Cuando el reflejo cristalino es turbulento, no te encuentro, no me encuentro.
Y por las mañanas observo al agua riendo a la luz del sol. Se mueve como las hojitas otoñales danzando antes de morir. Y no me deja verme porque no estoy ahí, porque está el cielo, porque está el sol, porque están las nubes nómadas y el blanco indiferente, el azul del infinito, colores distorsionados. Pero casi nunca estamos ahí.
Cuando siento que alguien toca mi hombro, lo toma y no me deja caer, reconozco que es el viento travieso, o eso creo. "No estás solo", siento que me susurra, y entonces ya no me siento tan sola.
El lago no es mi mejor reflejo. A veces me muestra sólo un lado de la moneda y al día siguiente otro. Depende cómo me encuentre y depende quién sea yo. Hay ocasiones en las que me apetece disfrazarme de ella, ser su máscara, esconderme, acorazarme del mundo. Y ser lo que soy irónicamente. Ser porcelana. Ser metal.
Y está una mirada neutra frente al espejo, y esta mano frágil toma una brocha, pone algo por aquí, algo por allá, un poco menos en la nariz, ya no soy el que era ayer.
O quizás sí. Pero no para los demás, que es lo que importa.
El sol resplandece, me baña. Me acaricia, me lame. Me tocan todos, todos a mi alrededor. Son seres mecánicos que me atraviesan con sus miradas frías, luego no queda nada. Luego está el reflejo en el lago. Pero no es el mejor. Distorsiona mi rostro, me distorsiona más que la brocha. Distorsiona mientras el sol se pavonea desnudo en él y yo lo observo. Me opaca y no estoy, el agua me ondula, me lleva de un extremo a otro.
Pero estoy acostumbrada a que me toquen, estoy acostumbrada a que me vean menos. Estoy acostumbrada a que el agua turbulenta juegue conmigo y me quiebre ahí, en su superficie, me quiebre, me refleje mi espíritu y no mi cuerpo. Yo también me toco a mí mismo. Yo también me toco a mí misma. Sé que no soy lo que estoy viendo, sé que no soy nada, sé que soy todo, que soy nada. Que no sé. Sé que no sé.
Sé que estoy inventando, y que espero que aparezca el tren correcto. Que a donde voy no es más allá de lo que el reflejo me quiere inventar a su vez.
Y ya no salgo, y me siento en la ventana, la caída es fatal pero el sol es vital. Porque quiero que él me toque, me acaricie, me bañe. Y por la noche me siento en la ventana, la caída no se ve, es muy oscuro, pero está la luna. Y en la noche quiero que ella me bañe, me acaricie, me toque. Ella.
Ella, la luna. Ella, mi sueño.
Día dos, más arreglo, un poco más sobre la nariz, un poco más bajo los párpados caídos. Quiero ser porcelana.
Sonrío ante el espejo con mi mueca corrompida. Con mi mirada de un color indefinido. Indefinido como las ondulaciones del lago. Hoy me va a mirar él, hoy me va a contemplar y admirar él y enrojecerá. Quiero ser porcelana.
Coloco la brocha sobre el mueble, me miro, no quiero mirarme. Admiro lo bella que soy.
Soy bello. Él me va a derretir.
Él no se va a derretir.
No tengo a dónde ir. No tengo camino. No hay camino para mí, no hay refugio, no hay sombra.
Voy al lago a reírme de mí mismo.
Y el lago me devuelve la belleza rota, no me estoy riendo de mí misma, el sol se ríe en el fondo, tras mi cabeza, lo veo. Ilusa yo que pensé que sería su favorita. Hay más bellas en este mundo a las que puede admirar.
Me lanzo al lago para fundirme con mi alma tras él, y es que, la verdad, quiero morirme.
Y por las mañanas observo al agua riendo a la luz del sol. Se mueve como las hojitas otoñales danzando antes de morir. Y no me deja verme porque no estoy ahí, porque está el cielo, porque está el sol, porque están las nubes nómadas y el blanco indiferente, el azul del infinito, colores distorsionados. Pero casi nunca estamos ahí.
Cuando siento que alguien toca mi hombro, lo toma y no me deja caer, reconozco que es el viento travieso, o eso creo. "No estás solo", siento que me susurra, y entonces ya no me siento tan sola.
El lago no es mi mejor reflejo. A veces me muestra sólo un lado de la moneda y al día siguiente otro. Depende cómo me encuentre y depende quién sea yo. Hay ocasiones en las que me apetece disfrazarme de ella, ser su máscara, esconderme, acorazarme del mundo. Y ser lo que soy irónicamente. Ser porcelana. Ser metal.
Y está una mirada neutra frente al espejo, y esta mano frágil toma una brocha, pone algo por aquí, algo por allá, un poco menos en la nariz, ya no soy el que era ayer.
O quizás sí. Pero no para los demás, que es lo que importa.
El sol resplandece, me baña. Me acaricia, me lame. Me tocan todos, todos a mi alrededor. Son seres mecánicos que me atraviesan con sus miradas frías, luego no queda nada. Luego está el reflejo en el lago. Pero no es el mejor. Distorsiona mi rostro, me distorsiona más que la brocha. Distorsiona mientras el sol se pavonea desnudo en él y yo lo observo. Me opaca y no estoy, el agua me ondula, me lleva de un extremo a otro.
Pero estoy acostumbrada a que me toquen, estoy acostumbrada a que me vean menos. Estoy acostumbrada a que el agua turbulenta juegue conmigo y me quiebre ahí, en su superficie, me quiebre, me refleje mi espíritu y no mi cuerpo. Yo también me toco a mí mismo. Yo también me toco a mí misma. Sé que no soy lo que estoy viendo, sé que no soy nada, sé que soy todo, que soy nada. Que no sé. Sé que no sé.
Sé que estoy inventando, y que espero que aparezca el tren correcto. Que a donde voy no es más allá de lo que el reflejo me quiere inventar a su vez.
Y ya no salgo, y me siento en la ventana, la caída es fatal pero el sol es vital. Porque quiero que él me toque, me acaricie, me bañe. Y por la noche me siento en la ventana, la caída no se ve, es muy oscuro, pero está la luna. Y en la noche quiero que ella me bañe, me acaricie, me toque. Ella.
Ella, la luna. Ella, mi sueño.
Día dos, más arreglo, un poco más sobre la nariz, un poco más bajo los párpados caídos. Quiero ser porcelana.
Sonrío ante el espejo con mi mueca corrompida. Con mi mirada de un color indefinido. Indefinido como las ondulaciones del lago. Hoy me va a mirar él, hoy me va a contemplar y admirar él y enrojecerá. Quiero ser porcelana.
Coloco la brocha sobre el mueble, me miro, no quiero mirarme. Admiro lo bella que soy.
Soy bello. Él me va a derretir.
Él no se va a derretir.
No tengo a dónde ir. No tengo camino. No hay camino para mí, no hay refugio, no hay sombra.
Voy al lago a reírme de mí mismo.
Y el lago me devuelve la belleza rota, no me estoy riendo de mí misma, el sol se ríe en el fondo, tras mi cabeza, lo veo. Ilusa yo que pensé que sería su favorita. Hay más bellas en este mundo a las que puede admirar.
Me lanzo al lago para fundirme con mi alma tras él, y es que, la verdad, quiero morirme.
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