La forma en cómo las cosas tuercen su camino hasta descender a profundidades estigias siempre toma como base un fundamento fantasmal, pero existente. Nunca pensé que mi corazón destrozado tuviera que sufrir las penas de un amor no correspondido. Pero entre los vestigios y los residuos que un huracán interno dejó en donde usualmente estaría su lugar, encontraría que la calidez sigue en el ambiente. Unos trozos rotos, marchitos, sedientos de lo que nunca sucederá, emergen de las tierras de la confusión y la desolación, pugnan por arrastrarse por negros senderos, buscan juntarse, anhelan la unidad. ¿Pero qué remedio tan poderoso puede rescatar a un órgano vital que quedó prácticamente pulverizado tras una tormenta devastadora? ¿Quién tan valiente osaría prometer una reparación completa de un corazón que se ha disgregado y cuyas partículas ruedan por las arenas infinitas de lo desconocido? ¡Nadie! ¿Cómo podría sufrirse una tortuosa espera de ansiar que un remedio sibilino pueda cohesionar cada uno de los sentimientos que ahora penan como famélicos espíritus, libres, sedientos de tener su oportunidad para brillar?
Busqué un alma afín; mis intentos persistentes sucumbieron, como sucumbe un velero en altamar. No me queda más esperanza que aferrarme a la vanidad de la vida, lo que me resta de ella. Nadie podrá reparar lo desfragmentado, pues mi corazón asemeja a un cristal que ha sufrido el poder y la furia de un mazo descargándose sobre sí. Sólo pretendo que el tiempo me cobije a su paso navegante sobre mi cuerpo y mi alma, que derrame la sangre que he perdido por culpa de estos sentimientos malditos, que reencarne mi espíritu en esta materia que se convirtió en nada. ¿Quién más pudiera hacer algo mejor?
Mi mayor tormento de ahora en adelante es resistir en este mundo viendo cómo mi sueño y mi ilusión se desmoronan, cuando la que constituyó mi alma gemela me rechace nuevamente, cuando vuelva a escuchar la palabra amor en cualquier lengua viperina. Mi existencia está condenada.
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