Mis manos temblorosas rodean mi rostro, no quiero ver al mundo y es mi última decisión. ¿Para qué? No vale nada.
Alguien canta alegre a la lejanía, es un estúpido y en mi mente lo mando a diablo. En esta vida sombría no se puede ser feliz. Se trata de un estímulo para los fuertes, para que las heridas que reciben al arrastrarse por el suelo no duelan tanto mientras sangran. Uno atisba una remota probabilidad de sonreír, y ésta viene a jugar con mis absurdos ideales, a agitarlos como muñecos de trapo, a destrozarlos con vigor. Todos me golpean, me abofetean, me lanzan dardos con sus palabras.
Ahí, sentado afuera de mi casa, bajo la horrible luz de un débil farol, contemplaba la oportunidad de seguir con vida, de reptar por mi entorno, de nunca crecer más allá, pues la realidad aplasta a mis expectativas. Alzando la cabeza, me percato de que la Luna me observa con un brillo tal que pareciera una pícara sonrisa socarrona, como recordando que mi vida valía menos que un centavo, que no me preocupara por cosas inútiles, pues al cabo nada tenía verdadero sentido.
Me hundo en mi amor frustrado, en mi espiral descendente. En esas personas que de verdad quise y me abandonaron. Los destellos inversos del negro cielo tratan de difuminarse ante mi borrosa vista, estallan, se hacen polvo.
Agito mi cabeza. Ya enloquecí por el derramamiento de sangre que mi corazón ha permitido; volaban las gotas por el aire, a la nada. Definitivamente, nadie en este mundo es capaz de entender mi dolor, puesto que sólo en mi alma reside el de éste género, ahí patalea con furiosa pasión, ahí me carcome, me roe, me mata.
¿Medio loco, consideré? ¿Esperaba que las furiosas estrellas me dieran una respuesta acaso? ¿Por qué gritaba con lágrimas en los ojos el nombre de la única persona que en mi vida me hizo sonreír? ¿Por qué, una y otra vez, el eco de mis ruinas regresaba a golpearme? ¿Por qué, como si lo mereciera ella?
Era un fantasma que me torturaba el cuerpo, la mente y el alma. Un suspiro en el viento, algo concebido y jamás tangible. Una mera utopía. Un sueño reprimido, unas ansias incontenibles de tragar el mundo entero y una tremenda debilidad para realizarlo.
Lloro ante lo fantasmal. Era... todo lo que quería para mí, lo único que pedía, una persona que me hiciera cosechar sonrisas.
Alguien canta alegre a la lejanía, es un estúpido y en mi mente lo mando a diablo. En esta vida sombría no se puede ser feliz. Se trata de un estímulo para los fuertes, para que las heridas que reciben al arrastrarse por el suelo no duelan tanto mientras sangran. Uno atisba una remota probabilidad de sonreír, y ésta viene a jugar con mis absurdos ideales, a agitarlos como muñecos de trapo, a destrozarlos con vigor. Todos me golpean, me abofetean, me lanzan dardos con sus palabras.
Ahí, sentado afuera de mi casa, bajo la horrible luz de un débil farol, contemplaba la oportunidad de seguir con vida, de reptar por mi entorno, de nunca crecer más allá, pues la realidad aplasta a mis expectativas. Alzando la cabeza, me percato de que la Luna me observa con un brillo tal que pareciera una pícara sonrisa socarrona, como recordando que mi vida valía menos que un centavo, que no me preocupara por cosas inútiles, pues al cabo nada tenía verdadero sentido.
Me hundo en mi amor frustrado, en mi espiral descendente. En esas personas que de verdad quise y me abandonaron. Los destellos inversos del negro cielo tratan de difuminarse ante mi borrosa vista, estallan, se hacen polvo.
Agito mi cabeza. Ya enloquecí por el derramamiento de sangre que mi corazón ha permitido; volaban las gotas por el aire, a la nada. Definitivamente, nadie en este mundo es capaz de entender mi dolor, puesto que sólo en mi alma reside el de éste género, ahí patalea con furiosa pasión, ahí me carcome, me roe, me mata.
¿Medio loco, consideré? ¿Esperaba que las furiosas estrellas me dieran una respuesta acaso? ¿Por qué gritaba con lágrimas en los ojos el nombre de la única persona que en mi vida me hizo sonreír? ¿Por qué, una y otra vez, el eco de mis ruinas regresaba a golpearme? ¿Por qué, como si lo mereciera ella?
Era un fantasma que me torturaba el cuerpo, la mente y el alma. Un suspiro en el viento, algo concebido y jamás tangible. Una mera utopía. Un sueño reprimido, unas ansias incontenibles de tragar el mundo entero y una tremenda debilidad para realizarlo.
Lloro ante lo fantasmal. Era... todo lo que quería para mí, lo único que pedía, una persona que me hiciera cosechar sonrisas.