Ruedan los ecos posteriores a una oscuridad sin límites, a un viento doloroso e implacable, a causa de la brutalidad que un inframundo ofrece.
Puedes lamentar llegar a este estado en el cual yo perecí, en el que el nihilismo es sustancial, en el que el vacío se convierte en un trampolín invertido hacia la locura. Déjalos a ellos, séquito de ciegos caídos en la desgracia, que no saben lo que quieren, y si lo saben, no lo buscan en verdad, viven en un mundo de fantasía en donde se supone que el cielo es el tesoro absoluto. Créeme a mí y sígueme, no querrás pasar por el sendero de lluvia y sangre por el cual yo cursé y que me arrastró, me desnudó, me sesgó las ilusiones, la vida misma. Casi un infierno mental.
Ingratos que acumularon mis desdichas, que me encerraron en un castillo negro en forma de ataúd perfecto, con las condolencias de su hipocresía, clavándome una repugnante cruz grisácea y corroída. ¡Me abandonaron! Aborrecen lo terrenal, buscan lo lógico en lo oculto, algo esotérico, ¡mi corazón magullado por los rastreros gusanos se conmovía, sí, aún en la agonía de sus latidos!
Estoy en tu plataforma, la dimensión de los siervos es conocida para mí, y para ti me descubres tras el espejo, no eres tú, soy yo dentro de ti, me adueñé de la carne mundana, de lo que uno teme avergonzarse hacia los demás, con lo que en la mansión oscura de fuego se juega. Entiéndelo, no vales nada. Por eso volví, para salvarte, para que mis huellas se fundan con las tuyas. Me temes porque mi rostro es negro y volátil, ¿no es así? Porque llevo en la frente dos símbolos del toro. Es sólo una apariencia, tan básica que redunda en lo infantil: soy falso y a la vez tan cierto; regresé del reino de las sombras para que sepas lo que es la verdadera luz. Te mienten, y tu cerebro se desfigura, como al mío intentaron aplastar; el camino es nocturno y difícil, llena de rosas marchitas, con espinas que semejan sables. Alrededor lo enmarcan tablas paralelas y enhiestas en forma de T, pero tú sólo mirarás hacia enfrente, lo que estás viendo que aparece ante tus ojos, lo tangible y lejano: no adorarás, sino vivirás. Es ése mi mensaje: salvarte del negro ocultismo despótico. No soy malo en realidad.
Puedes lamentar llegar a este estado en el cual yo perecí, en el que el nihilismo es sustancial, en el que el vacío se convierte en un trampolín invertido hacia la locura. Déjalos a ellos, séquito de ciegos caídos en la desgracia, que no saben lo que quieren, y si lo saben, no lo buscan en verdad, viven en un mundo de fantasía en donde se supone que el cielo es el tesoro absoluto. Créeme a mí y sígueme, no querrás pasar por el sendero de lluvia y sangre por el cual yo cursé y que me arrastró, me desnudó, me sesgó las ilusiones, la vida misma. Casi un infierno mental.
Ingratos que acumularon mis desdichas, que me encerraron en un castillo negro en forma de ataúd perfecto, con las condolencias de su hipocresía, clavándome una repugnante cruz grisácea y corroída. ¡Me abandonaron! Aborrecen lo terrenal, buscan lo lógico en lo oculto, algo esotérico, ¡mi corazón magullado por los rastreros gusanos se conmovía, sí, aún en la agonía de sus latidos!
Estoy en tu plataforma, la dimensión de los siervos es conocida para mí, y para ti me descubres tras el espejo, no eres tú, soy yo dentro de ti, me adueñé de la carne mundana, de lo que uno teme avergonzarse hacia los demás, con lo que en la mansión oscura de fuego se juega. Entiéndelo, no vales nada. Por eso volví, para salvarte, para que mis huellas se fundan con las tuyas. Me temes porque mi rostro es negro y volátil, ¿no es así? Porque llevo en la frente dos símbolos del toro. Es sólo una apariencia, tan básica que redunda en lo infantil: soy falso y a la vez tan cierto; regresé del reino de las sombras para que sepas lo que es la verdadera luz. Te mienten, y tu cerebro se desfigura, como al mío intentaron aplastar; el camino es nocturno y difícil, llena de rosas marchitas, con espinas que semejan sables. Alrededor lo enmarcan tablas paralelas y enhiestas en forma de T, pero tú sólo mirarás hacia enfrente, lo que estás viendo que aparece ante tus ojos, lo tangible y lejano: no adorarás, sino vivirás. Es ése mi mensaje: salvarte del negro ocultismo despótico. No soy malo en realidad.
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