No sabía que de su mirada, más que el misterio, destilaba el terror. Ignoraba, pues, que había sido objeto de un violento ataque de hipnosis profunda, que la enajenaba del resto del mundo. Ya nada le importaba, ni siquiera ella misma, era un mueble sin oficio, un trofeo viviente para el ofensor, y un fácil blanco para más represiones deliberadas.
Su sublime presencia en el universo bien podría pasar desapercibida, sin nadie que se hiciera cargo de su contagiosa aura negra. El dolor ya no podía visitarla, quedaba demostrado de pronto que su exceso tiene un efecto anestésico colateral.
Era como si un nido parásito se hubiera apropiado de su mente. Sus pensamientos ya no se fundían los unos con los otros. Caminaba de paso, vivía sin vivir, respiraba sin gozar del aroma del universo. Para ella, ya era demasiado tarse. Una mente parchada y unas cicatrices corporales que buscaban ocultarse sin lograrlo constataban que su camino por el mundo no cruzaba un jardín, ni lo había hecho nunca. Mas gracias a ello, yas penas ya no podían embriagarla, sino que rebotaban: sutilmente se hacía de hierro. Los comentarios a sus espaldas ya no podían herirla, como lo hacían en sus años de infancia. Sus paseos mustios por la escuela recordaban algún caso de sonambulismo extremo, algo inusitado. Se había ganado su fama, pero ella era ya casi sorda. No se enojaba ni sonreía ante ningún comentario patético de los extraños: alguna piedra había reemplazado a su corazón, y ahora agua fría corría por sus venas. Su mirada perdida asombraba a cualquiera, que pensaba enseguida que aquella llama estaba a punto de extinguirse.
Pero con misteriosa condición, ella se negaba a abandonar lo terrenal. Vivía para sufrir y no le importaba. Había perdido la noción y la esperanza de tener un mundo mejor. Lograron lo que se propusieron con ella, un juguete.
No hay comentarios:
Publicar un comentario