Me despierto y maldigo a Dios por darme un día más de vida.
No soy lo suficientemente cobarde (¿o sería más bien valiente la palabra adecuada?) para tirarme al olvido en una sesión. Para matarme. Pero no puedo más con la pesadez general de esta atmósfera que me engulle de poco a poco. Es hiriente, me lacera y me quema la piel y el alma.
Esta pesadilla termina por elevar mi mente poco a poco en un plano sideral y luego dejarla caer para estamparla en el suelo de la realidad. Con dolor, doy pasos torpes por mi estancia, simplemente no quiero vivir.
Dios mío, ¿cuál es la razón de vivir si no puedo amarla?
La tortura mental que me incito es una canalización de mis penas más profundas, surge de lleno al ver tu fotografía que jamás dejo que se empolve. A diario te veo, y a diario entiendo que jamás volverás a ser mía.
Mi corazón está congelado desde el momento de tu partida, aquella última vez que te dejé marchar por la enorme puerta que maldigo mil veces; sus latidos cesaron, me enfrié por dentro y no soy nadie sin ti. Todos los pétalos caídos de la rosa marchita que florecía en mi corazón te pertenecen. Todos y cada uno. Yo no me quedo con nada, porque yo soy para ti y de esta forma fui concebido. No hay razón que ampare mi existencia si no es a tu lado, y juro que sin ti no puedo vivir más.
El eco de las calles resuena en mis oídos, pero ese mundo es ajeno a mi existir, hay algo más allá de mi entorno que no es para mí, el universo me está enajenando y me siento flotar en un vacío en donde la negrura impera. Mi mente se desliza de una situación a otra, de una idea cruel a su consiguiente, nada tiene sentido porque no soy capaz de hilar un solo pensamiento coherente, me falta mi razón si no tengo tu delicada mano prensando la mía. Es una depresión en la que no veo ni un atisbo de luz.
Las lágrimas inundan mi rostro al besar con delicadeza la fotografía que conservo con más ahínco y que pronto enmarcaré para verla diariamente colgada a la blanca pared al despertar y romper mi corazón más aún desde el primer minuto del día. Para recordarme que no debo ni pensar en ser feliz, ni siquiera intentarlo si no estás tú. Sería vergonzoso.
Llevo mis manos a la cara, he de aceptar que soy un infeliz. Hoy, otro día por vivir, otro día por sufrir, otro día por romperme por dentro, otro día por marchitarme y ser una sombra en este mundo. Otro día más otogrado y no merecido, brindado y no bien recibido. Quiero dormir y no despertar, siento que eso es todo lo que necesito para aliviar mi espíritu, embarcarme en un sueño eterno en el que tú seas la protagonista y no haya otro objetivo más que amarte.
Todo lo que quería, era estar a tu lado.
No pude amarte como tú lo deseabas, ahora le perteneces a alguien más. Es algo que mi corazón no puede soportar, un peso cual yunque que lo oprime severamente con riesgo de estallar. Ya destila sangre por mi interior, ya revienta en partes. No es capaz de más, la fuerza sobrepasa sus límites. Yo me siento morir, pero por alguna extraña y estúpida razón, continúo en pie, sigo dando pasos, sigo respirando y viendo cómo cae el sol tarde tras tarde. No sé cuánto tiempo llevo así, si tres días, un mes, un año, no lo sé. Lo único que entiendo es que jamás voy a superar el hecho de haber perdido la mitad de mi alma y que ahora esté tan lejos de mí.
No tengo más remedio que vivir dentro de mí mismo y esperar a que mi frágil salud dé pie a la muerte de una buena vez, puesto que nada más tengo que hacer en este mundo, ya que para siempre me mantendré en el lado frío del universo paralelo que es mi conciencia.
No sé, pues, si desear la muerte, porque ya estoy, de hecho, muerto por dentro.
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