Bienvenidos!

Bienvenidos.
Gracias por visitar el pequeño nido del cisne.

Cuento con un pequeño compendio de escritos que van resultando de luces esporádicas de imaginación. Ratos de cielos color violeta sobre mi cabeza.


Escritor amateur, graduado de Letras, aunque lejos de los mejores honores. Aficionado también a la Historia y a la Filosofía.
Espero que encuentren amenos mis breves relatos. No aspiro a nada, pero me alegraré de saber si al menos una persona logró cautivarse un par de minutos. Supongo que eso hace la diferencia entre una rutina trazada y un devenir diferente.

¡Gracias de antemano!

miércoles, 13 de marzo de 2013

91. Te dibujó la brisa.




Hallándome exhausto de pasadas fatigas
a paso cansado, mi sombra temblando
fue la presencia entre un mundo de rimas;
el dulce olor de pasión de tus labios,
¿quién era la esencia vagando perenne
tras resquicios de un mundo olvidado,
burlándome a mí, burlando a Selene,
dejando tan sólo su aroma colgado?

Sueños son, vagando alrededor
del cosmos perpetuo gestado en mi alma,
Sueños son, dibujo encantador
De un rostro silente, templado en su calma;
del par de luceros naciendo en verano,
y la blanca nieve que tiñe su cuerpo,
y el mágico ritmo sereno y lozano
de finas manos trazando el recuerdo.

Era ella, mas mi mente era necia;
la brisa llevaba tu nombre en sus labios,
Gritaba en el aire con fórmulas recias,
untaba en mi oído tus letras sin cambios.
Y el dulce contorno pintó mis sonrojos,
Tu fina figura trazábase eterna;
Eróticas curvas, verdor de tus ojos,
hermosos cabellos, la mueca más tierna;

Tu cuerpo bendito plasmado en mi ser.
La llave de tu alma que surge al nacer
Cada latido de este febril corazón.


Ilusión del recuerdo, sueño de estío,
impiadoso del viento que piensa borrarte,
pues no eres real, tu cuerpo está frío
maldita distancia, por qué tan aparte...
Tocaba tu mano, tus gráciles dedos
tus suaves mejillas heladas se hallaban
Lloraba en silencio tentado a mis miedos
Gritando a los aires que lejos tú estabas.

Amor te profeso, lo siento muy dentro,
Mi mente no aparta mi ideal del encuentro
Encuentro bendito de tu cuerpo y el mío.

Será, será, mi hermosa felina,
Que mis esperanzas en ti yo derramo...
Será, será, será...
Será, será, será que te amo...



___

Para ti.

viernes, 8 de marzo de 2013

90. Dos enamorados suicidas.





Sentados frente a frente, ninguno de los dos dice nada, sólo sabemos que la hora final nos ha llegado. El mundo no lo ha decidido, la chispa provino de nuestras mentes, gestada por una juventud atolondrada. Te miro y tus ojos reflejan el vacío de la desesperanza, que nada queda luego de haber tomado nuestra última carta.
Estamos sanos y completos, pero no somos felices en este mundo. Tenemos el amor que necesitamos, lo que nos sobra es el entorno, que aplasta nuestras mentes como un zapato al insecto.
Nuestras bocas forman un rictus perfecto, no tenemos expresión, pero los sentimientos postreros revolotean en nuestro estómago queriendo taladrarlo para salir. Hubiera querido imaginarme que eran como pequeñas criaturas picando una mina, para encontrar la luz al final, pero no estoy de humor para las metáforas.
Tus ojos, con una tonalidad que me recordaba al amanecer primaveral por la mezcla del amarillo del sol resplandeciente y el verde de la hierba fresca, parecen querer soltar alguna escurridiza lágrima que tú evitabas. De pronto evitas mi mirada y jugueteas tristemente viendo a tu alrededor; cuando yo me descuido tú me observas con curiosidad.

—Tenemos que acabar con esto de una vez... —murmuro.
—Lo sé... —dices tú.

Noto un esbozo de pesadez en tus palabras, un plomo que no te deja levantarte de la silla y que se distribuye entre tu estómago, tu mente y tu corazón. Podía comprenderte con una simple mirada; nunca fuiste del todo predecible, pero tus sentimientos se reflejaban hacia mí con la mayor de las facilidades. Te comprendía cada mueca y cada ademán. Fuiste mía, después de todo.

—No sé... —añades luego, con titubeos.
—Anda —menciono, y me levanto de la silla con un poco más de decisión—. Toma mi mano.

De modo que te extiendo mi mano derecha, la cual miras fijamente con ojos tristes por varios segundos. Tus mejillas despiden una palidez casi cenicienta, tu cuerpo se mueve aún pero tu alma ya no tiene vida propia. Estamos dispuestos a morir.

—No tengo el valor para hacerlo... —dices de pronto.
—Será rápido, te lo aseguro... ¿recuerdas que lo prometimos? Moriremos juntos... Y moriremos cuando lo decidamos. Y hemos decidido que la muerte arribará hoy a nuestros cuerpos. No se necesita mucho valor para suicidarse, sólo... jala tu gatillo, mi amor...

Sonríes, sonríes para evitar que las lágrimas se resbalen por tus mejillas. De todas formas, nada queda.
Empuñas la pistola con un poco más de fuerza que yo a la mía, pero tus miedos comienzan a cesar.

—Toma mi mano —me pides.

Asiento, tomo mi arma con la mano izquierda, y con la derecha conecto contigo como me lo pides. Las miradas mutuas parecen eternas, quiero grabar el color de tus ojos en mi mente e imprimirlo en el más allá.

—Esto ha sido todo —susurro, llevándome el arma a la sien.

Me imitas, bajando la vista. La mano te tiembla, puedo notar que aún no estás del todo decidida.

—Querido...
—Dime, mi niña...
—Hazlo tú... mátame tú. No tengo valor para jalar el gatillo. No puedo...
—Sólo... sólo hazlo una vez. Yo lo haré al mismo tiempo que tú, mi amor... De esta manera nos desprenderemos de este maldito mundo terrenal y viajaremos muy, muy lejos, pero juntos para siempre.
—¿Juntos para siempre? —repites, dubitativa.
—Juntos para siempre. Después de la muerte no hay más límites. No me iré de tu lado jamás, por la eternidad. Te lo juro.

Tus ojos comienzan a apagarse, las lágrimas los están deshaciendo. Abres los labios, pero éstos te tiemblan, parece que no sabes exactamente qué decir.

—Quiero —murmuras.
—Quiero, también... —respondo con decisión.

Vuelves a apretar los ojos, quizá en un intento de contener el raudal de lágrimas. La mano que sostiene tu arma no es firme, pero el dedo está a nada de oprimir ese gatillo.

—No llores, mi niña... no llores, que seremos felices por siempre.
—Asesíname, mi vida... asesíname... no puedo, asesíname... Mátame... No puedo con esto. Quiero estar contigo, pero no quiero que por mi indecisión tenga que verte morir primero. No lo soportaría. Mátame, cariño, luego haz lo mismo contigo. Te lo suplico...

Trago saliva. Las cosas no son como esperaba, pero es el momento crucial. Nuestras vidas tienen que extinguirse. Miro mi arma, completamente cargada, luego te miro a ti, intentas serenar tu llanto, poco a poco lo vas logrando, tu respiración se controla lentamente, tus extremidades dejan de temblar.
Abres los ojos, me ves fijamente. No expresas nada.

—Te amo —susurro conteniendo una lágrima, y te apunto con el arma entre tus ojos.
—Yo te amo también... —dices, tragando saliva por última vez, mirando la boca del cañón tan cerca de ti, a punto de detonar. Sabes que no te quedan muchos segundos de vida.
—Nos vemos muy pronto, mi amor eterno...

No puedo seguir viendo tus ojos, no soportaría contemplar cómo se extingue su brillo. Me siento un asesino. Daño a quien más quiero, le quito su vida, la arrebato a mi voluntad de este mundo, y sin embargo, todo es porque la amo...
Giro mi rostro, aprieto mis dientes... mi dedo cumple con su función y oprime el gatillo.
Se escucha un trueno ensordecedor, mi mano bota hacia atrás, siento calor en ella, me siento húmedo de mi brazo y mis ropas, me tiembla todo el cuerpo...
Y al voltear de reojo, el cuerpo inerte que yo tanto amé cae como peso muerto.

Muerdo mi lengua con furia y las lágrimas me corren a raudales. ¿Qué acabo de hacer...?

Me apresuro a poner fin a esto. Me arrodillo frente a tu cadáver, tomo tu mano aún caliente, cierro mis ojos, bajo la cabeza, con la pistola apuntándome a la sien.
Todo ha finalizado, pero ha sido junto a ti. Ahora sí, seremos felices en el otro mundo, para siempre, lejos de esta porquería...
Seremos dos espíritus que se amarán por la eternidad, dos almas que murieron juntas porque así lo decidieron.
Otro tronido ensordecedor, luego nada.


___

Gracias, María Eugenia. Por tu detonante, por la inspiración en tus ojos, esos que enmarcan el deseo de revelar la línea entre la vida y la muerte.

El relato, naturalmente, es un ejercicio de entera ficción. No trata de hacer apología a nada en absoluto. 

viernes, 1 de marzo de 2013

89. Consulta psiquiátrica.



—Es sólo que... prefiero dormir en vez de estar despierta, sabe, ¿doctor? El mundo allá afuera es aún más horrible de lo que nuestra mente puede engendrar para espantarnos. Por eso no saldré nunca más de mi habitación.
—¿Por qué prefieres estar dormida en vez de despierta?
—Yo... bueno, quisiera saber si a todos en este mundo nos ha pasado sentir ese agotamiento, esa sensación de no poder más.
—A mí me sucede, a pesar de ser psiquiatra, si eso te consuela. Me ocurre cuando trabajo, señorita. Me levanto muy temprano a trabajar y los días son fatigosos, pero al final siempre llega la tarde; llegar a mi casa y entrar en mi habitación, tal como la tuya, me hace sentir que valió la pena el esfuerzo de mantenerme despierto. Créeme.
—Tal parece, doctor, que usted habla de agotamiento físico. Yo hablo de agotamiento espiritual.
—Jane, ¿es el agotamiento espiritual lo que te hace permanecer temerosa en tu habitación, sin desear salir bajo ningún motivo? Tu madre está tan preocupada por el comportamiento que presentas...
—Es el agotamiento... es el horror. Sólo quiero estar sola para siempre.
—¿Has pensado en salir acompañada? Reconozco que el mundo puede no ser hermoso, pero se siente mejor si cuentas con alguien en la vida, porque eso te da confianza y sensación de protección.
—No. A nadie quiero.
—¿Cuáles son tus pensamientos recluída en tu soledad?
—No tengo pensamientos propios, doctor. Soy un engendro mecánico... No me gusta hablar con nadie, y si ahora lo hago con usted, es porque la insistencia de mi madre no tenía fin. Espero que pronto pueda dejarme en paz.
—Tranquila, Jane. Así será. Sólo, por favor, dime qué piensas...
—Soy un títere de mi mente. Cuando duermo, mi mente me muestra los recuerdos más grotescos de mi vida. He pasado por cosas horribles que me he obligado a olvidar, pero en mis sueños llegan las remembranzas dolorosas. Veo cosas que... veo cosas que usted no imagina...
—¿No te molesta que tu mente se burle de ti, mostrándote esas cosas tan aterradoras mientras te hallas indefensa en el más profundo de los sueños, tornándose en pesadillas?
—Que se burlen de mí dejó de interesarme. Eso me incluye a mí misma.
—¿Por que, Jane...?
—Porque sí...
—No llores, Jane... toma este pañuelo, limpia esas lágrimas, por favor... Hablemos con franqueza, calma y amabilidad.
—Gracias, doctor...
—Dices que no te importa que tu mente se ría de ti cuando lo que más deseas es alejar los malos recuerdos. ¿Por qué lo permites? ¿Es que alguna vez te importó?
—Quizá, pero juraría que fue en otra vida. ¿Qué sentido tiene que me importe? De cualquier manera, no deseo volver al mundo jamás...
—¿Por qué, Jane?
—Cosas malas... cosas muy malas de mi infancia y pubertad...
—Dime... ¿qué has hecho para poder decir eso?
—Intentar vivir...
—Eso no se intenta, Jane, se logra al nacer... Tú vives de la manera que desees.
—Eso varía, doctor, dependiendo de lo que signifique para usted “vivir”...
—Lo mismo quisiera preguntarte, ¿cuál fue la vida que intentaste vivir?
—Una vida estándar, una vida equivocada, una vida que no era para mí. Éste es mi destino.
—¿Destino, Jane?
—Destino, lo que la vida me deparó desde el maldito momento en que nací.
—¿Y sólo una vez lo intentaste? ¿Cuándo caíste, cuándo decidiste rendirte?
—Cuando me di cuenta de que todo era una basura.
—¿Y si decidiéramos que puedes luchar una vez más, Jane...? ¿Qué te motivaría, qué te haría continuar? Cuéntame, por favor...
—Yo no deseo luchar por un mundo que no quiero.
—¿Y por cuál mundo luchas?
—Por ninguno... ¡quisiera morir! ¡Quisiera morir, doctor! Y lo más parecido a la muerte es el sueño profundo...
—¿Morir? ¿Soñar?
—Soñar, soñar... porque al dormir, me refugio en un mundo inexistente... en un paraíso.
—¿Cómo así, Jane? Hace poco decías que lo que te mostraba tu mente en tus sueños era aterrador y traumático.
—Eso es, doctor, porque detrás de la puerta todo es aún peor...
—¿En la calle?
—Sí. En la calle.
—¿Por qué en la calle?
—En la calle, en el colegio, en cualquier parte. Hay fantasmas que me persiguen.
—¿Cómo son esos fantasmas, Jane? ¿Físicos?
—No. Fantasmas del recuerdo. Fantasmas de lo que pasaba afuera.
—¿Qué pasó allá afuera?
—Me rehuso a contestar esa pregunta.
—Jane... ¿qué cosas solían gustarte antes de que pasara lo que pasó y que detonó en esta reclusión en tu habitación?
—...
—¿Jane?
—No sé. No me interesa. Tampoco a usted. Era otra vida, otro momento, un lugar lejano que mi mente no evoca. Ya nada queda, márchese, doctor. Me apetece dormir.
—Jane, déjame ayudarte...
—Hágalo entonces. Salga de mi habitación, por favor... Se lo suplico. Déjeme en paz... No podré vivir de nuevo. No logrará sacarme de aquí. Salga. No me iré. Salga, doctor...
—Jane... me iré por ahora... ¿Sólo deseas dormir?
—No vuelva mañana. Estaré durmiendo también. Y tomaré somníferos cuando despierte para volver a dormir.
—¿Por qué...?
—Porque soy hasta cobarde para matarme. Prefiero vivir del sueño. Un día mis pesadillas tendrán fin. Márchese, doctor, se lo pido.
—...
—...
—...Suerte, Jane...
—Hasta nunca...


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Esta historia pronto tendrá un audio de mi voz en cooperación con mi amiga "Bettle Red". ¡Un gran saludo por su enorme esfuerzo!