Tú eres, Palmira, mi vida y pasión,
columnas heroicas y efigies doradas;
a fuerza de espada tracé mi morada
la mano en la rienda, montada al bridón.
Eternas arenas, marcando el caballo
las huellas valientes que ya desmoronan
las viles pisadas romanas: ¡pregonan
que ha de ceder al Imperio el vasallo!
Tú eres, Palmira, mi fuerza, mi fe
que yo desconozco alejada de ti;
en Roma, ¡maldita!, me buscan rendir,
¡pero antes luchar, combatir, perecer!
De frente al desierto, ¡ya viene Aureliano!
asedia rampante, jinetes y arqueros.
¡Luchad, palmiranos, que hoy venceremos
al cruel detentor, al Imperio Romano!
¡Por estos desiertos, arenas y ríos,
que rueden los cuerpos, los miembros, cabezas,
defiendan las torres, cerrad fortalezas,
derroten legiones, que vuelvan sombríos!
¡Tú eres, Palmira, la tierra que rijo
espada y espuelas, por ti yo perezco!
¡Tú eres mi sueño, el fin que obedezco,
a ti mi firmeza y mi temple dirijo!
¡Ya caen, palmiranos, redoblen vigor!
¡Que el cielo a las flechas las vea perforar
y el suelo de botas se sienta temblar!
¡Esfuerzo! ¡Presteza! ¡Coraje! ¡Valor!
Contemplo, Palmira, tus casas en llamas,
Soldados más fieles mandobles reparten,
Los unos, los otros, el suelo comparten,
Venciendo al final, Aureliano y sus armas.
No caigas, Palmira, mi hogar adorado,
mi mente me parte al soñar el recuerdo:
"La reina guerrera", fatal desencuentro
de aquel sobrenombre y mi fin ultrajado.
Tus ruinas evocan, belleza que inspira,
la enorme escición, suceso que oprobia
a Roma, y mi nombre, Septimia Zenobia,
¡azote que humilla: el Imperio Palmira!
columnas heroicas y efigies doradas;
a fuerza de espada tracé mi morada
la mano en la rienda, montada al bridón.
Eternas arenas, marcando el caballo
las huellas valientes que ya desmoronan
las viles pisadas romanas: ¡pregonan
que ha de ceder al Imperio el vasallo!
Tú eres, Palmira, mi fuerza, mi fe
que yo desconozco alejada de ti;
en Roma, ¡maldita!, me buscan rendir,
¡pero antes luchar, combatir, perecer!
De frente al desierto, ¡ya viene Aureliano!
asedia rampante, jinetes y arqueros.
¡Luchad, palmiranos, que hoy venceremos
al cruel detentor, al Imperio Romano!
¡Por estos desiertos, arenas y ríos,
que rueden los cuerpos, los miembros, cabezas,
defiendan las torres, cerrad fortalezas,
derroten legiones, que vuelvan sombríos!
¡Tú eres, Palmira, la tierra que rijo
espada y espuelas, por ti yo perezco!
¡Tú eres mi sueño, el fin que obedezco,
a ti mi firmeza y mi temple dirijo!
¡Ya caen, palmiranos, redoblen vigor!
¡Que el cielo a las flechas las vea perforar
y el suelo de botas se sienta temblar!
¡Esfuerzo! ¡Presteza! ¡Coraje! ¡Valor!
Contemplo, Palmira, tus casas en llamas,
Soldados más fieles mandobles reparten,
Los unos, los otros, el suelo comparten,
Venciendo al final, Aureliano y sus armas.
No caigas, Palmira, mi hogar adorado,
mi mente me parte al soñar el recuerdo:
"La reina guerrera", fatal desencuentro
de aquel sobrenombre y mi fin ultrajado.
Tus ruinas evocan, belleza que inspira,
la enorme escición, suceso que oprobia
a Roma, y mi nombre, Septimia Zenobia,
¡azote que humilla: el Imperio Palmira!