Bienvenidos!

Bienvenidos.
Gracias por visitar el pequeño nido del cisne.

Cuento con un pequeño compendio de escritos que van resultando de luces esporádicas de imaginación. Ratos de cielos color violeta sobre mi cabeza.


Escritor amateur, graduado de Letras, aunque lejos de los mejores honores. Aficionado también a la Historia y a la Filosofía.
Espero que encuentren amenos mis breves relatos. No aspiro a nada, pero me alegraré de saber si al menos una persona logró cautivarse un par de minutos. Supongo que eso hace la diferencia entre una rutina trazada y un devenir diferente.

¡Gracias de antemano!

martes, 13 de marzo de 2012

65. Ignominia


Mis manos temblorosas rodean mi rostro, no quiero ver al mundo y es mi última decisión. ¿Para qué? No vale nada. 
Alguien canta alegre a la lejanía, es un estúpido y en mi mente lo mando a diablo. En esta vida sombría no se puede ser feliz. Se trata de un estímulo para los fuertes, para que las heridas que reciben al arrastrarse por el suelo no duelan tanto mientras sangran. Uno atisba una remota probabilidad de sonreír, y ésta viene a jugar con mis absurdos ideales, a agitarlos como muñecos de trapo, a destrozarlos con vigor. Todos me golpean, me abofetean, me lanzan dardos con sus palabras.

Ahí, sentado afuera de mi casa, bajo la horrible luz de un débil farol, contemplaba la oportunidad de seguir con vida, de reptar por mi entorno, de nunca crecer más allá, pues la realidad aplasta a mis expectativas. Alzando la cabeza, me percato de que la Luna me observa con un brillo tal que pareciera una pícara sonrisa socarrona, como recordando que mi vida valía menos que un centavo, que no me preocupara por cosas inútiles, pues al cabo nada tenía verdadero sentido.
Me hundo en mi amor frustrado, en mi espiral descendente. En esas personas que de verdad quise y me abandonaron. Los destellos inversos del negro cielo tratan de difuminarse ante mi borrosa vista, estallan, se hacen polvo.

Agito mi cabeza. Ya enloquecí por el derramamiento de sangre que mi corazón ha permitido; volaban las gotas por el aire, a la nada. Definitivamente, nadie en este mundo es capaz de entender mi dolor, puesto que sólo en mi alma reside el de éste género, ahí patalea con furiosa pasión, ahí me carcome, me roe, me mata.
¿Medio loco, consideré? ¿Esperaba que las furiosas estrellas me dieran una respuesta acaso? ¿Por qué gritaba con lágrimas en los ojos el nombre de la única persona que en mi vida me hizo sonreír? ¿Por qué, una y otra vez, el eco de mis ruinas regresaba a golpearme? ¿Por qué, como si lo mereciera ella?
Era un fantasma que me torturaba el cuerpo, la mente y el alma. Un suspiro en el viento, algo concebido y jamás tangible. Una mera utopía. Un sueño reprimido, unas ansias incontenibles de tragar el mundo entero y una tremenda debilidad para realizarlo. 
Lloro ante lo fantasmal. Era... todo lo que quería para mí, lo único que pedía, una persona que me hiciera cosechar sonrisas.

64. Pasión de un amigo eterno


Dolor, dolor que esta ausencia me inyecta;
frialdad, consumación de los sentidos.
Tu imagen que la nada me proyecta
albergando sangre y sueños partidos.

El ocaso a mi cuerpo difumina
en la lluvia negra y corrompida.
Cómo pude albergar esa esperanza
esparcida tan ciegamente a ultranza.

En mis brazos del mundo te escondías
cuando ese triste corazón robado
se arrastraba en dolorosas sequías
de amor latente poco afortunado.

Yo enjugaba tus lágrimas, recuerdo,
la triste pasión de un amigo eterno;
si vagando lejos con él te encuentro
mi día se transforma en el infierno.

¿Por qué, por qué, Cupido desgraciado?
Yo sólo quería estar a su lado...


domingo, 4 de marzo de 2012

63. Víctima culpable.



El viento silbaba entre las sombras de los estudiantes, tras las rejas y sobre la hierba. Engullidos en un remolino de incertidumbre, la acometida a la puerta exterior del salón no se hacía esperar.
Más que una creencia, más que una diversión o un pasatiempo, era la forma de vida que llevaban tres pares de retoños aún sin madurar. Seis sonrisas socarronas se cruzaron, encontrándose la una a la otra, en un incierto ambiente mendaz.
El capítulo de ese día se cerraba para la mayoría de los alumnos, pero para estas amigas, uno nuevo apenas se revelaba. El espíritu se estremeció enseguida, fue un plan sublime, tácito, como diario.
¿Qué pasión, qué clase de adicción poseía a esta media docena de pillas?

De sobrio traje, el catedrático había abandonado el amplio salón de clases. Una pizarra medio borrosa y un silencio sepulcral quedaron en el aula luego de la jornada de estudio. Los alumnos habían emprendido la retirada, presurosos de abandonar el colegio en cuanto atisbó el lastimoso llanto de la campana exterior.
El gris grosero de las paredes se marchitó al opacarse la bombilla eléctrica, y la negrura asomó a la vista. Seis muchachitas de aspecto desolador quedaban en la estancia, y en cuanto se vieron sin la presencia de la autoridad escolar, incorporar sus cuerpos y se miraron en silencio, con agitación tétrica.

—Mírenla —dijo Luisa.
—Idiota —murmuró Marcela, dirigiendo su vista hacia donde su amiga le indicaba—. ¿Cuántas veces no le ha sucedido, precisamente en clases?
—Muchachas, vamos a divertirnos —propuso Karina—. Esto simplemente no podemos dejarlo pasar.
—Es cosa de diario —murmuró nuevamente Marcela con indiferencia.
—Entonces, diario obtenemos diversión —contestó Karina.


En el rincón del aula, sobre una entelarañada y honda oscuridad, la pobre y despistada Tania dormía profundamente sobre sus brazos. Noble, pero lerda y tarda de reacciones, solía sufrir de las bromas más despiadadas de sus compañeritas.
En aquellos momentos, daba un paseo mágico por las regiones astrales de su mente. Un paraíso profundo, hierba verde y fresca, árboles de colores y un radiante sol sobre un arcoíris. Aunque soñando, mantenía una sonrisa bella en su rostro.


Un chillido aterrador pescó la realidad en su mente.
Karina apartaba de golpe la silla contigua y ahora contemplaba a su compañera con atención. Alta y desgarbada, sus ojos poseían el relámpago profundo, una chispa horrenda y pavorosa.

—Despierta, estúpida. ¡Despierta!
—Vaya tonta. Las clases terminaron, y ella dormida como bestia —secundó enseguida otra de las chicas díscolas.

Tania levantó su pálido rostro de entre sus brazos, y un par de ojitos hundidos se mostraron tímidamente. Era pequeña y frágil, y su mirada extraviada reflejaba la pesadez de una incómoda víspera.
Tres o cuatro muchachas rieron al unísono, pero Karina se mantuvo callada, con ambas manos apoyadas en la mesa en donde reposaba Tania, con actitud retadora, imponente. Ya, ya tenía a su presa.
—Por favor, hoy no… —dijo, casi en una súplica susurrada.
—¿Hoy no qué? —preguntó Luisa, burlona.
—Hoy no… hoy no quiero hablar con nadie. Por favor…

Las chicas voltearon a verse mutuamente, cruzando ideas silenciosas, transmitiendo la burla por la mirada, asomando la crueldad en sus sonrisas oscuras.
Una de las muchachas, de nombre Verónica, en un impulso repentino, saltó una silla próxima y, aproximando su silueta a la figura petrificada de Tania, lanzó bruscamente una amenaza.

—¡A nosotras no vengas a hablarnos así! ¡Cállate!

Tania, harta de la estúpida escena teatral diaria, lanzó un suspiro tembloroso, que representaba coraje, temor, tristeza y desilusión, y luego dejó caer su cabeza con dulzura nuevamente hasta sus brazos, que aún rodeaban el pupitre, tan bien rodeado como lo hacían a ella sus compañeras egoístas.

—¡Ya levántate, torpe! —chilló Verónica y la tomó del cabello para alzarle salvajemente la cabeza—. ¿Crees que es hora de dormir?
—¡Suéltame! —exclamó instantáneamente Tania con furia contenida, pues nunca la expresaba con demasiada seriedad.

Verónica la soltó y al fin la vio a los ojos. No sentía temor, era segura de sí misma. Una muchacha terrible, increíblemente grande para su edad, y fuerte de complexión. Jamás había representado para ella ningún problema la pequeña Tania.

—¿Quieren dejar de molestarme de una vez? —exclamó Tania, con un nudo en la garganta—. ¿Qué les he hecho yo?
—No seas llorona. Maldita bebé —dijo a su vez Karina—. Tonta. Si lo único que queremos saber es por qué tienes tanto sueño.
—No les importa. Váyanse.

Las muchachas tomaron a broma sus palabras. Luisa rió a carcajadas. Una ola estrepitosa volvía su rostro contra Tania, estaba acorralada nuevamente. La iban a golpear.

—Sí nos importa —dijo Karina, la más elocuente del grupo y evidentemente la líder de las muchachas rebeldes—. Siempre has sido nuestra amiga. Yo por lo menos, te quiero mucho, Tania. No sé por qué te confundes. Siempre he tratado de llevar en paz las cosas contigo; es cierto, nos divertimos, pero lo hacemos contigo y no de ti. No comprendes la corriente moderna de los jóvenes.
—Tú no eres mi amiga, ¡y jamás lo serás! —exclamó indignada Tania. Sus pequeñas manos, empuñando el vacío, temblaban de ira.
—¿Lo ven? La niña me odia. Pobre chica. Y yo que la quiero tanto.

Luisa volvió a soltar otra risotada bestial.

—Si me quieres tanto —dijo Tania—, ¿por qué no me dejas en paz de una vez?
—Porque me empeño en que seamos amigas —dijo Karina sonriendo—. No eres una mala persona. Ni yo tampoco. Anda. ¿Por qué no hablas más?
—Sí, ¿por qué siempre eres tan callada y apartada? —preguntó otra de las muchachas.

Tania no contestó. Bajó la vista para observar sus manos temblorosas. Trataba de dominar sus ímpetus; era difícil pero no deseaba demostrar que ellas eran quienes le inyectaban la ira. Su madre muchas veces llegó a aconsejarle, en su acogedora guarida de su recámara, que era mejor ignorar a los patanes que la intentaban ofender con simplezas.
Así que se guardó sus sentimientos una vez más y fingió indiferencia.

—¡Te ignora la tonta! —exclamó Luisa sorprendida.
—¿Por qué te duermes en clase? —insistió Karina con una sonrisa.
—Déjame en paz.
—Sólo dímelo, ¿por qué eres así conmigo? Me interesa saber por qué te duermes en clases. Ya deberías dejar las drogas.

Tania sintió una punzada intensa en su estómago. Definitivamente, sentía odio y desprecio hacia esa mujer. ¿Por qué tendría que contarle que dormía porque la noche anterior se había mantenido en vela por su madre enferma, en el hospital?

—Vete al diablo. No eres mi amiga, ni te quiero, más bien te detesto. No paras un solo día de molestarme, de estar intentando engañarme con falsa amistad para seguirte burlando de mí. No sé qué pasa por tu mente, Karina, de verdad.

Las muchachas se mostraron sorprendidas con esa declaración de la chica dejada de la clase.

—Escúchalo bien —continuó Tania, cada vez con menos control de sí misma—. Ya me he hartado de tus juegos y de tus bromas. Me tienen exasperada. Todo este tiempo he intentado ignorarte, para ver si así tus estúpidas burlas cesan, pero ya veo que no. No dices más que tonterías y me arrebatas mi tranquilidad.
—Cállate, basura. Cállate, te lo ordeno —le gritó Karina.
—¡No me callo!
—¡Sí te callas! —rugió su enemiga, dándole una bofetada repentina.

Esto dejó sin aliento a la pobre Tania, le volvió el rostro, le cerró los ojos, la dejó perpleja, sorprendida, humillada. Hubiera dado lo que fuera por levantarse de su asiento esquinado e irse del salón corriendo, pero todas las muchachas la estaban rodeando en una actitud amenazante y ni siquiera la dejaban incorporarse. La tenían sencillamente acorralada, como una víctima, una liebre frente a seis cazadores.
Sus bracitos temblaron en el pupitre. Ya estaba llena de desesperación.

El intento de levantarse fue en vano, varias manos rudas la retuvieron en su lugar y la siguieron maltratando. No podía esfumarse, deslizarse, escurrirse entre esos brazos fuertes y salvajes. Veía la salida al fondo, pero varias siluetas la golpeaban en el rostro, en el cuerpo, la empujaban en su mismo asiento. A veces perdía de vista la luz, pero no se eliminaba por completo, volvía a surgir.
Sobre todo cuando la levantaron a rastras y se la llevaron cargando del salón, hacia afuera, para irla a depositar a un gran bote de basura. Ahí el sol brillaba, aunque con la debilidad misma de los ojos de Tania, que parecían cerrarse, oscurecerse. Estaba humillada, terriblemente humillada. La luz la deslumbraba, a pesar de ser tan tenue. Las risas la aturdían, el torbellino de emociones le quitaba la sensibilidad al final. Nada parecía tener sentido. Aullaba, quería pedir ayuda, pero recibía más bofetadas en el trayecto hacia la basura. En su estómago sentía el odio, la crueldad… todo junto, pero jamás expresado. Quería golpearlas, quería vengarse, pero sabía que no sería capaz. Quizá se animara, sí, pero las cosas terminarían peor: no podría pelear contra ninguna de esas inmensas mujeres. Todas eran demasiado grandes para ella, tan menuda y frágil. Tal vez por su condición física y anímica es que se metían contra ella tan cruelmente.
El caso es que nada podía hacer, por más que manoteara, más la prensaban, y no la soltaron hasta no verla hundida entre el desperdicio que contenía el gran bote de basura. Allí, y sólo allí, nadando entre despojos y sobras de comida, las muchachas se sintieron a gusto de su travesura.

—Ese es tu lugar, idiota —murmuró Marcela—. Para que no vuelvas a respondernos de esa forma. Y la próxima vez te irá peor.
—No quiero verte el día de mañana —sentenció Karina—. No me dan ganas. Ya me diste bastante repulsión por el día de hoy.
—¡Vete al diablo! —exclamó Tania, y por respuesta recibió un escupitajo.

La crueldad de las jóvenes no tenía límites, la dejaron atorada en el contenedor de basura y se fugaron del lugar, dejándola a su suerte.
Eso era todo para ella. Ya no podía más. Días y días de aguantar tantas humillaciones, que ya no sentía pena ni por ella misma. No había vuelta de hoja ni nada en qué pensar demasiado. Estaba resuelta a todo. Quería venganza, aunque fuera de la forma más cobarde.
Estas muchachas necesitaban saber de lo que estaba hecha Tania. Lo debían conocer. No había otra opción. Ya que nadie escuchaba a la pobre, solamente la venganza de ella misma liberaría a su alma de la opresión. Eso iba a hacer.

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…Y la empuñaba, entonces, bajo su mochila, sin mucha pasión, sino con pinceladas amargas de melancolía y frustración.
Acariciaba el gatillo en secreto.
Las tenía a la vista, a las seis. Y qué casualidad que el cartucho fuera de seis también…
Eso era todo. Ella era la víctima, no la culpable.

Y ni las danzantes hojas del viejo roble hubieran podido prever el ataque inminente.





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Gracias por la chispa de inspiración, Mel.

62. ¿En dónde se venden arcoíris?



Hola, son las ocho y media de la noche y el mundo ha dejado de girar para mí. Me sometí al puro dolor de esas calles tan descuidadas, tan podridas, con el olor de un cajón de recuerdos de amor. ¿En dónde venden arcoíris al por mayor, para ornamentar cada una de ellas? Podría hacerle un favor a la comunidad, pues noche tras noche, parece que las lágrimas lavan las penas de la víspera, para volver a rodar con unas nuevas. ¿Cuánto costará cada uno de ellos? ¿Tanto como la propia felicidad? ¿Tanto como el afecto y el amor que me rezó mi divina ingrata?

El polvo lame mis botas viejas con delicia, raya mi melancolía. Siento que nado en un mar, en medio de un gran ciclón, en donde la tempestad impera y soy un juguete de los divertidos caprichos del viento. Ahí están, esas chispas líquidas besando mi frente, juegan con mi cabello revuelto hasta dejarlo fundido con su misma esencia.


No estoy imaginándolo, al menos no todo. La lluvia realmente castiga a los callejones oscuros, ya de por sí lodosos, en donde yo transito sin rumbo fijo...

Quiero calcinar mi demonio interno, el que punza mi alma. El corazón bien puede irse en ello. Luego de perder a mi triste princesa, ya nada importa.

¿Será, acaso será que cada una de las gotas celestiales es un momento que viví con ella, un reflejo acuoso de su rostro, una expresión, una caricia? Todas ellas se vuelven en mi contra como un inmenso e infinito batallón líquido de kamikazes, sin excepción me golpean con ira, y a la larga corren, se deslizan por mi rostro. No quieren jugar conmigo ni complacerme: con toda la hiel contenida, salpican mi orgullo, se hunden en el recuerdo de los desmanes. Pretenden que me dé cuenta de que el culpable de no estar con mi amada soy yo mismo. ¿Tan pérfida es, como mi corazón lo dicta?


De ellas corro, del recuerdo, de la lluvia me resguardo. Y es que no, ya no la amo. No, no me atosiguen. ¡Aléjense, necias gotas! ¡Muere pronto, tormenta! Los arcoíris, urge uno para mañana a primera hora, cuando los rayos se alcen. ¿En dónde, pues, los venden?