A veces me veía lindo en una repisa, en medio de un torbellino de inquietantes colecciones grises.
En los momentos de soledad infinita, solía bajar mi rostro y me permitía una mirada humilde hacia mí mismo.
Cuando ella entraba sola en su habitación, mis ojos se iluminaban con el destello fugaz de un astro; entonces descendía a toda prisa de mi mueble y corría a cobijarme en su silueta y a alimentarme de mis ganas de amar.
Tres caricias frías, apenas para sacudirme el polvo almacenado en mi rostro era lo que recibía a cambio, y unas palabras falsas para mantenerme esperanzado de algún día dejar de ser un muñeco, un ser sin vida, manipulable.
Este juguete la quería... ¡No! Aún más... La amaba...
Dos, tres, cuatro, cinco vueltas al engrane, me daba la suficiente cuerda en mi espalda para que yo mismo marchara hacia el mueble de la habitación, lo escalara y me colocara de vuelta en la repisa, adornando su vida, mientras ella iba a divertirse. Mi sonrisa era imposible de eliminar; en el amor siempre se debe ser dichoso, o al menos eso se supone.
Una mueca de ella, porque no estaba en la posición adecuada, justo al centro de la carpeta en la repisa; muecas de desilusión porque el juguete que ella decía ser su favorito, no podía ser perfecto.
Pero el muñeco tenía la sonrisa pintada.
Ilusiones, día y noche, de que su dueña valorara el esfuerzo que representaba mantener esa sonrisa perpetua en su rostro, de que su sombra no decayera tras la repisa, de que sus ojos fijos y vidriosos no miraran a otra persona que no fuera la dueña de la habitación.
A veces, ella entraba a la estancia con varias amigas suyas. Entonces, yo sonreía con más ganas, mi mirada brillaba con ímpetu, para parecer un juguete más hermoso y llamativo. Para que ella se glorificara y presumiera que había encontrado un objeto caro y difícil de hallar. Para provocarles envidia.
-Sí, él es mi juguete favorito -solía decirles-. Y el más valioso de toda mi colección.
Cómo ellas sabrían que yo era la pantalla de su ego, su máscara el telón tras el cual ella se escondía con su verdadero juguete favorito, el que no mostraba ante el mundo porque no lo aprobarían.
Yo, sólo servía para adornar su propia repisa y para llevar el ostentoso título del que el otro se salvaba, pero no para jugar conmigo.
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Me inspiré en cierta persona y la reflejé acá.
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Me inspiré en cierta persona y la reflejé acá.