame. Sal de ahí. Me debes una explicación, degenerada -bramó el padre.
-¡No soy degenerada! ¡Tengo mis sentimientos...! ¡Sentimientos... diferentes a los tuyos, a los de mamá!
-Sólo haz lo que te pido, ¡vergüenza de hija que tengo!
-Papá...


Dos pasos abreviaron la distancia entre los que discutían de esta manera: dos pasos recios y contenciosos. Fue del brazo de donde la prensó y jaló, y fue al suelo donde cayó la pobre muchachita, aturdida por la violencia de su mismísimo padre.


-Papá, ¡basta! ¡Déjame en paz! -exclamaba fuera de sí, llena de miedo y de horror.
-Así es. ¡Así es! Te largas ahora mismo de esta casa. ¿Quién te crió de esa manera, mocosa?
-No... por favor... no -clamó la muchacha; las lágrimas le rodaban con tanta amargura y tanto vértigo, que inundaban sus labios, resbalaban por su barbilla, le hundían los ojos...


Cayó de rodillas. Años, años intentando complacer a su padre. Toda su vida era aquel que tanto quería. Su vida quizá fue una pesadilla, con tal de tener contento a aquel hombre.
Un desliz había echado todo a perder. Una duda, una confusión acaso.


-No te quiero ver, me has decepcionado. Esperaba más de ti.


Con los puños apretados, el hombre se retiró de la estancia.

Ahí, ella lloró desconsoladamente frente al espejo. Sus brazos no le ayudaban demasiado en la tarea a sus piernas: sus cuatro extremidades temblaban, en cualquier momento se desplomaría, ahí mismo. ¿Qué había hecho? ¿Cómo había ocurrido?
¿Cómo había dejado que su padre la descubriera? ¿Cómo, decepcionarlo de esa forma? Ella, ella era su hija, era su vida, su amor, debía quererla, estaba mal, no podía ser, se sentía sola, se ahogaba, quería morir. Morir de amor. ¿Por qué no? ¿Por qué no gozar del amor, de su amor?


En el espejo se reflejaba un esqueleto, un rostro demacrado y bañado en líquido salado.
¿Qué esto no se trataba del amor más puro que existe? Si ella lo sentía en su corazón, ¿por qué su padre debía reprobarlo? Era asunto de ella y de nadie más, después de todo.
¿A quién debía hacer caso? ¿A su corazón, o al hombre que jamás podría complacer?


Y una vez más, echó un vistazo a su reflejo. Sí, era una muchacha como cualquier otra. Tenía su alma, su corazón y sus sentimientos. Era frágil.
Y necesitaba el calor que encontró en aquella persona... Era todo lo que deseaba.
Todo lo que necesitaba. Se iría de su casa, pues así se lo ordenaba aquel tirano insensible.
¿Pero seguiría adelante con lo que le dictaba el corazón? ¿Volvería a hacer lo que hizo esa misma tarde, minutos antes, sobre la acera de la calle?


Sus ojos reflejaban esos destellos de las lágrimas tan puros y brillantes como ningún otro. No paraba de mirarse.


-Que el mundo me comprenda, por favor...


Luego sintió un nudo en la garganta y un escalofrío intenso. No había nada de malo mientras fuera sincero, y decidió esa tarde dejar de hacer caso a la sociedad. Viviría para ella, y para la persona que de verdad robó su corazón.
Se acercó al espejo y meditó más de cerca, viéndose reflejada a sí misma, a una muchacha común y corriente...

Ella era su vecina, su amiga de la infancia... ¿De verdad la había besado allí afuera...?



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Esta historia tiene su continuación, llevo ocho capítulos escritos y no creo que pase de quince, igual son breves. A ver si luego me decido a colocarlos acá.

69. Lirio de oscuridad.





¿Qué formidable misterio capturan
ojos huidizos de un alma dorada
que va hacia la mar, que va hacia la nada
cuando en su esencia sus penas sulfuran?

De un demonio, diríase quizás;
ente, terrible criatura infernal...
Un alma mortal, oculta en su cuerpo,
presa fatal de un profundo tormento.

Rebotan los gritos, avanza perdida,
¿quién sabe su daño, quién sabe su herida?
Escarnios le atizan, las pullas le llueven,
A fuerza de ofensas, su llanto promueven.

Refugio apremiante en su sombra le implora
un vigor tartamudo, ya casi marchito;
Suspiro amargoso, una especie de grito,
"¡Protégeme ante la furia abrasadora!"


Mendaz, tras la elocuencia de su mundo,
Una máscara ornamenta al desvalido
Y vulnerable ser que difumina.


Fuerza rocosa, vigor diamantado,
¡de furia y metal, corazón transformado
de criatura insidiosa que habrán orillado
hacia el demonio a adorar demasiado!

Oscuras sus ropas, oscuros sus ojos,
quedaron residuos umbríos, despojos.
Era ella un ser inundado de inocencias;
y a la maldad le volcaron experiencias.

Amargas vivencias, ¿la culpa?, de necios;
herir su endeblez, su recreo predilecto.
Doblar, separar, marginar con desprecios,
Acabar, pisotear a ese grado de insecto.

Se abrigó a sí misma, su lugar obtuvo;
lo fue a encontrar en el misterio del mal.
Quien antes fue una criatura angelical
Ahora es un monstruoso ser infernal.


Mendaz, tras la elocuencia de su mundo,
Una máscara ornamenta al desvalido
Y vulnerable ser que difumina.



Vendióle el alma al diablo, salva se siente.
Simplemente se convirtió en su disfraz.
El corazón trabaja, no está presente
aquel sentimiento de esencia veraz.



Dedicado especialmente a mi niña demonio, el alma del cielo... para ti, mi querida amiga Mel.

68. La dama de las tinieblas




Sola se ha quedado, por el desprecio mutuo que experimentó en carne propia, como quien detona hacia un espejo. ¿Quién va a amar a otro antes que a su esencia misma?

Sola, porque el mundo comprendió que el camino del escarmiento era aborrecerla, era el distanciamiento eterno del calor y del afecto. Para que tras sus pasos, en la sombra que se va difuminando, arrastre las penas ajenas que su presencia engendró.

A sabiendas de que era odiada por el universo y mal vista por las estrellas que atestiguaron, se atreve, con la dignidad del cinismo, posar su mirada en el horizonte, desafiando al celeste profundo. Eran los momentos en los que se convertía en una diosa, en un demonio, en un ser maldito de estigia oscuridad. Sus ojos de trueno colocaban bajo ella las expectativas ajenas: nunca podrán amedrentarla. Era una criatura rebelde e indomable, con un corazón rebosante de odio y de una extraña dicha.

Nació para matar, para degollar sueños, aplastar vidas, y jamás podrá sucumbir ante nadie. Era, pues, el ser perfecto de las torturas.

Su corazón latía con sobria mecánica; su sonrisa pintaba una delicia al incauto. Esos ojos poderosos atormentaban, cegaban, pudrían esperanzas, lo eran todo. Desvanecían a placer, era un volcán que a su gusto propio arrasaba campos inocentes y floreados.

¿Sola se había quedado? Sola nunca. El universo viviría aún lo suficiente como para conocer más de sus fechorías. Ella reía ante el intento de marginación tan fallido.
Con impía determinaciuón, barría el horizonte con la distancia de una mirada viperina, y luego sonreía en medio del juego socarrón de su mente.
¿Su próxima víctima, quién sería? La conquista será lo más fácil; la ruptura del corazón, lo más divertido, y el intento de separación, la rebeldía vengativa, su azote cruel.

La mujer de las tinieblas se puso en marcha. Quizá era verdad: nadie la quería, pero el impacto de su rostro causaba una enfermiza dependencia. A poner, pues, en práctica sus dotes, y con la mentalidad de un nuevo juego, de un nuevo lanzamiento de dardos asesinos.
Y la sangre fiera corría por sus venas.



67. Las rejas de mi mirada.




¿En qué momento de mi existencia hubiera pensado que arribaría a estas tierras siderales, a este reino del ruego, de la falta de resignación? Te veía perfecta, tu sonrisa cálida aparecía de entre la oscuridad para mí y mis penas deshacía... Y de entre tus labios, llenos de néctar de rosas rojas, se escapaban bandidas palabras de amor, fugaces esperanzas de un dichoso porvenir.

No puedo buscar refugio; en este mundo se nos priva de él a los pecadores. No puedo tampoco implorar perdón, porque todo poder divino tiene un límite, un freno maldito. Lo eterno me demostró su máscara de falsedad con tu presencia cruzando mi camino. ¿Habría de tener fe en tu difuminada figura para mi supervivencia?

Oh, mujer del dolor, creación recurrente de mi imaginación que fuma tantas utopías, ¡detén tu veloz vuelvo y estáncate en mi infierno! Debes saber que mis manos tiemblan desordenadas con tu falta de aliento calcinando mis oídos, ¿será que les faltas tú?
Mira, contempla cómo mi mundo se derrite, como se derritiera un caramelo sobre el poblado desierto de tu corazón; mis castillos de arena se están desmoronando y yo caigo tras de ellos como un azote, presa de tu conjuro maligno. Sustenta mi pena, vive mi hambre, muere conmigo, por favor...

¿De rodillas estoy? De rodillas como me lo has pedido. De rodillas, como un idiota. Yo no sé si mereces un latido, una respiración; yo no sé si mis enfermizas cicatrices acomoden sus rastros dejándose ver ante la humanidad. Sólo sé que detrás de esta bravía colmena hay un sentimiento que no conoce la palabra salvajismo, y que se asoma tras las rejas de mi mirada, gritando tu nombre de una forma inconsciente, mecánica y repetitiva, exclamando que un alma perdida no puede sobrevivir sin tu diabólico calor.
Por siempre, soy tuyo. Por siempre, necesitaré de tu abrigo, de tus mentiras, de tu sonrisa etérea, de tu mirada, de tu alma corrompida.