Sola se ha quedado, por el desprecio mutuo que experimentó en carne propia, como quien detona hacia un espejo. ¿Quién va a amar a otro antes que a su esencia misma?
Sola, porque el mundo comprendió que el camino del escarmiento era aborrecerla, era el distanciamiento eterno del calor y del afecto. Para que tras sus pasos, en la sombra que se va difuminando, arrastre las penas ajenas que su presencia engendró.
A sabiendas de que era odiada por el universo y mal vista por las estrellas que atestiguaron, se atreve, con la dignidad del cinismo, posar su mirada en el horizonte, desafiando al celeste profundo. Eran los momentos en los que se convertía en una diosa, en un demonio, en un ser maldito de estigia oscuridad. Sus ojos de trueno colocaban bajo ella las expectativas ajenas: nunca podrán amedrentarla. Era una criatura rebelde e indomable, con un corazón rebosante de odio y de una extraña dicha.
Nació para matar, para degollar sueños, aplastar vidas, y jamás podrá sucumbir ante nadie. Era, pues, el ser perfecto de las torturas.
Su corazón latía con sobria mecánica; su sonrisa pintaba una delicia al incauto. Esos ojos poderosos atormentaban, cegaban, pudrían esperanzas, lo eran todo. Desvanecían a placer, era un volcán que a su gusto propio arrasaba campos inocentes y floreados.
¿Sola se había quedado? Sola nunca. El universo viviría aún lo suficiente como para conocer más de sus fechorías. Ella reía ante el intento de marginación tan fallido.
Con impía determinaciuón, barría el horizonte con la distancia de una mirada viperina, y luego sonreía en medio del juego socarrón de su mente.
¿Su próxima víctima, quién sería? La conquista será lo más fácil; la ruptura del corazón, lo más divertido, y el intento de separación, la rebeldía vengativa, su azote cruel.
La mujer de las tinieblas se puso en marcha. Quizá era verdad: nadie la quería, pero el impacto de su rostro causaba una enfermiza dependencia. A poner, pues, en práctica sus dotes, y con la mentalidad de un nuevo juego, de un nuevo lanzamiento de dardos asesinos.
Y la sangre fiera corría por sus venas.
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