Ha pasado fugaz por mi mente en días tan comunes y tan vanos, lo que ella es para mí, y no puedo evitar lanzar una delicada comparación a las ramas del pasado y del olvido.
No solía sonreír, pero ahí estaba ella, haciendo su esfuerzo siempre minimalista de lucir bien ante la cámara. Yo la abrazaba, ella a mí no. Tan sólo lo hacía de vez en cuando. Momentos tan esporádicos como los relámpagos del cielo, que ahora se ven y luego no.
Llevaba esa bolsa porque le prometí ir de compras, al final olvidé el dinero y creo que fue a propósito.
"No te preocupes", le dije, "paseemos de igual forma por la plaza y compartamos juntos un momento más de nuestras existencias".
Ella siempre tan espiritual, tan desligada de lo terrenal, había aceptado acorde a mis planes.
Previo al enmarcado eterno de aquel día, estuvo el sol bañándole su rostro pálido, y el mundo entero aglomerado en la plaza.
Fue un día sin sonrisas, porque frente a ella jamás necesitaba sonreír. La hipocresía se le resbalaba como si tuviera un eterno repelente. Pero yo fui feliz junto a mi amiga y su compañía taciturna, con sus tintes de depresión y melancolía tangibles.
Fui feliz y capturé la fotografía a las afueras de la plaza. Creo que ella también lo fue, a su manera. Después de todo, terminé comprándole un collar con el dinero de mi comida.
No hubo mucho agradecimiento y yo tampoco lo requerí. La dejé ir después de la fotografía. Creo que la abracé, no recuerdo, pero si lo hice, lo hice bien, porque era nuestro momento.
La fotografía a color me recuerda al gris de las cenizas. Hace ya mucho tiempo que nuestra amistad quedó enterrada en los campos de la historia... de mi historia.
___
No es una historia personal.
A mi querida Mel, fiel reflejo del dolor y la melancolía.
No hay comentarios:
Publicar un comentario