Bienvenidos!

Bienvenidos.
Gracias por visitar el pequeño nido del cisne.

Cuento con un pequeño compendio de escritos que van resultando de luces esporádicas de imaginación. Ratos de cielos color violeta sobre mi cabeza.


Escritor amateur, graduado de Letras, aunque lejos de los mejores honores. Aficionado también a la Historia y a la Filosofía.
Espero que encuentren amenos mis breves relatos. No aspiro a nada, pero me alegraré de saber si al menos una persona logró cautivarse un par de minutos. Supongo que eso hace la diferencia entre una rutina trazada y un devenir diferente.

¡Gracias de antemano!

jueves, 17 de octubre de 2013

¡100 entradas!

¡Y es así como este humilde blog oficialmente llega a las 100 publicaciones!
Muchas gracias a todas las personas que directa o indirectamente se han dedicado a apoyarme y a hacerle frente a cualquier obstáculo. Sin la ayuda de muchísimas personas no hubiera podido lograr este enorme proyecto personal (sé que pocas personas lo leen, pero esas pocas son las más valiosas para mí y para lo que conlleva tener que estar publicando mis pensamientos, reflexiones y cuentos, que aunque sean mediocres, son creaciones propias y de cierto modo me enorgullecen).

Nombrar a todas las personas que me ayudan en esto sería difícil, porque son muchas, pero debo agradecer principalmente a:

*Alice Moonlight, a la cual ya he expresado mi gratitud en varias de las publicaciones, dado que gracias a su chispa y su creatividad me ha ayudad bastante para la creación de nuevas ideas y desarrollo de algunas que han quedado trabadas. Alice, sabe usted el enorme agradecimiento que le tengo por diversas cosas, pero en el aspecto de la creación ha sido uno de mis pilares más grandes. Su sentido crítico y analítico es único. No hubiera sido posible superarme en mi etapa más mediocre si no hubiera sido por sus útiles y oportunas reprensiones.

*Mel, gracias por la inspiración que me causa tu persona, eres una caja de sorpresas y sin duda te debo muchas de mis ideas con tu simple presencia. Eres un enigma para mí, algo que sólo se compone de literatura y expresiones estéticas. Eres el mayor componente de las publicaciones más oscuras escritas en este blog.

*A Key mi hermana que, pese a la lejanía, siempre me apoyó en esto, estoy seguro que gracias a personas que creen en mí como tú continuaré esto adelante, éstas son apenas 100 entradas de muchas más que pienso publicar. Sinceramente gracias, no olvidaré cómo fuiste una de las primeras impulsoras de este blog cuando todavía estaba muy incipiente. No se ha convertido en gran cosa de forma objetiva, pero para mí sí, estoy feliz por esto. Gracias por todo.

*A María Eugenia, lamentablemente estamos distanciados física y espiritualmente en estos momentos, pero confío llegue el día en que deba editar esto para expresar lo feliz que me encuentro de que me haya vuelto a reunir emocionalmente con esta extraordinaria persona. Fuiste la mayor aficionada a este blog, lo leías a diario y sé que te conoces de memoria muchas de las entradas. Gracias por ese grandioso empujón que le diste a mi ánimo en momentos en los que lo necesitaba, has sido parte de mucha de mi inspiración, y eso jamás, jamás lo voy a olvidar.


*Nombraré de forma impersonal a todas esas personitas que en mayor medida me han ayudado con la elaboración de algunas de las publicaciones o que de cierta forma me han alentado. Gracias, Vico, por el cariño, en tu nombre plasmo una entrada, la de Paraíso. Gracias a Kai, por haber tenido la amabilidad de impulsar y promover este blog en sus inicios. Agradezco a mi ex-maestra de Taller de Composición Aracely Álvarez por creer en mí y darme su impulso también en cuanto lo necesité. Gracias a mis lectoras Alessandra, Fernanda (las dos, no deseo dar apellidos pero si lees esto, alúdete), Kohome, la fiel Estrella Solitaria; un agradecimiento tremendo a Onix, grandiosa artista, quien me ayudó a ilustrar uno de los cuentos predilectos de mis valiosos lectores "El juego", y en general a todas las personas que se han parado por aquí, sean conocidos o no, y que han leído por lo menos la más breve de mis publicaciones. En verdad se los agradezco de corazón, los conozca o no es muy significativo para mí.

¡Ahora vamos por las 200!

99. Frente al espejo.





Su sonrisa favorece a mi espíritu y me siento aliviado al verla.
Frente al espejo, mis ojos firmes ante él, mi desgarbada figura importa muy poco ante la perfección de su belleza.
Me toma el hombro, sonríe con una indiferencia placentera ante los dilemas de la vida, y sus finas manos posadas sobre mí me destruyen cualquier defensa.
No hace falta el viento para que sus cabellos luzcan un efecto ondulado, y su poderoso color rojo deslumbre en el aposento entero.


Frente al espejo, no hace falta más que una sombra que simule mi desdicha y a la vez mi esperanza. Mi estabilidad anímica es peligrosamente amenazada con la simple idea de su presencia.
Queda morder mi labio inferior, cerrar los ojos, dejar que se acumulen las lágrimas tras mis párpados y tragarme el amor hasta el fondo de la médula.
Desear que deje de mirarme con esos ojos demasiado especiales.


Frente al espejo, sólo dan ganas de darle un puñetazo. No hay a quien dirigirme salvo a mi reverenda estupidez y mis añoranzas de las vivencias dichosas del pasado.
Hoy es un fantasma que deambula por los recónditos pasajes de mi interior, que fulmina mi corazón cada vez que recorre hasta él, que me recuerda al amargo sabor del veneno.
“Amor”, me dice, a veces. Mi boca no se complace en dibujar sonrisas ante sus aleatorios comportamientos muy poco comprensibles. Creí haber llegado a un punto en el que las tormentas ya ni se dignaban a mojarme la piel.


Frente al espejo, todo es una fantasía; tras de él me atormenta la idea de que mi vida no está. Se me escurre por los dedos, como el agua traicionera que uno salva entre las palmas y se esfuma.


Princesa, no mereces nada, pero te amo.

98. Princesa.






¡Saludos! No suelo hacer esto, pero hoy haré una excepción; he hecho mi propia versión, humilde y aminorada, de una de mis canciones favoritas de cierta agrupación que yo admiro muchísimo. Dicha banda es Sonata Arctica, y la canción en la que me he inspirado es Tallulah. Lo hago como mero entretenimiento y para expresar mi gusto por su música.

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Tal vez hayas olvidado de aquel lugar, el acantilado a las orillas de la ciudad, y la lisa roca en donde ambos nos sentábamos para ver cómo se ponía el sol a la lejanía, ocultándose detrás del mar, entre las negras islas del horizonte. Tomaba tu mano, no la soltaba, la aferraba como si en ello se me fuera la vida. Simplemente, no deseaba perderte. Se dice que lo que se tiene no se valora hasta que se pierde, pero yo solía demostrar lo contrario. Tus dedos, finos como la seda, se engarzaban entre los míos en tonalidades ambarinas propias del reflejo del atardecer.


—Estaremos juntos por siempre —susurraste en mi oído, y te acomodaste en mi hombro sin despegar la vista del astro rey que, a la lejanía, se hundía en las aguas para dormitar.


Asentí, creyendo tus palabras. Sonreíste también, por la seguridad que imprimías. Estabas enamorada de mí, guardabas una ilusión en tu corazón y deseabas no separarte de mi camino.


Ahora, lado a lado, sentados en una típica banca del parque central, me dices unas fatídicas palabras que me hunden mi corazón.


—¿Sabes? Deberíamos considerar en terminar lo nuestro...


No dije nada por un lapso de tiempo, sólo miré al vacío tomando mis manos, saboreando las palabras dictaminadas. ¿Era posible que después de tanto que hemos convivido juntos, me quisieras dejar?

Las lágrimas no tardaron en agolparse tras mis ojos, pero el silencio había invadido el lugar después de aquella frase azarosa. El ambiente había enmudecido por completo, no sólo nosotros.

De pronto rodeaste mis hombros con tu brazo en un gesto probablemente afectuoso. Me acercaste a ti, me abrazaste, pero estaba tan atolondrado por aquella decisión tuya, que ya veía venirse desde hacía semanas atrás, que me deshice pronto de ti. Levantándome con una decisión fingida y con las rodillas temblorosas, no me animé a verte al rostro. Alcé la vista al horizonte, al final del camino empedrado del parque, mordiendo mis labios para evitar que mis lágrimas escaparan. Frente a ti, eso siempre fue motivo de vergüenza.

Te pusiste de pie también, y no tardaste en tomar mi mano y volver a acercarme a ti. ¿Qué deseabas ahora de mí?

Tuve la repentina sensación de que no tenías las palabras adecuadas para una despedida formal.

Yo sí tuve una, sólo una. Me acerqué a tu rostro, indeciso por un instante, para luego agitar la cabeza ligeramente y plantarte un débil beso en la mejilla.


—Adiós... —dije con la fragilidad de mi garganta destrozada por el esfuerzo de contener los sollozos.


No dijiste nada. Me miraste triste, con el agotamiento de una persona que hace un mal involuntario. Sé que no disfrutabas de mi dolor, princesa. Pero no había otra cosa que se pudiera esperar de tan dolorosa despedida. Era una situación que ya venía planteándome. Tu falta de amor o de afecto, tu lejanía, tu indiferencia, me partían el corazón. Tal vez haya sido lo mejor...


Te solté, di la media vuelta después de esa contundente palabra, y me alejé a pasos lentos. Imploré a Dios que no corrieras a verme, porque iba llorando.



Y ahora, sentado en la oscura acera de la calle, frente a mi casa, completamente solo, contemplando las nubes iluminadas por cierta luna escondida tras ellas, te recuerdo.

Y recuerdo a la perfección todos aquellos detalles que hacían de nuestra relación un paraíso, la mejor decisión de nuestras vidas. Difícilmente tú recordarías todas esas pequeñas cosas que yo conservo en lo más fresco de mi memoria. Esos besos, ese paseo, ese obsequio, esa carta, ese juego que probamos juntos, esa vez que visitamos la costa por vez primera.

Simplemente, no entiendo por qué tenía que acabar nuestra gran aventura, por qué tenían que desmoronarse nuestros planes y sueños. Yo deseaba morir a tu lado.}


¿Recuerdas las estrellas fugaces de aquella noche, en la que caminamos juntos por el campo? Probablemente no...

Juntos pedimos un deseo, princesa... juntos lo pedimos.

Espero que el tuyo se haya hecho realidad... el mío me traicionó...


Cada instante de memoria es un puñal nuevo atravesando mi corazón. Tu decisión, ésa es la que más duele. Debiste haberme detenido, pero no lo hiciste. Diste media vuelta, no sin antes soltarme la mano esbozando una falsa sonrisa para tranquilizarme, para señalarme que, después de todo, las cosas seguirían bien. Estaríamos vivos y podríamos continuar adelante solos.

Pero sólo me comunicó una especie de traición, de dulce traición, que yo perdonaría sin chistar.

Porque te amo.


Princesa, me di cuenta que es más fácil vivir en la soledad, que vivir con el miedo de que el amor termine un día. Contigo, pensé que me sentía seguro, que nada en el mundo podía cambiar si tenía tu mano, y tu sonrisa diaria. Pero ahora me doy cuenta que el amor es un horror sin fin. Un día, todo termina.

Princesa, te ruego que encuentres esas palabras que se te escapan, y hables conmigo. No sólo enmudezcas. Me duele. Dime que me amas.



Pasa el tiempo y no te olvido, mi hermosa dama. Pero éste no me ayuda a superar un solo recuerdo de tu vieja presencia, de tus besos.

Te observo caminando por la calle, de la mano con aquél chico tan atractivo. Me escondo tras la esquina, con una curiosidad morbosa los observo alejarse por el otro lado del camino, probablemente amándose o probablemente jugando. Sin encontrar el sentimiento adecuado para imprimirle al joven que te acompaña, lo veo besándose contigo, con mi hermosa reina.

Osado sería salir a saludarte, salir a verte de cerca, que me dirigieras una palabra. No me corresponde más... ¿cómo poderte decir sencillamente hola, cuando aún conservo el eterno sabor de ese “adiós” que te solté cuando me destruiste?

El sentimiento está más vivo que nunca, tan vivo como mis lágrimas que escurren por mi rostro sin querer detenerlas, ya que no me puedes ver.



Ruedo por mi cama desconsolado al rememorar tu rostro, no puedo conciliar el sueño. Siento la culpabilidad tremenda del error de dejarte ir. Perdí mis estribos, te dije adiós, de esta forma es como me castigas...

Princesa, princesa mía, podría volver a tus brazos si tan sólo me dieras una oportunidad...


Mordiendo mi almohada de la rabia y el dolor, sé que yo te amaré por siempre, hagas lo que hagas, con quien estés y en donde te encuentres. Siempre le pertenecerás a mi corazón.

97. Fotografía.






Ha pasado fugaz por mi mente en días tan comunes y tan vanos, lo que ella es para mí, y no puedo evitar lanzar una delicada comparación a las ramas del pasado y del olvido.
No solía sonreír, pero ahí estaba ella, haciendo su esfuerzo siempre minimalista de lucir bien ante la cámara. Yo la abrazaba, ella a mí no. Tan sólo lo hacía de vez en cuando. Momentos tan esporádicos como los relámpagos del cielo, que ahora se ven y luego no.

Llevaba esa bolsa porque le prometí ir de compras, al final olvidé el dinero y creo que fue a propósito.
"No te preocupes", le dije, "paseemos de igual forma por la plaza y compartamos juntos un momento más de nuestras existencias".

Ella siempre tan espiritual, tan desligada de lo terrenal, había aceptado acorde a mis planes.
Previo al enmarcado eterno de aquel día, estuvo el sol bañándole su rostro pálido, y el mundo entero aglomerado en la plaza.
Fue un día sin sonrisas, porque frente a ella jamás necesitaba sonreír. La hipocresía se le resbalaba como si tuviera un eterno repelente. Pero yo fui feliz junto a mi amiga y su compañía taciturna, con sus tintes de depresión y melancolía tangibles.

Fui feliz y capturé la fotografía a las afueras de la plaza. Creo que ella también lo fue, a su manera. Después de todo, terminé comprándole un collar con el dinero de mi comida.
No hubo mucho agradecimiento y yo tampoco lo requerí. La dejé ir después de la fotografía. Creo que la abracé, no recuerdo, pero si lo hice, lo hice bien, porque era nuestro momento.

La fotografía a color me recuerda al gris de las cenizas. Hace ya mucho tiempo que nuestra amistad quedó enterrada en los campos de la historia... de mi historia.



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No es una historia personal.
A mi querida Mel, fiel reflejo del dolor y la melancolía.

96. El bosque.





Sintió el aire helado, demasiado húmedo, por su rostro y cuello, y un graznido agrio le pareció presagiarle el mal.
La mujer caminaba hundiendo sus botas en la superficie de nieve, y ésta le atrapaba sus pasos, la absorbía, le advertía con mudeza que se detuviera. Perpetrar en el bosque en busca de quien debió amar no la haría encontrar el sentimiento perdido al final de éste, y después de todo, ¿qué sabía ella sobre el amor?

El ruido sutil y líquido del hielo cuajándose y cayendo desde los desnudos ramajes asemejaban el glaciar de su espíritu, atacado por una llamita endeble y absurda.
Sus labios aún sabían a traición, pero era porfiada.

Si había algo que componer en su conciencia, ya la noche había caído en su interior. Tras la negrura se vuelve imposible manejar los sentimientos.
Sólo era una pobre infeliz.

Las botas aplastaban una nieve blanca y pura; a su paso, el crepúsculo difuminaba el camino y su propia traición ignominiosa.
Su luz era la violenta vergüenza, usaba cual linterna débil su confuso corazón ahora derretido, tanto como la nieve de las umbrías ramas, que parecían desmoronarse en un trágico final.

El viaje en busca de su marido no la haría acreedora a la absolución de su pasada aventura con el hombre que había prometido acompañarla hasta el fin del mundo y le temblaron las rodillas al serle solicitado que la acompañara al bosque.

Fue al son del danzante astro Rey ocultándose tras la espesura, que la mujer sintió frío de verdad, un aire gélido extraño, la pena tras la mentira.
Quizá no sería perdonada.

Un ramaje helado se movió a su izquierda y ella no se percató. Las pisadas eran blandas, cual blanda era la nieve. Algún furtivo estaba cerca de ella, no era el espíritu del arrepentimiento, no era el fantasma del pasado. Era un ente físico, un maleante, un asesino, un ladrón. Un malhechor.
Y ella pensaba en su viejo amor, cegada por la luz de las débiles estrellas.

Un hombre salió del espesor incierto, del negro hielo.
Agazapado, furtivo, tras la espalda de la mujer del abrigo de armiño, se acercaba tenaz.
Y la mala hembra, relamiendo sus labios sin enterarse de la peligrosa situación, sólo acertaba a encontrarse con el sabor que el amante le había dejado en sus labios.

Luego no recordó más. Un brazo en su garganta, un grito ahogado.
El bosque recuerda el resto; una mujer desnuda en la nieve, un hombre sagaz hurtando sus pertenencias. Y el cielo recuerda a un hombre inocente que se queda solo para siempre.


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Pequeño ejercicio de clase.

95. Ingenuidad.







Hubiera podido seguir soñando con la mujer que reinaba en sus pensamientos, pero la sonoridad ambiental lo hizo volver a la realidad. ¿Qué tan lejos se encontraba de estar cerca?


Al abrir los ojos y parpadear un par de veces para espantar las reminiscencias de la fantasía, comenzó a pasar por su paladar esta frase, este juego de palabras, y a saborear el asunto, con la dulzura de una retórica aparentemente compleja. Lejos, pero cerca.


Ya se había anunciado el feliz aterrizaje, su tierra estaba bajo sus pies, a varios metros de distancia.

“De esas nubes que me cobijaron gozaste su sombra”, pensó el hombre, mientras degustaba el olor de la promesa casi cumplida, el encuentro, el abrazo, el beso, esa tormenta de preguntas que le haría su mujer al verlo llegar, apareciendo tras una multitud enfadada del viaje. No le preocupaba el estrés, mientras tuviera la sonrisa de aquella hermosa sirena que había logrado conseguir como esposa.


“¿Quién podría negar que mi leal mujer no ha hecho sino observar las estrellas en mi ausencia, esperando que yo también las contemplara desde algún punto lejano para que por lo menos nuestras miradas se cruzaran en el universo?”, meditó el enamorado hombre de negocios. Cualquiera que le hubiese dicho que ella lo engañaba con otro mientras no estuvo, hubiera sido tomado como el más perfecto de los mentirosos y envidiosos.


El aterrizaje le parecía monótono y soporífero, añadiéndole más densidad a sus ganas, más peso a sus plomizas nostalgias. Trataba, con esas ansias de niño pequeño, de encontrar el rostro de su mujer incluso entre las mismas pasajeras del avión, sin querer realmente hallarlo: la fórmula se limitaba a buscar lo que evidentemente no estaba ahí. En su estómago se revolvía un amalgama interesante de anhelo y pretensión que parecía enfermarlo. No podía esperar a correr hacia ella al verla. “¡Y lo feliz que se pondrá al ver los regalos que le he traído desde allá!”, pensaba mientras se sentía casi un héroe digno de ser recibido con la mayor pompa y festejo.


Sintió, casi mecánicamente, cómo las pequeñas llantas del avión se fundían con el pavimento al fin, poniéndole punto al viaje. “Cuestión de unos cuantos giros más de esas ruedas”, pensaba el hombre, “para que me dejen bajar de aquí”.


Y pegó la nariz a la ventanilla esperanzado de encontrar alguna pista que desde ese momento le pusiera en su mente la existencia real de su mujer, de que nada era un sueño, de que estaba bien despierto y que en unos escasos minutos la iba a reconocer.

Quién diría que su mujer se revolcaba con su amante al no advertir la llegada anticipada del hombre que deseaba darle una sorpresa con su presencia; que jamás había leído la carta que él le había enviado, que estaba demasiado ocupada disfrutando de su presunta libertad.


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Pequeño ejercicio de clase.

94. Todo acaba.





Los infortunios atizan azarosamente a los diversos sectores de la vida, como si tuviera alguna enemistad arraigada contra el ser humano. De pronto es capaz de jugar con los hilos de la existencia, tensarlos, incluso romperlos, yéndose después con una sonrisa de satisfacción infantil, sin dar explicación alguna sobre su comportamiento.

La vida es demasiado corta y frágil, además de traicionera, pero eso no lo pensaba la señorita Melissa cuando, distraída, abordó el metro de regreso a su casa.

Venía maldiciendo en silencio, un poco entre dientes, antes de llegar al transporte público; cuando lo tomó ya se había calmado un poco en sus pensamientos de violencia y negatividad.

No iba a ponerse a pensar que, después de haber dejado con el intento de una bofetada a quien era su prometido, iban a separar completamente sus caminos.


Tomó asiento con la insatisfacción reflejada en su rostro. Había basura en su mente que le ofuscaba de lo que debía importar. Se mordía el labio una y otra vez en un acto reflejo, molestándose más por dentro, odiando a todo lo que se movía alrededor. Pensaba en darle un escarmiento al maldito necio que había sido grosero con ella, no hablarle en varios días, no contestarle sus llamadas insistentes, dejarlo en el limbo de la inseguridad y la incertidumbre.

Lo cierto es que Melissa no era una chica con demasiados escrúpulos. Una pequeñez podía agriarle la noche, y su espíritu vengativo le indicaba reflejar su pesadez sobre los demás, específicamente con su amado. Era verdad que lo llevaba en su corazón, pero ella parecía querer más a su orgullo.


Quien es desgraciado suele atraer hacia sí las penas más profundas. No pasa un instante de insatisfacción con el mundo para que algo más vaya a golpear su existencia. Pero Melissa no temía al destino. Revolvía con una mueca sus pertenencias en su bolso, sin buscar nada, pero por lo menos moviendo sus manos para que le alejara la sensación de inutilidad.

El metro avanzaba veloz, y por ella continuaban pasando los sentimientos negativos. Su ceño fruncido no indicaba prosperidad en su ánimo, sino que por el contrario, parecía hundirla emocionalmente. Él era un idiota, era un patán. Sí, lo amaba, pero se complacía con ofenderlo en su mente, porque eso se sentía bien.

“...Y no volverá a saber de mí”, se decía a sí misma, “al menos hasta que yo lo decida”.


No había pensado en que probablemente el destino sería quien decidiera lo que pasaría entre ambos amantes.

Melissa nunca supo exactamente qué ocurrió, tampoco fue verdaderamente relevante. Quizá su recuerdo más fresco después de la nada fue una luz, una luz inmensa que provino de todos lados repentinamente, colándose por las ventanas, llenando todo el espacio de su resplandor. Un golpe seco y sonoro, pero eso vino después. Era todo un estallido. Nadie comprendió lo que ocurría, pero tampoco importaba.

De pronto, gracias al golpe, todos habían perdido la conciencia y probablemente algo más.

Mientras la persona que se sentaba al lado suyo se había atorado entre los metales retorcidos de los asientos, Melissa había sido lanzada hacia la puerta con la violencia de una devastación, y por una fracción de segundo, si bien incomprensible, supo que todo había cambiado completamente.

No iba a poder adivinar que su amado no la vería nunca más, que el castigo impuesto sería eterno, que las últimas palabras hacia quien amaba con su vida fueron ofensas, que sus últimos pensamientos fueron basura ante el que fue el más importante de su vida.

Todo acaba, todo termina en esta horrible vida, de la forma más injusta y arbitraria.


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Pequeño ejercicio de clase.

93. Será.




"¿Será, será, que si te digo lo que te quiero, dejarás de quererme?
¿O será que si no te lo digo, me querrás por siempre?"

Mente embrollada, laberinto humano. Reminiscencias de una madurez demasiado desarrollada y estallada en mil pedazos.
Así es su cabeza.

En mi boca está el amor no dicho, en mi boca está María con su será.
Porque el será forma parte de su integridad, es indesplazable y se devora como el postre de su misterio.
Porque el error humano tiende a afectar el alma propia y masticar los pensamientos lúcidos hasta hacerlos pastosos e inservibles.

Todo queda en un será. Porque María dijo estar enamorada de mí, debe ser normal preguntarse por qué será que ahora su amor es un fantasma que grita que existe a pesar de su invisibilidad.

Será que se fastidió, será que se aburrió, será que las cosas no se dieron, o se dieron de sobra. Germinaron muy pronto como para marearla, o será que germinaron muy lento y se rió de la ilusión pobre, gestada de una depresión de medio tiempo.

Y el será se repite mil veces en mi cabeza, al compás de su nombre, que danza con la incertidumbre.
Porque su mente es un laberinto y espero que tenga salida.