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Bienvenidos.
Gracias por visitar el pequeño nido del cisne.

Cuento con un pequeño compendio de escritos que van resultando de luces esporádicas de imaginación. Ratos de cielos color violeta sobre mi cabeza.


Escritor amateur, graduado de Letras, aunque lejos de los mejores honores. Aficionado también a la Historia y a la Filosofía.
Espero que encuentren amenos mis breves relatos. No aspiro a nada, pero me alegraré de saber si al menos una persona logró cautivarse un par de minutos. Supongo que eso hace la diferencia entre una rutina trazada y un devenir diferente.

¡Gracias de antemano!

lunes, 27 de junio de 2011

16. Estrellas.


   Cómo tiritan las estrellas en esta noche apagada, como si se agitaran de frío con el viento juguetón, que corre por el campo con todas sus energías.
   El clima podría ser propicio para una nevada; sin embargo, las nubes se hallan ausentes.
   Y ahí estoy yo, sentado en una roca, en medio de la nada, acompañado de mi espíritu habilitado a mis malas costumbres. Y alzo mi vista al cielo, al manto mortuorio, e imploro piedad, mientras que, mudo, les pregunto tantas cosas a las estrellas, en busca de una solución, de algo que me ayude en mi mal, en levantarme del pozo profundo en el que permití sumirme.
   Algo me hace pensar que las estrellas progresivamente se van apagando conforme mis ideas oscurecen y se eclipsan en mi mente. ¿Por qué la vida me ha deparado una soledad tan pesada, porqué desea verme agonizante, sin esperanza? Y observo el brillar de una estrella a la lejanía, con un resplandor inefable, extraño, único en su género. ¿Qué estaba sucediendo? Yo no lo comprendía y continuaba sentado entre melancolías.
   Y la solidez metálica de la melancolía se recargaba plácidamente en mis hombros; no le importaba que llorara, que me lamentara, que hiciera ademanes de terror puro: ella había llegado para quedarse en mi vida. Esa parálisis me estaba enloqueciendo, eran movimientos a mi alrededor sin sentido, oquedades.
   Volteo al cielo y veo a mi estrella brillar con más intensidad que nunca, ofuscando a las demás, que seguramente se han ido a jugar en algún lugar de la ribera nocturna.
   Esa luz blanca, fulgurante se tornaba en la esperanza para mi espíritu decaído, la razón por la cual aún seguía vivo y yo lo ignoraba.
   Eras tú, a la lejanía, que me observas, que me quieres, que no me dejas solo, aunque no pueda verte.

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