Que comience, pues, el espectáculo. La muchedumbre está ansiosa, no los hagas esperar más, no se lo merecen. ¿Son hombres, tienen valor? Caigan, mueran, ¿qué importa? Será por el amo, por mí, por el que guardan la completa devoción, al que quieren y siempre debieron proteger. No los quiero ver flaquear, ¿me escucharon? Firmes, con la mayor de las convicciones. Voy a mandar a soltar la puerta, a dejarla caer, ni un paso atrás, no me avergüencen. Sean tan valientes como ya lo fueron antes. Hasta la muerte, ¿oyeron? Quiero que estén en pie hasta que las energías los abandonen.
Están solos ahora. No pueden escapar. Pero el que esta noche regrese a mí, en mis aposentos obtendrá la gracia y derecho natural del humano. ¡Luchen, pues!
Las cadenas descorren ya, ¿lo notan? No se aprieten entre sí, sepárense, quiero verlos a cada quien como entidades marginadas, así el público goza. Murmuren, que los ojos se enciendan, vayan y láncence. ¿Podría una bestia contra ustedes? Los crié para ganar, así que ahora no jueguen. Las cartas están echadas.
Uno, dos, tres a tierra; el polvo se levanta, ¿qué pasa? Cuatro, cinco, esto se acabó. Pero el público ríe. No fallé en mi misión, me gané el favoritismo de mi señor. Parece que es mejor criar ineptos. ¿Y ellos qué me importan? Son mi puente, mi trampolín. Descansen en paz.