Un averno separa mi camino de la verdad, y una eternidad lo hace imposible de contemplar como una posibilidad. El laberinto en el que he echado raíces no permite que visualice una expectativa más amplia que la que corre, la cual suele sonreírme vislumbrando el fantasma del desgano, pero con un cinismo puro. Está bordada mi alma con una austeridad no solicitada, pero que viene y la invade, me envenena, es letal y lo sé, ¿pero qué puedo hacer? Atacarla es ceder a la locura y el desquicio, desenfrenando sentimientos contrarios que me terminarían estrangulando con el más sádico de los estilos. Las banalidades están colgando de mi mente, impregnándola con su terrible peste, y al final, la víctima termino siendo yo. Mis insectos, mis odiados insectos que me persiguen por doquiera que me encuentro, ¡por favor déjenme descansar! ¡Malditos bichos rastreros, ponzoñas, letales armas de la destrucción! Vienen y van, se aferran, me hacen delirar. Otra vez vienen y van, y todo da vueltas a mi alrededor en una danza indecible, ¡destino cruel, que me ha deparado una maldición sin igual, una felicidad efímera que se esfumó y que es presa de incertidumbre su resurrección!
A veces siento un revoloteo terrible en mi mente: se trata de una agitación de negras mariposas que me recuerdan malos momentos, los peores de mi existencia. Me hieren sin cesar, me atacan, me sorprendo de su inequívoca maldad y nada puedo hacer para detenerlas: me han enfermado con la peste de la desesperanza, el odio y el rencor.
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