Bienvenidos!

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Gracias por visitar el pequeño nido del cisne.

Cuento con un pequeño compendio de escritos que van resultando de luces esporádicas de imaginación. Ratos de cielos color violeta sobre mi cabeza.


Escritor amateur, graduado de Letras, aunque lejos de los mejores honores. Aficionado también a la Historia y a la Filosofía.
Espero que encuentren amenos mis breves relatos. No aspiro a nada, pero me alegraré de saber si al menos una persona logró cautivarse un par de minutos. Supongo que eso hace la diferencia entre una rutina trazada y un devenir diferente.

¡Gracias de antemano!

sábado, 19 de septiembre de 2015

117. Palmira





Tú eres, Palmira, mi vida y pasión,
columnas heroicas y efigies doradas;
a fuerza de espada tracé mi morada
la mano en la rienda, montada al bridón.

Eternas arenas, marcando el caballo
las huellas valientes que ya desmoronan
las viles pisadas romanas: ¡pregonan
que ha de ceder al Imperio el vasallo!

Tú eres, Palmira, mi fuerza, mi fe
que yo desconozco alejada de ti;
en Roma, ¡maldita!, me buscan rendir,
¡pero antes luchar, combatir, perecer!

De frente al desierto, ¡ya viene Aureliano!
asedia rampante, jinetes y arqueros.
¡Luchad, palmiranos, que hoy venceremos
al cruel detentor, al Imperio Romano!

¡Por estos desiertos, arenas y ríos,
que rueden los cuerpos, los miembros, cabezas,
defiendan las torres, cerrad fortalezas,
derroten legiones, que vuelvan sombríos!

¡Tú eres, Palmira, la tierra que rijo
espada y espuelas, por ti yo perezco!
¡Tú eres mi sueño, el fin que obedezco,
a ti mi firmeza y mi temple dirijo!

¡Ya caen, palmiranos, redoblen vigor!
¡Que el cielo a las flechas las vea perforar
y el suelo de botas se sienta temblar!
¡Esfuerzo! ¡Presteza! ¡Coraje! ¡Valor!

Contemplo, Palmira, tus casas en llamas,
Soldados más fieles mandobles reparten,
Los unos, los otros, el suelo comparten,
Venciendo al final, Aureliano y sus armas.

No caigas, Palmira, mi hogar adorado,
mi mente me parte al soñar el recuerdo:
"La reina guerrera", fatal desencuentro
de aquel sobrenombre y mi fin ultrajado.

Tus ruinas evocan, belleza que inspira,
la enorme escición, suceso que oprobia
a Roma, y mi nombre, Septimia Zenobia,
¡azote que humilla: el Imperio Palmira!​