Bienvenidos!

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Gracias por visitar el pequeño nido del cisne.

Cuento con un pequeño compendio de escritos que van resultando de luces esporádicas de imaginación. Ratos de cielos color violeta sobre mi cabeza.


Escritor amateur, graduado de Letras, aunque lejos de los mejores honores. Aficionado también a la Historia y a la Filosofía.
Espero que encuentren amenos mis breves relatos. No aspiro a nada, pero me alegraré de saber si al menos una persona logró cautivarse un par de minutos. Supongo que eso hace la diferencia entre una rutina trazada y un devenir diferente.

¡Gracias de antemano!

viernes, 7 de marzo de 2014

104. Con odio, para ti.





Te refugias tras tus propios brazos y te frustras porque ellos no pueden contener tu vertiginosa caída al abismo. Sí, a ese abismo que tú misma creaste.

Estás conociendo las lágrimas. Ese concepto tan vago, tan incomprensible para una jovencita con su vida resuelta. Conoces ahora las lágrimas de verdadera tristeza, de la tristeza que produce el hueco de la soledad.

Te sientes rodeada de personas a las que no les importas. Te abandonan, porque tú las alejaste. Y eso te frustra. Te amontonas los dolores tras la garganta y expulsas tu alma por las pupilas temblorosas y sobrecargadas.

Te atreves a huir de ti misma. De los muros que tú misma te construiste y que ahora te das cuenta que son tan franqueables. Corres, estando en el mismo lugar. Corres porque donde estás no hay nadie, sin saber que avanzas más y más hacia la oscuridad. Una oscuridad de la que quizá no salgas, tal vez porque ahí es donde perteneces.

Abrir los ojos es darte cuenta de tu propia miseria. Es voltear a ver tu propio corazón negro, mancillado, podrido, corrompido por tanto veneno que dejaste entrar y que lo recibiste con los brazos abiertos para hacerlo formar parte de tu integridad. Y al fin estás viendo lo que tu ceguera te impedía en el pasado.

Y te sorprendes, te sorprendes de lo mucho que te han dañado. De cómo han dejado hirientes huellas en el lodo de tu vida y se han desvanecido esas personas que amabas.

O quizá, de cómo pretendiste hacer tu propio cuento de tragedia para que las heridas infringidas fuesen más notorias aún bajo tu propia navaja.

Quisiste ser rica al lado de muchos amigos vanos. Pensaste que todos te querían porque tu falsedad les invitaba a acercarse como una carnada a un pez incauto. Ésa era toda tu fortuna. Ese buen trato que tanto te costaba fingir pasó a cobrar su factura y ahora te han abandonado.

Quisiste abarcarlo todo, pensando que todos estaban en la obligación de quererte. Como un contrato del cual no hay ruptura. Lloras porque han roto las cadenas que les aplicaste a sus pies.

Aparenta rodearte de tres o cuatro fieles soldados que crees que no te abandonarán en la batalla. Aprenderás, muchacha, que ellos finalmente morirán también, o por lo menos, huirán pensando sólo en salvar sus propias vidas.





Tan sólo querías ser una persona de importancia ante los demás. Las apariencias siempre fueron el ingrediente principal de la receta de tu decadencia.

Te ves en ese espejo social que tanto te deformó. Te ves y no encuentras nada, porque realmente nada posees. Eres una mezcla de las expectativas de los demás y de tus propias ocurrencias que tu corta mente jamás pudo aplicar para hacerte crecer como persona. Sólo hay una sombra ahí y es que eso eres.



Y ahora que estás sola, es cuando yo me alegro. Porque pudiste tenerme ahí, como el más fiel amigo, pero preferiste desecharme y lanzarme a la basura entre insultantes frases. Pensaste que te sobraban personas que te querían. Pensaste asimismo que eras una persona a la que jamás le faltaría el amor.

Deseo que tras esa lágrima de soledad, siga una última por los tiempos pasados. Cuando el peso de la verdad caiga sobre ti, y la luz del sol tras las nubes te deslumbre, te desplomarás sabiendo que jamás fuiste feliz. Tus sonrisas eran simplemente muy plásticas. Jamás fuiste feliz, lo sabemos ambos.

Detrás de ese odio fingido de humildad, de esa carga de plomo en tu estómago que disfrazas de tu característico intento de bondad, sabes que es a ti a quien te desprecias. Eras una reina falsa que sin sus súbditos de juguete corre temerosa por el bosque implorando que alguien la rescate de la oscuridad.

Y yo me río. Me divierto. Me complazco. Porque estás aprendiendo al fin lo que es una verdadera traición de quien esperabas todo.

Porque no soy yo el perdedor. No, no soy yo, que vivo libre, sin preocupaciones y sin expectativas recargadas en los demás, quien ha perdido en tu sucio juego de dominio.

Quizá algún día aprendas que has desperdiciado tu vida entera en fingir ser una bella muñeca que, tras los finos vestidos, no es más que un guiñapo. Que tu valía está por los suelos y que, gracias a tu torpeza por no poder contener a quienes realmente te querían, mereces las lágrimas que estás derramando. Ésas y muchas más.