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Gracias por visitar el pequeño nido del cisne.

Cuento con un pequeño compendio de escritos que van resultando de luces esporádicas de imaginación. Ratos de cielos color violeta sobre mi cabeza.


Escritor amateur, graduado de Letras, aunque lejos de los mejores honores. Aficionado también a la Historia y a la Filosofía.
Espero que encuentren amenos mis breves relatos. No aspiro a nada, pero me alegraré de saber si al menos una persona logró cautivarse un par de minutos. Supongo que eso hace la diferencia entre una rutina trazada y un devenir diferente.

¡Gracias de antemano!

miércoles, 27 de febrero de 2013

82. Mi hogar destruido




No puedo soportar vivir en este lugar que se hunde en la penumbra cada vez que la luz llega a mis ojos. El simple hecho de despertar y verme rodeado de un infierno sin igual me mantiene con un odio y una depresión constante hacia todo mi entorno.

El dolor se acumula tras mi mirada, no soporto verlos peleando. Él le grita, luego ella le grita más. Después una bofetada y un empujón. Me carcome el alma verlos, pero más aún el hecho de encerrarme en mi habitación y escuchar lamentos, quejas, golpes, ecos sonoros de la violencia en carne propia.
Y no puedo evitar meterme bajo mis sábanas para controlar mis temblores, viendo hacia la nada, tiritando por la incertidumbre de un día más.

Sólo quisiera gritar, quisiera llorar, quisiera acabar con todo esto que se han propuesto. Pero no hay nadie que pueda escucharme. Nadie que me comprenda, y entonces me siento encerrado, en un vórtice que me absorbe poco a poco y me reduce a nada.
La puerta la mantengo cerrada cuando ellos pelean. No entiendo exactamente lo que desean, no tengo la capacidad para comprenderlo. Sólo quiero que dejen de gritar. Lo imploro al cielo, que alguien les haga ver que sus conductas son absurdas.
Yo me porto bien, yo hago mis deberes y mis tareas. Pero sé que el problema no es conmigo. Algo le reclama papá, algo le grita y luego vienen los golpes ensordecedores, y siento un taladro en la boca de mi estómago cuando mi pobre madre grita de dolor ante ello.

Nunca olvidaré la vez que mi padre la quiso ahorcar. Entre lágrimas, tuve que ir a separarlos gritando que por favor no le hiciera daño a mi pobre mamita. Recibí a mi cuenta una patada y desde entonces no he vuelto a salir de mi cuarto mientras ellos discuten. Sé que no puedo resolver nada, que las cosas empeoran con mi presencia y eso me hunde aún más. No puedo soportar vivir aquí, pero tampoco los puedo dejar. Soy muy pequeño aún, y no sería nada sin ellos. La vida es tormentosa afuera, no, mejor he de vivir aquí, de resistir, de entender que con fe y esperanza las cosas pueden cambiar.
A veces ellos están contentos, a veces no dicen nada feo. A veces se aman. Pero podría decir que veinte veces más han sido infelices juntos. Tal vez sólo están unidos por mí, pero ellos no se quieren. No saben dar muestras de amor, ¿cómo culparlos?

Luego viene el huracán, el tormento de saber que allá afuera de mi habitación, tras de esa puerta que me escuda falsamente, se lleva a cabo mi peor pesadilla. No soporto ver que mis padres se odien, que se griten de esa forma con tales palabras tan despectivas. Yo los amo a los dos y no podría soportar verlos separados. Pero estoy cansado de que no sólo hayan quebrado nuestro hogar, sino que siguen haciendo la herida más profunda.
Vivo con esto desde hace años, desde que adquirí uso de razón, y nunca han dejado de tratarse mal. No puedo contarlo a nadie, mis amigos se reirían de mí. No tengo ningún confidente, y la almohada no querrá ayudarme en eso: la muerdo con desgarradora pena cuando me escondo de ellos sin dejar de escucharlos.

Sólo espero que un día se den cuenta, mamá y papá, que gracias a esto el hogar quedó destruido.

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