Uno, dos y tres, atrocidades jamás contadas al común denominador de la sociedad. Cuatro y cinco, quizá una más, seis. La gente lo llamaría perversión en un caso escrito, meramente literal, y algún especialista me hablaría de una parafilia psiquiátrica criminal. Rip, rap, hacen las tijeras luego, mientras pienso que yo lo llamaría causa y efecto. Después de todo, cualquier cosa que en el aire suba, tiene que bajar, y así las causas sociales crean mis consecuencias. Una y dos veces reacomodo mis gafas protectoras, tres y cuatro enjugo el sudor de mi frente con una esponja ya roja que siempre está a la mano.
Sólo quiero mi parte de recreación. No es justo trabajar sin retribución. Nadie lo soportaría. Y las recreaciones en las que participo deben ser estrictamente solitarias e invisibles.
Seis, siete, ocho, nueve y diez, cuento con los dedos de mi mano izquierda, luego de haberla enfundado en un guante esterilizado. No vaya a contaminarse el producto de mi labor. Y mientras me relamo los labios, me siento un héroe al librar al mundo de la plaga. Yo acomodo a los "indeseados" en el mejor lugar en que podrían estar, lejos de recibir ataques de la horda imperialista enardecida. Sí, soy un héroe, un ángel, que nadie me juzgue, pienso mientras tomo unas pinzas. ¿Diez, u once? Es cierto, fueron once. Once contados este mes... al menos hasta ayer. Qué mundo tan injusto, pienso antes de contar mentalmente: "once, doce...". ¡Doce hasta hoy, es cierto! Soy todo un asesino serial, casi exclamo mientras con las pinzas extraigo las entrañas del cadáver, para dejarlas en refrigeración.
Las cosas de las que me preocupo, pienso después mientras arrastro el cuerpo hasta el sótano, golpeando la trampilla que tiene grabada la imagen de una estrella de seis puntas. ¡No me miren a mí! Tantos en la sociedad me aman por eso, que ya no sé si lo que hago está bien o mal. Sólo sé que es divertido.
Luego aspiro el aroma y me vuelvo a asomar al refrigerador. Ahí está lo que extraje del cadáver, dejándolo vacío. Sonrío en medio de mi asquerosa locura criminal. ¡Gran banquete para mañana, he dicho!
Sólo quiero mi parte de recreación. No es justo trabajar sin retribución. Nadie lo soportaría. Y las recreaciones en las que participo deben ser estrictamente solitarias e invisibles.
Seis, siete, ocho, nueve y diez, cuento con los dedos de mi mano izquierda, luego de haberla enfundado en un guante esterilizado. No vaya a contaminarse el producto de mi labor. Y mientras me relamo los labios, me siento un héroe al librar al mundo de la plaga. Yo acomodo a los "indeseados" en el mejor lugar en que podrían estar, lejos de recibir ataques de la horda imperialista enardecida. Sí, soy un héroe, un ángel, que nadie me juzgue, pienso mientras tomo unas pinzas. ¿Diez, u once? Es cierto, fueron once. Once contados este mes... al menos hasta ayer. Qué mundo tan injusto, pienso antes de contar mentalmente: "once, doce...". ¡Doce hasta hoy, es cierto! Soy todo un asesino serial, casi exclamo mientras con las pinzas extraigo las entrañas del cadáver, para dejarlas en refrigeración.
Las cosas de las que me preocupo, pienso después mientras arrastro el cuerpo hasta el sótano, golpeando la trampilla que tiene grabada la imagen de una estrella de seis puntas. ¡No me miren a mí! Tantos en la sociedad me aman por eso, que ya no sé si lo que hago está bien o mal. Sólo sé que es divertido.
Luego aspiro el aroma y me vuelvo a asomar al refrigerador. Ahí está lo que extraje del cadáver, dejándolo vacío. Sonrío en medio de mi asquerosa locura criminal. ¡Gran banquete para mañana, he dicho!