Cansado del circo. Cansado del espectáculo. Cansado de un mañana. No soportaría salir una vez más. Me lo dice el ruin espejo que diariamente se subyuga ante mi rostro demacrado, como si éste fuera tan imponente. Me lo dice mi vida que rueda por las calles y se revuelca en el fango, sin más que decir o efectuar.
Las percepciones directas de la realidad suelen tener consecuencias devastadoras para los que de este oficio vivimos. Y esto, en repetidas ocasiones, puede causar una depresión incurable que repercute en el trabajo.
Cuán triste es la vida de un payaso! Ser víctima de las burlas mientras falsamente se intenta ser el receptor de aquellos aplausos y aquellas risas, cuando el hombre tras la máscara de pintura no vale nada, no es lo que el tumultuoso público desea.
Yo no doy gracia natural. Yo soy un ser infortunado e infeliz. Mi alter ego es lo que quiere la gente. Es el que se zambulle en sus gracias y bromas cuando sale al espectáculo, cuando pisa el escenario y les roba sonrisas a los niños mientras él también esboza una sonrisa a su vez. Yo soy la sombra que va arrastrando con pesadez, casi como un obstáculo en su carrera. Es el que le impide llegar más alto que ese circo corriente en donde fui contratado para sobrevivir. Es quien frena al payaso, el que le pide de favor al oído que no salga una vez más a la pista a hacer el ridículo, que las ganas de continuar ya se esfumaron, porque mi imagen ya está denigrada hasta lo indecible mientras la de él sigue intacta y perpetuada en una armadura de maquillaje y falsas sonrisas. Así que he decidido que ya es suficiente.
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