Bienvenidos!

Bienvenidos.
Gracias por visitar el pequeño nido del cisne.

Cuento con un pequeño compendio de escritos que van resultando de luces esporádicas de imaginación. Ratos de cielos color violeta sobre mi cabeza.


Escritor amateur, graduado de Letras, aunque lejos de los mejores honores. Aficionado también a la Historia y a la Filosofía.
Espero que encuentren amenos mis breves relatos. No aspiro a nada, pero me alegraré de saber si al menos una persona logró cautivarse un par de minutos. Supongo que eso hace la diferencia entre una rutina trazada y un devenir diferente.

¡Gracias de antemano!

miércoles, 24 de octubre de 2012

75. La dama de las tinieblas II





La fiera disfrazada en esa tierna figura infantil sonreía, con esos labios retorcidos de arrogancia y perversidad. Ante cada pulso, era un odio más divertido hacia su persona, ahí estaba ahogando una risilla moralmente equivocada.

La dama contibuaba caminando como si tal cosa, errante en el valle desértico de su propio corazón, pisando la hojarasca seca que sus propios árboles, más ralos que el amor de su alma, habían depositado suavemente en el suelo como lágrimas trémulas y dolorosas.

Los ojos de la dama eran centellas cuando giraban de un lado al otro del extenso panorama. Eran blancos cuando topaban con los grises nubarrones albergados en los cielos de su propio corazón hueco, y adquirían color ante las ramas otoñales de sus árboles, de los que mantenía cautivos muriéndose.

Uno brotaba apenas, un poco alejado de ella, eran un par de hojitas verdes saliendo de la nada y agitándose con las corrientes de aire. Otro más y extendía su segunda rama infortunada hacia el firmamento, y aquél, con ya algunas hojas danzantes, temblaba ante la presencia de la dama de las tinieblas aproximándose hacia él.

   —¡Salgan de aquí! —susurró el viento pasando a través de las ramas de un viejo árbol muerto—. ¡Ahora que pueden, jóvenes árboles de su corazón, húndanse en la tierra y no vuelvan más! ¡No broten más! ¡No extiendan sus raíces en este valle de veneno! ¡Tarde o temprano, ella los asesinará!

Y sus palabras eran fielmente comprobadas por los troncos secos alrededor, vacíos de vida y de color. La dama sonreía al pasar entre ellos, destrozando sus ramitas enclenques entre sus dedos pérfidos. Caminaba con el compás de una sombra enfermiza reflejada en una pared carente de lisura. 
Sus ojos estaban fijos en un tronco lejano que se divisaba al fondo del valle. Se dirigía a él con la mayor autoridad, con el mando del terreno al que amaba destruir, plantar y volver a destruir.

Era un árbol enclenque, frágil, de constitución desmejorada. Su corteza parecía desmoronarse a cada paso que la dama de las tinieblas daba hacia él.
Al fin estuvieron frente a frente. El árbol débil parecía mirarla con tristeza, brillando en su súplica. Sus ramas, de las que sólo pendían tres hojas amarillas, marchitaban con el fulgor de la mirada de esa pérfida mujer, se quebraban, se caían solas.

La dama sonrió, pareciéndole divertida la situación.
   —¿Qué es lo que tanto me ves? ¿Qué te divierte de mí? —le retó a su árbol.
   No le contestó éste, sino que se limitó a mirarla.
    —¡Tonta! ¡Ilusa! —le gritó, asestando una puñalada en su corteza.
    Tomó aire e impulso, luego nuevamente arremetió.
    —Ingenua, charlatana, mentirosa, egoísta... idiota —espetó, y volvió a lanzar su filo contra el tronco, hiriéndolo más.

El viento se detuvo para contemplar la crueldad de su propia dueña. 

    —Estúpida chica de los puntos suspensivos —murmuró entre dientes, sonrió y asestó la puñalada más profunda.


Y sus tres hojitas cayeron con el movimiento.




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Gracias, Andrea.