La brisa rozó su rostro con dulzura, y la delicia la hizo sonreír. Un paraíso era suficiente para ella, la satisfacción. Tan sólo una ruta de escape, una válvula secreta, un rincón personal. Era lo único que pedía en su vida.
Recordaba un lugar de alba perpetua y candor infinito. El éxtasis del paraje no tenía límites, y hasta donde le alcanzara la vista, todo era para ella. Se trataba de un lugar mágico en donde no había restricciones, en donde sus fronteras las fijaba su imaginación.
Tampoco podía olvidar la felicidad que inundaba aquellas tierras de rincón a rincón. En el paraíso a donde ella ansiaba ir, nadie conocía la amargura de la tristeza. Era todo un deleite sin fin, el sitio ideal para que el encanto se apodere del alma. Ese era, pues, su paraíso secreto.
Una vez más, en la vida real, las penas golpearon su corazón. Y de nuevo, no halló consuelo en el mundo de las figuras. No podía contentarse con nada más, y las opciones se reducían a una sola: escapar de lo que la aquejaba.
Al cerrar los ojos, regresó a su hogar idílico, a lo que podría ser. Se vio caminando entre densa vegetación y blancos cielos tapizados de criaturas misteriosas, desconocidas para todos excepto para ella: eran sus mascotas, sus amigos, sus hermanos en cada adversidad que siempre estaban ahí para hacerla más feliz.
A ese reino maravilloso he pretendido entrar con ella, tomarla de la mano y caminar sin rumbo, porque hacia todos lados se es alegre. Ruego porque la próxima vez pueda asistir al espectáculo de su paraíso personal.
Recordaba un lugar de alba perpetua y candor infinito. El éxtasis del paraje no tenía límites, y hasta donde le alcanzara la vista, todo era para ella. Se trataba de un lugar mágico en donde no había restricciones, en donde sus fronteras las fijaba su imaginación.
Tampoco podía olvidar la felicidad que inundaba aquellas tierras de rincón a rincón. En el paraíso a donde ella ansiaba ir, nadie conocía la amargura de la tristeza. Era todo un deleite sin fin, el sitio ideal para que el encanto se apodere del alma. Ese era, pues, su paraíso secreto.
Una vez más, en la vida real, las penas golpearon su corazón. Y de nuevo, no halló consuelo en el mundo de las figuras. No podía contentarse con nada más, y las opciones se reducían a una sola: escapar de lo que la aquejaba.
Al cerrar los ojos, regresó a su hogar idílico, a lo que podría ser. Se vio caminando entre densa vegetación y blancos cielos tapizados de criaturas misteriosas, desconocidas para todos excepto para ella: eran sus mascotas, sus amigos, sus hermanos en cada adversidad que siempre estaban ahí para hacerla más feliz.
A ese reino maravilloso he pretendido entrar con ella, tomarla de la mano y caminar sin rumbo, porque hacia todos lados se es alegre. Ruego porque la próxima vez pueda asistir al espectáculo de su paraíso personal.
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Dedicado especialmente a mi amiga Vico, y al mundo que existe dentro de su propia mente. Que nunca deje de brillar.
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