Ornamento especial de tu espíritu, vil fruto cien veces maldito por los anales de la Historia; le darías un nuevo enfoque con la gloriosa hazaña que te va a investir dentro de poco.
Héroe que salva a la cobarde multitud, aglomerada tras de ti, junto a mí; curiosos, expectantes, no merecerían mi vida, porque ni siquiera merecen las suyas.
Diestro, hábil cazador, ésta podría ser tu mayor recompensa, tu figura trascenderá más allá de los montes, la mía quizás caiga maltrecha, atravesada y mancillada, bajo la eterna sombra de este tronco.
Cincuenta efímeros pasos, difuso y preciso reflejo de nuestra propia fraternidad. Tú ves mi sombra sumada al apéndice sobre mi cabeza, una silueta casi antropomórfica. Yo te veo claro bajo el dorado del sol y conozco tu rostro tenso. No desconfío de ti, pero sé lo que representa. Ese destrozo que revives cuando pierdes a tus presas. Te enfrentas a la mayor de ellas, aun siendo pequeña e inmóvil. Está sobre mí.
Gritan a nuestro alrededor. No dudo del morbo. No todos están de tu lado.
Vil manzana de la discordia, hostil fruto que fue en el Paraíso objeto del desplome; más arriba de mi frente la he puesto y es para ti. No tengo miedo. No estoy pensando en mí.
Podría colocarla frente a mi pecho, que tu feroz saeta funda su color carmesí con el de mi corazón, y hacernos uno mismo: mi falsa voluntad y la desavenencia.
Pero no quieres eso y no es por mí.
Yo tampoco lo quiero para ti.
Apresúrate a ser, pues, el héroe de los siglos. Tu hazaña está escrita en la punta de tu flecha. No te preocupes por mí. Padecer mi vida entera tras tu sombra de gigante, que opaca los corazones grises, no es problema para mí. Tampoco clavarme entre el tronco y el quebranto de tu honor personal.
Sólo hazlo, padre.