Tú vienes, te robo el fulgor de tus ojos.
Modelo de ángel, en dos te has partido:
el golpe en el pecho frente a los despojos
de rancias morales que te han dirigido.
No adviertes, mujer, del engaño en que fundes
razón y pasiones, mandatos mezclados
de dos propietarios que siempre confundes;
en ti no hay ni rastro de juicios procreados.
Juguete abismal de nigérrima suerte:
mis gestos locuaces tu fe te abnegaron.
¡Mi dulce atavío! A mi ansia divierte
tu ingenua actitud que hasta ayer te implantaron.
Voluble doncella, cambiante, inestable;
cadenas de plata tu cuello sujetan.
Hermosa y absurda, mujer miserable:
tu alma y tu cuerpo mi alcoba ornamentan.