Por el bosque de troncos seculares se escucha la melodía del mundo, que contiene los secretos del universo, reflejados en la candorosa armonía de sus arpegios. El rompecabezas puede armarse con ella.
Detrás del árbol Rey, situado con comodidad, una criatura misteriosa de pequeños ojos y de pasividad absoluta empuña su violín como si de un arma se tratase, y lo maneja con la destreza exaltada de un mago para interrumpir el silencio. Salvo las hadas y las luciérnagas, nadie más puede escucharla, y aun éstas se empeñaban en un principio en no prestarle la debida atención.
Como si en ello se le fuera la vida y el alma, la extraña criatura de tímidos ojos exaltaba cada nota arrancada de su violín, quizá ignorando, o quizá no, de los efectos que comenzaba a producir.
¿Quién sabía por qué los lobos detenían sus persecuciones en jauría y cerraban sus fauces de repente, con los ojos desorbitados?
¿Quién sabía por qué ciertas lucecitas muy pequeñas a través de los árboles y la neblina, comenzaban a danzar misteriosamente al compás de la música?
¿Quién se explicaba, si es que alguien se percató, que la Luna salió de su morada antes de lo ordinario, y seguía con la mirada nívea aquellas notas invisibles?
Y las bestias caían rendidas de la nada, una a una. Se acababan los colmillos blancos. Esa música quizá hablara de paz y de unidad, de amor y fantasía, de magia y de poder.
Y las hadas con timidez, desplegaban sus delicadas alas y las agitaban para destilarlas, mientras se incorporaban y abandonaban las orillas del lago sagrado, hechizadas.
Los duendes asomaban la nariz de los troncos. No era algo común que despedazaran el silencio de una forma tan grata.. ¿Quién fraguaba el cambio universal, quién osaba romper la continuidad de la vida en el bosque prohibido?
Y de pronto, mientras el Halcón de plata se posaba en la más alta rama de un imponente abeto gris, lo comprendía todo a la perfección. Para ellos, para la comunidad. para el universo, los tiempos habían cambiado. Con la llegada del violinista intrépido, un nuevo ciclo comenzaba, y esta generación debía cederle el lugar.
Eso no generaba en el halcón de plata ni el menor indicio de miedo. Chasqueó su monstruoso pico de metal y aguzó la vista, indagando entre el ramaje. No muy lejos se hallaba el árbol Rey, de lo prohibido y lo quimérico. Bajo su cobertura, con la tranquilidad de un músico entregado al goce y al disfrute del arte, se encontraba sin lugar a dudas el causante de la revolución. El halcón de plata notó que sus pequeños ojos le brillaban, y se preguntó con seriedad quién le habría enseñado tan milenaria y sabia melodía a esa joven criatura de aspecto tibio y delicado.
Con osadía, extendió sus alas y fue a posarse en una de las ramas del árbol rey para escuchar mejor. Bajo él, desfilaban las quiméricas especies del bosque. Los zorros ígneos y las plantas andantes no se detenían, eran atraídos por la música. El halcón de plata se sobresaltó: revelaciones fortuitas cobraban forma ante sus ojos metálicos. Ahí estaba todo. El bosque entero perecería esa noche por las notas de la verdad emanadas del violín legendario, para darle paso a una nueva era. Uno tras otro, las criaturas fallecían en su desfile.
El ave agitó la cabeza. Se presentó ante él la esencia de la verdad, la figura de la magia y la llama eterna del poder y la destrucción. Lo era todo aquella canción. No había más que decir con tal revelación única en él. Era el nuevo cielo, la nueva era.
Y el halcón de plata azotó muerto a los pies del violinista.
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