La posesión de mis sentimientos suena demasiado crítico como para que resulte éticamente aceptable. Un monstruo se afianzó a mi piel, y succiona mi esencia, dejándome vacío, sin vida. La sociedad no aprende otra visión que la del egoísmo, del que se deriva la violencia, la amenaza y la represión.
Me convierto poco a poco en lo que quieren que sea, sin que tenga otro remedio, porque uno de los mayores defectos de la humanidad es su naturaleza social. Definitivamente, dependo de los otros, los cuales me moldean como mejor se les plazca sólo por vivir junto a ellos, por ser de su raza y habitar en su comunidad.
Y ya estoy harto de no poder ser yo mismo. Mi espíritu se observa en el espejo de la ilusión, en la sangre que bombea mi corazón, y ya no se reconoce, incluso se espanta. Hemos perdido nuestra integridad.
El ataque directo y violento a la gente de sociedad parece una vereda cómoda para mis tribulaciones; el mar de venganza es brillante para mis pupilas con su color escarlata.
Ya que mi fin está cerca, quiero aprovechar para culpar a todos los hombres, a la raza humana, de mis infortunios y mis desgracias. ¡Ah, si hubiera nacido y vivido en soledad! Pero, tarde o temprano, la suerte de todo ser humano es morir junto a sus horribles congéneres, los que se encargaron de absorberle la vida y dejarlo vacío por dentro, sin valores, desintegrado.
Esto ya es el límite, y creo que a estas alturas, a nadie se le puede negar el derecho de vilipendiar, el derecho de difamar. Es, por lo menos, mi última arma contra mis enemigos.
Y ya estoy harto de no poder ser yo mismo. Mi espíritu se observa en el espejo de la ilusión, en la sangre que bombea mi corazón, y ya no se reconoce, incluso se espanta. Hemos perdido nuestra integridad.
El ataque directo y violento a la gente de sociedad parece una vereda cómoda para mis tribulaciones; el mar de venganza es brillante para mis pupilas con su color escarlata.
Ya que mi fin está cerca, quiero aprovechar para culpar a todos los hombres, a la raza humana, de mis infortunios y mis desgracias. ¡Ah, si hubiera nacido y vivido en soledad! Pero, tarde o temprano, la suerte de todo ser humano es morir junto a sus horribles congéneres, los que se encargaron de absorberle la vida y dejarlo vacío por dentro, sin valores, desintegrado.
Esto ya es el límite, y creo que a estas alturas, a nadie se le puede negar el derecho de vilipendiar, el derecho de difamar. Es, por lo menos, mi última arma contra mis enemigos.
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