Bienvenidos!

Bienvenidos.
Gracias por visitar el pequeño nido del cisne.

Cuento con un pequeño compendio de escritos que van resultando de luces esporádicas de imaginación. Ratos de cielos color violeta sobre mi cabeza.


Escritor amateur, graduado de Letras, aunque lejos de los mejores honores. Aficionado también a la Historia y a la Filosofía.
Espero que encuentren amenos mis breves relatos. No aspiro a nada, pero me alegraré de saber si al menos una persona logró cautivarse un par de minutos. Supongo que eso hace la diferencia entre una rutina trazada y un devenir diferente.

¡Gracias de antemano!

viernes, 14 de noviembre de 2014

109. Anexión


 Su recuerdo toma una fusta y atiza mi presente. Ella es parte de ese recuerdo. Ella, pues, me atormenta. ¿Debería repelerle la entrada a mi recinto, debería tratarla como la peste que se evita? ¿O debería disfrutar de esas últimas caricias, aunque dolorosas, que prodiga incesante a mi ser?

Su recuerdo es una sombra amorfa entre mi vista y mi razón. Se desliza por las paredes de mi estancia con tanta velocidad que me aturde; ora está a mi derecha, ora a mi izquierda. Y después, en mi centro, de tal modo que no la pueda observar, sólo pueda sentirme indigestado. Y como tal, con el placer de haberla consumido hasta casi la saciedad, mas faltándome tanto.

Porque ella está aquí, en mis recónditos sentimientos. Probablemente a estas alturas se haya fundido con mi cuerpo y mi alma. ¿Entonces, somos uno mismo? ¿Entonces, debería odiarme?
Dulce mujer de mirada esmeralda, tu partida ha sido presencial, pero me he quedado con lo mejor de ti, que es a la vez lo que más me tortura. Yo poseo tu esencia porque la pusiste en mis manos. Puedes sentirte libre y completa, pero te has ido sin una parte de ti.

No pido que vuelvas por ella. No tienes que hacerlo. Pido, vieja amiga, lo que es natural: que me indiques cómo debo manejarte. Cómo adherirte a mí sin que haya ningún dejo de rechazo. Pido que me sugieras cómo te transporto a un área más segura. Esa parte que no tiene acomodo eres tú, eres tú en mi vida.

Pero no te la lleves, no me dejes solo.


lunes, 21 de julio de 2014

108. No me gustan los lunes







Roxanne, you don't have to put on the red light
those days are over
you don't have to sell your body to the night



El disco comienza a rayarse. Es una lástima. Pienso que debo levantarme de la cama, papá no está y no hay mucha comida en el refrigerador. Todo el espacio lo ocupan sus botellas de whisky. No le basta el piso y el sofá. No hay lugar para mucho más.

El disco da otra vuelta pero en ocasiones se detiene. Me molesta. Pero golpear el tocadiscos lo dañará más. Es mi único disco, es la música que amo. Es la melodía de mi vida. Es lo que me acompaña y lo que apaga la chispa, el ardor. Ese ardor… No debo enfurecer.

Hoy no puedo salir. Papá no iba a regresar hasta tarde. Es una pena que no pueda usar mi rifle hoy. El rifle es tan divertido… las últimas tres semanas las he empleado para practicar mi puntería matando pájaros en el bosque. Desde que me decomisaron mi pistola de aire comprimido no había podido entretenerme mejor.

Papá me dio este rifle para que dejara de fastidiar. Fue mi regalo de Navidad. Yo quería un radio. Él me dio un rifle con 500 balas. No sé por qué lo hizo, creo que sólo quiere tenerme lejos. Creo que quiere que me mate. Pero me lo regaló, es sólo mío, y yo soy feliz. Me encantan los rifles, las armas y ver la sangre de las aves correr, roja, entre sus plumas yertas.

A él no debe importarle lo que yo haga con mi vida. Él siempre quiso deshacerse de mí, ¿no? Él quiere vivir la suya. Él quiere vivir en el alcohol. Yo quiero vivir en mi música. Pero no tengo radio, pero mi disco está rayado. Tengo que hacer algo. Este día es pesadísimo. Es un maldito lunes plomizo.

Me levanto de la cama, doy vueltas en mi habitación. Todo está tirado. Hay muchas cosas por el suelo, pero ya tendré tiempo de arreglar después. Me gusta mi desorden, me gusta. It’s a bad way, Roxanne. You don’t have to put on the red light. En la ventana no hay muchas cosas interesantes que ver. Lo de siempre. El estúpido panorama. La calle transitada. El estúpido sol. El colegio a donde fui de niña, ahí enfrente. Los niños idiotas entrando a clases.

Los niños como perros, como ovejas, como un rebaño de ovejas, como patos.

Como pequeños pajaritos dando saltos mediocres.

Supongo que es hora de divertirse. Abro la ventana. Entra un aire fresco, una corriente, me despeina mis horribles cabellos rojos. Pero hay que dejarla abierta. Voy por mi hermoso rifle, casi nuevo, en una esquina. Con sus provisiones. Lo tomo, lo acaricio. Ésta es mi diversión. ¿Por qué no puedo salir hoy al bosque? ¡Me aburro tanto!

Mi estúpido rifle.

Aproximo una silla a la ventana. Hay que estar cómoda. Papá dice que para disparar no se debe estar tenso. Hay que aflojar los músculos. Hay que afinar la mirada, hay que sentir que uno mismo es el arma.

Coloco el rifle sobre el borde de la ventana. Su cañón se dirige a la entrada del colegio. Tiene una mira de precisión. Los cuerpos de los niños danzan entre la cruz negra que dibuja el lente de mi rifle. Esto va a ser divertido.

Detono. Una vez. Otra vez. Otra vez. Al de la derecha. Al de la izquierda. Al pillo que corre por allá. A la niña de trenzas. Me gustan las chaquetas rojas y azules de los niños. Esto es tan divertido. Cae un niño, adolorido. A otro, creo que le he volado un brazo.

Disparo. Disparo. Disparo. No hay mucho sonido. Este rifle no patea. Lo amo tanto. Maravilloso rifle, tan preciso, tan bonito, tan sanguinario. Ahí uno, ahí otro. Los gritos en el aire creo que los ensordecen, a mí no. Yo canto, yo canto I won't share you with another boy…

Los niños gritan, los niños corren en todas direcciones como hormigas a las que les han pisoteado su madriguera. No saben en donde refugiarse. Idiotas. Mi precisión es tan certera. ¿Detrás del carro, tonto? No te escaparás. Bang. Allí y allá. Al de allá. Aquél corre también, lo abato. No se saben refugiar. No saben que los voy a atrapar. Pajaritos.

Ese señor, ese director estaba en mis tiempos. Era un maldito conmigo. Aquél que va allá, el de traje, ése es el director del colegio. Sale para ver qué ocurre, para ver a quién salva. Iluso. Él me mandó al psicólogo. Él dijo que debía tener terapias. Le dijo a mi padre que yo era una suicida potencial. No sabe nada. Yo sólo quiero divertirme.

Le he volado el corazón a un niño. El pecho, es la parte más sencilla de acertar, es letal. A la cabeza no doy una. No se me acabarán pronto mis balas. Tengo 500. Pienso descargarlas todas. Ah, estoy riendo.

El director se interpuso entre un niño caído y mis deseos sanguinarios. Pues vamos a arrebatarle la vida. Uno, dos, tres disparos. El director ha caído al suelo. Cuatro, cinco, ¿por qué no? Vamos a despedazarlo. Tengo muchas balas. Tengo muchas, muchas balas.

I know my mind is made up, so put away your make up!

Idiota celador. Va e intenta reanimar al director caído. Idiota celador. Pues vamos a abatirlo también. Desde mi ventana, soy imbatible, soy la reina del mundo. Me temen y huyen. El celador no me teme, tal parece. Tres disparos, y queda yerto en la banqueta también.

Creo que están transportando a los niños desde la puerta trasera. Ya me vieron. Me vieron, pero ¿quién me hará frente? Estoy armada. Tengo un hermoso rifle. ¿Quién va a negociar? No saben que sólo quiero acabarme mi carga. Sólo quiero disparar todo. Sólo busco divertirme, ¿qué demonios hay con eso?

Llegan las patrullas. Llegó la policía, Dios. Esto apenas comienza, se pone bueno. Cubren a los niños con los vehículos. Ya no me es tan fácil acertar. Idiotas policías. A uno le vuelo el cuello de un balazo. Los demás, cobardes, se esconden. Se arman. Quieren detenerme. Me amenazan con disparar. No van a poder. Estoy desde mi ventana, en lo alto de mi casa. Yo tengo mi rifle francotirador. Ellos no me van a matar. Ellos no pueden hacerme nada. Yo soy la reina del mundo.

El tiempo pasa, las horas se arrastran. Es divertido. Unas doscientas balas bien utilizadas. Otras sólo las disparo al aire. Es tan divertido, es tan divertido. Pasan las horas. Se hace tarde. Pasa el mediodía, pasan… Creo que pasan seis horas. Me quedan cinco balas. Cuatro. Tres. Dos. No puedo más.

Ah, tiro mi rifle. Ya no tengo balas. Tengo que negociar ahora con la policía. ¿Por qué la diversión siempre tiene que acabarse en algún momento? Voy a aburrirme el resto de la tarde. Yo quería continuar. Mi padre me dio pocas balas. Aunque, bueno, tengo hambre.

La policía tira la puerta de mi casa. Creo que vienen reporteros. Vienen entrometidos. Viene la fuerza pública. Vienen todos. Creen que soy peligrosa. Creen que soy una criminal. Yo estoy drogada. Yo estoy mal. Yo estoy loca. Yo estoy incapacitada para enfrentarlos.

Entran. Me apuntan todos. No tengo mi rifle en mis manos, sólo estoy sentada en mi cama. ¿Qué más podía hacer? Ya sabía que iban a venir. Son unos aguafiestas.

Me atenazan el brazo. Me someten. Alguien pasa mis manos a mi espalda, me tiran de rodillas. Corren a mi alrededor, hay muchas pisadas. Siento que todo el mundo me tiene sujeta. Ponen esposas en mis muñecas, ¿qué puedo hacer?

Me levantan, me dicen que no volveré. Que mire lo que he hecho. Que qué pensaba. Que iría a la comisaría. Yo creo que iré a la cárcel. Así son ellos.

Pero no sé qué responder a las preguntas que me hacen. Se aglomeran los reporteros a mi alrededor al salir de mi casa. No pueden creer que una jovencita de 16 años como yo haya realizado tal masacre. Piensan que soy un fenómeno. Yo les digo que no.

Un reportero se me acerca, tiene una libreta. Es un imbécil. Me pregunta algo. Le respondo algo.

—¿Por qué, por qué lo hiciste?

"No me gustan los lunes. ¡Son tan aburridos! —le respondí—. Sólo lo hice para animarme el día. No tengo ninguna otra razón, sólo lo hice para divertirme. Vi a los niños como patos que andaban por una charca y un rebaño de vacas rodeándolos, así que eran blancos fáciles para mí. Fue muy divertido ver a los niños fusilados”.



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Relato basado en una historia real. En 1979, Brenda Ann Spencer realizaría la terrible masacre de Cleveland Elementary School, en San Diego California. Su excusa, "I don't like Mondays", se haría célebre. Actualmente continúa purgando su condena en prisión.

107. Porcelana






Cuando el reflejo cristalino es turbulento, no te encuentro, no me encuentro.
Y por las mañanas observo al agua riendo a la luz del sol. Se mueve como las hojitas otoñales danzando antes de morir. Y no me deja verme porque no estoy ahí, porque está el cielo, porque está el sol, porque están las nubes nómadas y el blanco indiferente, el azul del infinito, colores distorsionados. Pero casi nunca estamos ahí.
Cuando siento que alguien toca mi hombro, lo toma y no me deja caer, reconozco que es el viento travieso, o eso creo. "No estás solo", siento que me susurra, y entonces ya no me siento tan sola.

El lago no es mi mejor reflejo. A veces me muestra sólo un lado de la moneda y al día siguiente otro. Depende cómo me encuentre y depende quién sea yo. Hay ocasiones en las que me apetece disfrazarme de ella, ser su máscara, esconderme, acorazarme del mundo. Y ser lo que soy irónicamente. Ser porcelana. Ser metal.
Y está una mirada neutra frente al espejo, y esta mano frágil toma una brocha, pone algo por aquí, algo por allá, un poco menos en la nariz, ya no soy el que era ayer.
O quizás sí. Pero no para los demás, que es lo que importa.

El sol resplandece, me baña. Me acaricia, me lame. Me tocan todos, todos a mi alrededor. Son seres mecánicos que me atraviesan con sus miradas frías, luego no queda nada. Luego está el reflejo en el lago. Pero no es el mejor. Distorsiona mi rostro, me distorsiona más que la brocha. Distorsiona mientras el sol se pavonea desnudo en él y yo lo observo. Me opaca y no estoy, el agua me ondula, me lleva de un extremo a otro.

Pero estoy acostumbrada a que me toquen, estoy acostumbrada a que me vean menos. Estoy acostumbrada a que el agua turbulenta juegue conmigo y me quiebre ahí, en su superficie, me quiebre, me refleje mi espíritu y no mi cuerpo. Yo también me toco a mí mismo. Yo también me toco a mí misma. Sé que no soy lo que estoy viendo, sé que no soy nada, sé que soy todo, que soy nada. Que no sé. Sé que no sé.

Sé que estoy inventando, y que espero que aparezca el tren correcto. Que a donde voy no es más allá de lo que el reflejo me quiere inventar a su vez.

Y ya no salgo, y me siento en la ventana, la caída es fatal pero el sol es vital. Porque quiero que él me toque, me acaricie, me bañe. Y por la noche me siento en la ventana, la caída no se ve, es muy oscuro, pero está la luna. Y en la noche quiero que ella me bañe, me acaricie, me toque. Ella.
Ella, la luna. Ella, mi sueño.
Día dos, más arreglo, un poco más sobre la nariz, un poco más bajo los párpados caídos. Quiero ser porcelana.
Sonrío ante el espejo con mi mueca corrompida. Con mi mirada de un color indefinido. Indefinido como las ondulaciones del lago. Hoy me va a mirar él, hoy me va a contemplar y admirar él y enrojecerá. Quiero ser porcelana.
Coloco la brocha sobre el mueble, me miro, no quiero mirarme. Admiro lo bella que soy.
Soy bello. Él me va a derretir.
Él no se va a derretir.

No tengo a dónde ir. No tengo camino. No hay camino para mí, no hay refugio, no hay sombra.

Voy al lago a reírme de mí mismo.
Y el lago me devuelve la belleza rota, no me estoy riendo de mí misma, el sol se ríe en el fondo, tras mi cabeza, lo veo. Ilusa yo que pensé que sería su favorita. Hay más bellas en este mundo a las que puede admirar.

Me lanzo al lago para fundirme con mi alma tras él, y es que, la verdad, quiero morirme.

106. El sótano





Mamá, ¿dónde estás? No te veo. Necesito verte. No aguanto más…

No estoy lista para estar sin ti. Si esto es la vida, no la puedo entender, no puedo contra ella. Necesito estar a tu lado. Si decaigo, querida madre, estará tu mano salvadora para mí, ¿no es así?

Júrame, mamá, que detrás de estas cuatro paredes todavía hay un mundo de colores allá afuera. Dame tus ojos un segundo, para contemplar la alegría un instante. El vuelo de un ave nutrirá a mi corazón de esperanza. Y tus manos, tus manos pequeñas y suaves le darán alivio a mi alma. Calmarán este dolor que siento en todo mi cuerpo. Las necesito…

Dime que puedes ayudarme. Quiero cerrar mis ojos y que tu voz en un susurro sea la melodía de mi vida. No quiero seguir respirando el polvo de este infierno. Huele a mi propio cuerpo que se pudre poco a poco, atado aquí, mancillado, quemado, herido. Desde el rincón de las arañas te confieso, madre, donde quiera que estés, que mis fuerzas se agotan y no podré luchar mucho más. Vuelve pronto, por favor, aparece tras la puerta de hierro, corre hacia mí, lloraré al verte, me desatarás, me abrazarás, me repondré junto a ti…

Mamá, me están haciendo mucho daño…

Todo este dolor se confunde entre las penas, la soledad y las heridas de mi alma. Me han golpeado hasta ceñirme a su juego. Sé que no es esto lo que deseabas para mí, pero cómo íbamos a saberlo, mamá. Quiero ver los colores, espero un día poder sonreír… porque mis labios están tan heridos que abrirlos un poco me parte en dos.

Me duele decepcionarte, mamá. No soy tan fuerte. No puedo más. Mis brazos están morados, llevo días colgada por cadenas en este sótano maloliente. Estabas orgullosa de mí. Tenías las expectativas puestas en mi persona. Me duele decepcionarte. Mis energías se están agotando y mis esperanzas se opacan. Pasan los días, mamá, y no te veo.

Sólo veo ese par de ojos de lumbre, que me observan como la basura que soy. Que me fustigan. Mamá, yo no sé… yo no sé lo que está pasando. Esa mujer desconocida me golpea sin cesar, día y noche. Me quema la piel con sadismo. Me dice que estoy hecha para esto. Mamá, ¿tú me has hecho para esto?

Cómo quisiera que supieras que me tienen prisionera en este sótano, en lo que parecen los confines del mundo. Un lugar que la luz no sabe que existe. Esta mujer me ha colgado del techo con cadenas diciendo que es mi castigo por ser una mala niña. Aún no entiendo qué hice mal, sólo quiero que entienda que ya aprendí la lección. Que por favor me suelte. Pero ella no quiere, mamá. Esa señora me golpea y corta mi cuerpo con delicia. Escucho mi sangre gotear contra el suelo. Me estalla mi cabeza y no siento mis brazos.

Ayer, frente a sus hijos, me destrozó con una botella de vidrio mis zonas más delicadas. Me da vergüenza hablar de esto, mamá. Pero tienes que saberlo. Dijiste que me cuidara, no pude hacerlo. No pude evitarlo. Estaba atada. Las paredes son mudas testigos. Ya no pude gritar más. Mi pecho sabe que entre más grite, más me torturan. Este tormento es eterno, suelo pensar que sólo acabará cuando terminen de matarme.

Tengo chorros de sangre seca descendiendo mis piernas. No puedo moverme. No escucho tu voz. Escucho risas desabridas, risas del diablo encarnada en esa señora y sus hijos. Me concentro, te juro que me concentro, tú eres mi luz, mamá. Pero estás tan lejos… ignorando lo que ocurre aquí en este lugar… sé que no lo permitirías… pero no puedo llamarte… eres mi salvadora, mi hermosa madre, siempre lo has sido… por favor, por favor, aparece… soy una vela a la que soplan y que teme extinguirse.

Llevo días sin comer, mamá. Sólo me dan un cuenco de agua y galletas saladas. No puedo abrir la boca. Mi rostro apenas tiene forma. Mis labios ya no abren a voluntad. Ahora mis costillas sobresalen tanto que temo que vayan a romper mi piel. Desearía que no me vieras en este estado. Pero quiero vivir, mamá… te juro que quiero vivir, junto a ti, oler de nuevo ese perfume de jazmín que impregnas en tus ropas, recargar de nuevo mi rostro en tu pecho, que me digas que mañana todo será tan hermoso como antes…

¡Mamá, ven por mí!

Hoy fueron crueles conmigo, madre. Con un alambre ardiente, tatuaron en mi cuerpo desnudo groserías horribles. Tampoco pude hacer nada. ¿Cómo tendré entereza para que me veas así? Cuando me ayudes, mamá, cuando me liberes, quiero pasar el resto de mi vida en mi habitación. Y que no te separes de mí nunca, pues no puedo vivir, no puedo estar sola. No puedo enfrentarme a la gente. Me han hecho mucho daño. Pero ya no me quedan ni siquiera energías para odiar, manera de pensar algo diferente.

Pero por lo menos puedo decirte que fui fuerte, mamá. Me quemaron mi cuerpo con groserías, y aquí sigo, esperando tu llegada. Cierro los ojos y sueño con un día de campo a tu lado. Como hace un año, cuando cumplí quince… Llévame al campo, llévame a la feria donde trabajas, llévame al fin del mundo. Sueño que te abrazo, sueño que vuelo a tu lado, al horizonte, al fin del cielo y del mar…

Mamá, ya no puedo más. No sé qué pensar. Esperaré con esta fiebre ardiente tu llegada. Tengo hambre y sed. Extraño tu comida. Me duele cada centímetro de mi cuerpo. Quiero tu amor. El amor es una palabra que no se conoce en este infierno…

Mantendré mi último soplo de energías con mis párpados en alto. Necesito observar fijamente la puerta de hierro. Escucho mi presentimiento… vas a llegar por mí… la policía detendrá a esta señora… mis cadenas… las vas a desatar…

Vas a llevarme… vas a llevarme… vas a aparecer… vas a…

Mamá… mi salvadora… sé que vas a aparecer…

No… me abandones…

Mamá, vas a llevarme contigo. Mamá, te espero… mamá, cada segundo de esta existencia será por ti…

Mamá… eres todo cuanto amo…

Mamá…



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En memoria de Sylvia Likens. Secuestrada y salvajemente torturada por mero placer de su agresora, falleció el 26 de octubre de 1966, a la edad de 16 años, por causas de desnutrición, hemorragias internas y traumatismos. Su homicida purgó sólo 20 años en prisión antes de salir en completa libertad.

domingo, 6 de abril de 2014

105. Media Luna.








Lenguas de fuego exhibiéndose en su esplendor, rugiendo ante tus ojos. Procuraste el infierno y así lo dejas caer. ¿Es que acaso los gritos desesperados de estos hombres, los lamentos y las huellas terribles sobre el fango comienzan a estremecerte y a mantener inquieto tu corazón de piedra? En tu ambición como persona, quisiste adornar tu nombre y apellido, tal como tu señor, y es que pregúntales a los sabios de tu mundo: ¿qué es de un hombre cuyo prestigio no trasciende en los libros de la historia? ¿No es acaso cosa cierta que el viento se lleva sus cenizas a la nada?


El desfile tenía lugar tras los peñascos, más allá del santuario. Las figuras se escurrían por las montañas como los ríos de agua. Brillaban las puntas del metal sobre sus hombros, el ruido de sus voces se confundía con el del estrépito general. Aquellos hombres, furiosos como los jaguares, rugían con el ánimo exaltado mientras bajaban las laderas por cientos, por miles, por millones, un mundo de hombres hijos de la tierra que defendían de los invasores. Saltaban con bravura las rocas, se aproximaban, no concedían terreno.


Tu alabarda y tu disfraz de metal te convierten en un villano y te conceden un papel del que no reniegas, pues sabes que es sencillo lograr tu cometido final si procuras aplastar con malicia los amaneceres ajenos. La felicidad consiste en lograr aquello de lo que tu acérrimo rival carece.


—Arcabuces al aire. Soltad fuego cuando os ordene.

Las miradas no se dirigían a su oficial. Montados tras la empalizada, tras los blocaos y las ruinas ajenas, los fieles hombres barbados mantenían fija la vista al horizonte. La experiencia les mandaba aguardar al momento oportuno, al momento en el que se vieran obligados a responder el ataque para no ser tachados de agresores. No superaban en número a los nativos, pero aun así no se inquietaban. Aquéllos jamás hubieran podido franquear el fuerte.


Tu media luna en tus manos brilla con la que desde el cielo nocturno le complementa. Enhiesta, muestra su fulgor ante la muerte y forma alianza con ella. Hay más hombres como tú, idénticos, patéticos, pero el honor ya no está en disputa. A tu lado, observan con una mueca de fingida rudeza el final de su cuento que ellos decidieron, y al frente, bañado en sangre, yace el que hace poco se plantó ante ti, con nuestras vestimentas extrañas e impuras. Aún tras él, su choza arde en llamas.


Una flecha furiosa surcó los vientos y halló su destino quebrando una madera de la débil fortificación. Más le siguieron a la osada, siendo despachadas de sendos arcos indios tensados sin tregua. Aquellas puntas hirientes se amontonaban tras la empalizada, logrando penetrar apenas un par, pero las suficientes como para que el oficial diera el grito de ataque. Sus hombres, sedientos de guerra, accedieron a la firme orden de su superior quien con voz de sierra quebraba la tensión:

—¡Arcabuceros! ¡Fuego! ¡Fuego! ¡Fuego!


Las chispas de fuego vuelan y se confunden con las eternas estrellas, ¿ya estás contento, guerrero, de haber realizado tu proeza de manera exitosa? En la inmensidad de ese campo devastado, que en otros tiempos fuera un edén, en esa inmensidad de la ciudad nativa que llamaste primitiva, tú ya no puedes brillar más. Tus ojos ya no podrían impresionarse de nuevo con nada en este mundo. Has devorado el miedo y el honor de los que defendieron nuestras tierras de tus tóxicas pisadas.


—¡Todos a trabajar! ¡Ningún ocioso ha de quedarse parapetado! ¡Alabarderos, añadid número a los blocaos, cerrad terreno, acudid al encuentro, avanzad por el descampado, andando, andando! ¡A tomar su santuario, cien maravedís a cada hombre que lo ocupe! ¡Sin temor, jinetes, realizad la escaramuza, nuestra bandera ondeará gloriosa por cada nativo que caiga! ¡Adelante, adelante, adelante!


Más como tú temblaron, hombre pálido, de los que con sus manos firmes sujetaron los arcos y lanzas. Puedes atribuirte la proeza de enmascarar tu cobardía y fingir que eres digno de lo que vas a robar. Puedes, señor de las armas, sentirte el rey del mundo al pisar las granjas muertas de alegría y las almas rotas que aún vagan calientes sobre el descampado. Puedes soñar, por ahora.


Los hombres de guerra avanzaron fustigados por las palabras bravas de su oficial, que bramaba desde lo alto del fuerte. Pronto los nativos se dieron cuenta que no tendrían oportunidad contra aquella infantería, que aunque era menor en número, iban tan armados que las lanzas les resbalaban por sus vestiduras metálicas y las flechas rebotaban contrariadas en sus pechos. La pólvora tronaba desde la refriega y por los hábiles tiradores que desde la fortificación apoyaban certeramente a sus compañeros a pie y a caballo. No hubo de pasar mucho tiempo para que los nativos cayeran desmoralizados y muchos de ellos huyeran hacia sus terrenos. Con muy pocas bajas, los soldados españoles los siguieron de cerca hasta arribar, a corta distancia, al pequeño poblado.


Los caballos grises de tus conquistadores lloran y mueren de pena mientras flotan sobre la naturaleza muerta. Sus lamentos van más allá del metal de las espuelas. Tú llevas el orgullo de haber matado a un hombre en la refriega, siempre en nombre de Dios.


Hundidos en la oscuridad de sus chozas, los pocos guerreros restantes trataban de contrarrestar el ataque sin muchas esperanzas. La caída del primer palmo de tierra sagrada estaba cayendo, la derrota era inminente.

—Quemadlas, quemad todo, quemad todo —decían los soldados entre sí.

El fuego arreció tras los tejados de las humildes casas; pequeños abandonados corrían aún entre el desastre, desamparados, solitarios, incapaces. La granja fue bañada por la lumbre en un santiamén. Las estrepitosas balas rugían rapaces insertándose en las maderas, en las hojas, en los céspedes, en los cuerpos vulnerables. Uno a uno caían, uno a uno rodaban. Las chozas se desplomaban inertes, haciendo arder el campo; las chispas se liberaban y, junto a las almas, se dirigían a la infinidad y a la nada. La primera aldea había caído, las esperanzas de los nativos se derrumbaban, sus atacantes lucían poderes que les superaban en todo sentido. Los estaban aplastando.


Que la ignominia te escurra de la cabeza a los pies, que vomites hasta morir las infinitas impurezas de tu mancillado corazón. Tú, que sonríes como si fueras un vasallo de provecho, sólo eres una oveja del rebaño de tu pastor, una piedra con traje de hierro, un invasor de reglas injustas, un dios de la escoria, un cobarde. ¡Un cobarde! ¡Un cobarde! ¡Un cobarde…!

Alzó las manos un último nativo, saliendo con múltiples quemaduras de la vivienda donde se resguardaba para atacar. Miró a la escuadra de hombres de metal con unos ojos de súplica y de angustia. No parecía ir armado y sería acaso el último sobreviviente de la carnicería. Frente al soldado más cercano cayó de rodillas, los brazos en alto, la boca en una mueca desagradable, el miedo destilándole por los poros de su cuerpo. Pedía paz y perdón.

Aquél soldado contempló la media luna hiriente de su propia alabarda. No sólo saboreó en su paladar los preceptos y los juramentos hacia su oficial, también recordaba que su arma aún tenía ese color gris de la plata más pura y brillante, aquella noche no se había mancillado. Y recordó que era un hombre fiel a la Corona. Vio el cráneo del indefenso que pugnaba en su lengua. Aquello no servía de nada. Con su propio concepto de valor, arrancó la vida de aquél inerme, el último sobreviviente, entre risas sin ahogar.


¡Un cobarde! ¡Un cobarde! ¡Un cobarde…!

viernes, 7 de marzo de 2014

104. Con odio, para ti.





Te refugias tras tus propios brazos y te frustras porque ellos no pueden contener tu vertiginosa caída al abismo. Sí, a ese abismo que tú misma creaste.

Estás conociendo las lágrimas. Ese concepto tan vago, tan incomprensible para una jovencita con su vida resuelta. Conoces ahora las lágrimas de verdadera tristeza, de la tristeza que produce el hueco de la soledad.

Te sientes rodeada de personas a las que no les importas. Te abandonan, porque tú las alejaste. Y eso te frustra. Te amontonas los dolores tras la garganta y expulsas tu alma por las pupilas temblorosas y sobrecargadas.

Te atreves a huir de ti misma. De los muros que tú misma te construiste y que ahora te das cuenta que son tan franqueables. Corres, estando en el mismo lugar. Corres porque donde estás no hay nadie, sin saber que avanzas más y más hacia la oscuridad. Una oscuridad de la que quizá no salgas, tal vez porque ahí es donde perteneces.

Abrir los ojos es darte cuenta de tu propia miseria. Es voltear a ver tu propio corazón negro, mancillado, podrido, corrompido por tanto veneno que dejaste entrar y que lo recibiste con los brazos abiertos para hacerlo formar parte de tu integridad. Y al fin estás viendo lo que tu ceguera te impedía en el pasado.

Y te sorprendes, te sorprendes de lo mucho que te han dañado. De cómo han dejado hirientes huellas en el lodo de tu vida y se han desvanecido esas personas que amabas.

O quizá, de cómo pretendiste hacer tu propio cuento de tragedia para que las heridas infringidas fuesen más notorias aún bajo tu propia navaja.

Quisiste ser rica al lado de muchos amigos vanos. Pensaste que todos te querían porque tu falsedad les invitaba a acercarse como una carnada a un pez incauto. Ésa era toda tu fortuna. Ese buen trato que tanto te costaba fingir pasó a cobrar su factura y ahora te han abandonado.

Quisiste abarcarlo todo, pensando que todos estaban en la obligación de quererte. Como un contrato del cual no hay ruptura. Lloras porque han roto las cadenas que les aplicaste a sus pies.

Aparenta rodearte de tres o cuatro fieles soldados que crees que no te abandonarán en la batalla. Aprenderás, muchacha, que ellos finalmente morirán también, o por lo menos, huirán pensando sólo en salvar sus propias vidas.





Tan sólo querías ser una persona de importancia ante los demás. Las apariencias siempre fueron el ingrediente principal de la receta de tu decadencia.

Te ves en ese espejo social que tanto te deformó. Te ves y no encuentras nada, porque realmente nada posees. Eres una mezcla de las expectativas de los demás y de tus propias ocurrencias que tu corta mente jamás pudo aplicar para hacerte crecer como persona. Sólo hay una sombra ahí y es que eso eres.



Y ahora que estás sola, es cuando yo me alegro. Porque pudiste tenerme ahí, como el más fiel amigo, pero preferiste desecharme y lanzarme a la basura entre insultantes frases. Pensaste que te sobraban personas que te querían. Pensaste asimismo que eras una persona a la que jamás le faltaría el amor.

Deseo que tras esa lágrima de soledad, siga una última por los tiempos pasados. Cuando el peso de la verdad caiga sobre ti, y la luz del sol tras las nubes te deslumbre, te desplomarás sabiendo que jamás fuiste feliz. Tus sonrisas eran simplemente muy plásticas. Jamás fuiste feliz, lo sabemos ambos.

Detrás de ese odio fingido de humildad, de esa carga de plomo en tu estómago que disfrazas de tu característico intento de bondad, sabes que es a ti a quien te desprecias. Eras una reina falsa que sin sus súbditos de juguete corre temerosa por el bosque implorando que alguien la rescate de la oscuridad.

Y yo me río. Me divierto. Me complazco. Porque estás aprendiendo al fin lo que es una verdadera traición de quien esperabas todo.

Porque no soy yo el perdedor. No, no soy yo, que vivo libre, sin preocupaciones y sin expectativas recargadas en los demás, quien ha perdido en tu sucio juego de dominio.

Quizá algún día aprendas que has desperdiciado tu vida entera en fingir ser una bella muñeca que, tras los finos vestidos, no es más que un guiñapo. Que tu valía está por los suelos y que, gracias a tu torpeza por no poder contener a quienes realmente te querían, mereces las lágrimas que estás derramando. Ésas y muchas más.



sábado, 8 de febrero de 2014

103. Tu vuelo.






Busco entre los escombros, bajo el gélido anochecer, alguna pista que confirme la teoría de que alguna vez hubo algo entre nosotros.

Las ruinas se asoman a medianoche, tienen la frialdad de la luna al tacto. Siento que alguien se burla de mi inspección, como si realizar retrospectivas fuera algo tan lúdico y absurdo.
Pero estoy seguro de que hay algo que no se puede pasar por alto. ¿Cuántas veces se dicen cosas que no salen del corazón, y que se funden en una máscara de amabilidad y cordialidad?

El hielo del aire me petrifica los pulmones y me asfixia, a la par que comprendo que todo ha terminado. ¿Qué voy a buscar, cuando la respuesta ya me la diste? Sólo esperaré a que la indiferencia termine de insultar a mi moral, hasta que se satisfaga y me deje desvalido. Y, por qué no, esperaré también a acostumbrarme a la sombra de tus recuerdos y a la ausencia de tu persona.

En mi ser, por dentro, aún rebotan las palabras que me encantaron, y es que eras más que un simple gusto o una afición para mí. Eras un modelo de hermandad. Algo más de lo que yo pude querer o siquiera concebir. Eras lo que soñé sin saberlo.
Trozos de un lazo dorado se desperdigan por los suelos. Tela desgarrada y promesas a medio cumplir. Un pasado que nos ató, conjugándose con un porvenir de indecisión y duda para nuestra propia historia de dos.
Fue la belleza una eterna sirena que, hechizándonos, nos hizo perder la cordura. ¿Qué puede haber más irreal e incierto que una promesa lanzada al aire, un siempre o un jamás? ¿Hay algo que nos ciega con mayor fuerza, por las expectativas enormes de la felicidad?

Mi pequeña, lo ilusorio y lo lejano, mi débil utopía; virtual joya, que se lleva a manera de holograma, con la desazón de no poder tener el placer de tocarla y disfrutar su presencia, ¡qué daño me he causado yo mismo! Sí, he agradecido lo aparente, sí. Pero mi corazón ha sido atravesado por mi propia flecha, y eso es lo que no puedo pasar por alto.

Tu bondad y nobleza tañían las fibras de mi ser como se tañe a un arpa. Solía estremecerme con dos palabras tuyas, ocultar mi sonrisa lo consideraba una necedad primitiva. Estabas para mí y yo para ti.
Ahora un huracán nos ha hecho caer en direcciones contrarias por la fuerza de sus vientos impetuosos, y probablemente cuando nos queramos acercar seamos dos imanes repelentes. ¿Cómo saberlo? El tiempo lo dirá, aunque ya ha comenzado a escribir nuestro cuento de Tragedia, y su pluma ya vuela.
Como nuestras propias plumas.

Y como volaron las expectativas, y como voló la felicidad, y como quizá algún día vuelen esas sombras que se nos arrastran por los suelos.

Y como volaste a un nido lejano.



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Mel <3