Fue entonces cuando te vi. De tu ojo derecho brotaba una lágrima densa pero llena de vida, de dolor y de soledad. ¡Claro que me importaba! Al contemplar cómo rodaba esa gota por tu mejilla cálida, sentí como si en vez de ello, me estuvieran enrodando el cuerpo entero, me mantuvieran con peso muerto en mi pecho. Has olvidado que tu dolor es mi dolor, has olvidado también que tú y yo somos un mismo ser...
A veces no comprendo por qué tú y yo somos tan semejantes. Cuando ríes, río, y cuando lloras, lloro. ¡Será porque me afliges tanto! Ah, pero nunca me lo cuentas... Nunca puedo enterarme de los problemas que tiene esa persona que está frente a mí. Por favor, ayúdame. Yo ya no puedo comprenderme a mí mismo, ayúdame comprendiéndote a ti. ¡Por favor! De esa forma, mi angustia aminorarías, quizás una mueca torcida se convierta en una sonrisa y así seremos felices los dos, tú y yo.
No me veas con esos ojos de ardor febril. No es que me den miedo, pues yo mismo tengo una mirada ardorosa. Pero, por favor, no me mires así, nunca me veas, es devastador para mi espíritu. Me pongo a llorar, te pones a llorar. Grito, gritas. Es una secuencia mágica, producto de mi maravillosa depresión.
Pero, ¿quién tiene la culpa de ella? Yo no, tú. Tú, porque dependo de ti y me envenenas. Eres como una sombra que me sigue, pero que me dirige su maldita mirada, sólo cuando yo lo deseo. ¿Pero qué me pasa? ¿Por qué sufro al ver tus lágrimas? ¿Por qué el nudo mutuo en el corazón?
Debo de haber enloquecido, por Dios. Todo este tiempo le he estado hablando al espejo.
A veces no comprendo por qué tú y yo somos tan semejantes. Cuando ríes, río, y cuando lloras, lloro. ¡Será porque me afliges tanto! Ah, pero nunca me lo cuentas... Nunca puedo enterarme de los problemas que tiene esa persona que está frente a mí. Por favor, ayúdame. Yo ya no puedo comprenderme a mí mismo, ayúdame comprendiéndote a ti. ¡Por favor! De esa forma, mi angustia aminorarías, quizás una mueca torcida se convierta en una sonrisa y así seremos felices los dos, tú y yo.
No me veas con esos ojos de ardor febril. No es que me den miedo, pues yo mismo tengo una mirada ardorosa. Pero, por favor, no me mires así, nunca me veas, es devastador para mi espíritu. Me pongo a llorar, te pones a llorar. Grito, gritas. Es una secuencia mágica, producto de mi maravillosa depresión.
Pero, ¿quién tiene la culpa de ella? Yo no, tú. Tú, porque dependo de ti y me envenenas. Eres como una sombra que me sigue, pero que me dirige su maldita mirada, sólo cuando yo lo deseo. ¿Pero qué me pasa? ¿Por qué sufro al ver tus lágrimas? ¿Por qué el nudo mutuo en el corazón?
Debo de haber enloquecido, por Dios. Todo este tiempo le he estado hablando al espejo.
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