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Gracias por visitar el pequeño nido del cisne.

Cuento con un pequeño compendio de escritos que van resultando de luces esporádicas de imaginación. Ratos de cielos color violeta sobre mi cabeza.


Escritor amateur, graduado de Letras, aunque lejos de los mejores honores. Aficionado también a la Historia y a la Filosofía.
Espero que encuentren amenos mis breves relatos. No aspiro a nada, pero me alegraré de saber si al menos una persona logró cautivarse un par de minutos. Supongo que eso hace la diferencia entre una rutina trazada y un devenir diferente.

¡Gracias de antemano!

lunes, 23 de enero de 2012

60. Las rosas del invierno.



Parecieran los destellos de un astro terrenal, de un lucero lleno de vida que fulgura gracias a cierta facilidad mágica e interesante.
En el jardín blanco de la mansión infinita, brillan con pasión las rosas del invierno. No tienen fin sustancial, alumbran por naturaleza, son dueñas de la luz eterna, nunca irán a extinguirse. Se alimentan del regalo de la humanidad, y resplandecen con un ímpetu que cobra nuevas fuerzas a su paso, una refulgencia tan blanca como la nieve decembrina que se derrite alrededor de sus tallos.

Se trata de rosas hechas de polvo. Polvo acumulado de las divergencias del territorio, viajero del tiempo y del espacio, con razones ignoradas para el mundo y para ellos mismos. En el límite de lo existente, las rosas blancas existen porque sólo ésa es su misión. No podría ser de otra manera. La felicidad derramada debe contar con alguna ruta de escape alterna; si se queda entre las personas se pudre. Debe hacerse polvo, debe viajar, dormir, soñar, constituir, brillar. No regresa, es generable y tiende a evaporarse como la luz en el crepúsculo.


Las rosas irradian, ríen, alargan sus pétalos mágicos de luz al universo La gente ha olvidado que existen allá lejos, que sus raíces se extienden en el rincón del mundo, en un sitio inalcanzable.

Los hombres son mustios porque olvidan la esencia, porque buscan comprar felicidad, manejarla cual negocio. Pero las rosas del eterno invierno no venden: regalan. Nunca dejan de brillar. Sólo los más pequeños lo saben, sólo los niños... juegan con ellas en su imaginación y duermen protegidos por sus fuertes destellos blancos y puros. Por eso, sólo ellos son sinceramente felices.

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