El polvoso olvido se desechaba de su figura pétrea y se zambullía en nuestras aguas para infestarlas de basura.
Los canales con aroma a rosas y flores diversas que solíamos cuidar, acrecentando sus perfumes, están llenos de tierra.
Lo que germinaba en sus orillas es el vestigio penoso de lo que tuvo su esplendor tantos meses atrás. A veces parece tanto, a veces parece tan poco.
Es inverosímil creer que una rosa florezca sin sus gotitas cálidas que la hacen sonreír ante el sol.
Y hay pétalos muertos en tus manos, cariño. Tantos que ennegrecen tu piel y tu alma -eulogía satánica desprendida de tu cuerpo.
Malas lenguas viperinas, fungiendo calidades de consejeras musitan, formulan mudas, que la puerta ha de cerrarse. Que por ella no ha de entrar el aroma del deseo, mas podredumbre residual, de algún viejo amor, será quien ingrese y me hiera mi olfato.
¿Y ese rostro de ángel? ¿Ése, que despide el delicioso olor de la esperanza?
Puedo sentir la presión de varias manos gigantes, sobre mí, a mis costados, me afianzan, me jalan y me aplastan. Y la saliva escupida del futuro en mi rostro, que se ríe de mí al no poder verlo, al estirar mis manos para buscarlo a tientas, como un ciego desesperado por encontrar su bastón. Le torcería el cuello.
Y a ti te mordería la mano antes de que ésta me ahorque, angelito.