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Gracias por visitar el pequeño nido del cisne.

Cuento con un pequeño compendio de escritos que van resultando de luces esporádicas de imaginación. Ratos de cielos color violeta sobre mi cabeza.


Escritor amateur, graduado de Letras, aunque lejos de los mejores honores. Aficionado también a la Historia y a la Filosofía.
Espero que encuentren amenos mis breves relatos. No aspiro a nada, pero me alegraré de saber si al menos una persona logró cautivarse un par de minutos. Supongo que eso hace la diferencia entre una rutina trazada y un devenir diferente.

¡Gracias de antemano!

lunes, 23 de enero de 2012

61. Suicidio discreto.




Recuerdo cuando salía a la calle, luego de aquellas adversidades cercanas, y las luces en el firmamento se tornaban de colores destellantes ante mis ojos, presas del trastorno.
Me repetías una y otra vez que me fuera, que me apartara, que mi presencia hería tu torva vista. Yo me iba. No podría discutirte: de hacerlo, el infierno ascendía, y luego volvía a descender conmigo.
Pero... es sólo que a veces no podía complacerte, no podía irme... Eran ocasiones tan cruentas... ¡cómo las recuerdo! No podía irme, porque mis piernas estaban amoratadas, con la sangre congelada.
Y las luces de la calle, sonriendo rojizas, me veían arrastrarme por la banqueta, persiguiendo mi premio que era el escape. Allá, lejos, las sombras cubrían los caminos como una lluvia negra y corrompida.

Mi mente se negaba a abandonarme, y me azotaba como una tormenta tremenda, me dolía inmensamente, más que mi costilla rota por garras depravadas...
¡Me dolía, me dolía no poder dormir! Era una tortura caminar mentalmente por los sucesos ocurridos en la sala de la casa.
Nunca llegué a llamarlo hogar. Sólo casa.

No llegaría a dormir bajo mis sábanas esa noche, ¿pero eso a quién le preocupó? Ni siquiera mi presencia, ni mi sombra extrañaste. Tu neurosis ya había sido evacuada en la mañana, mi cuerpo te ayudó. Ahora, ¿para qué era útil?

Llegué a preguntarme si mi existencia beneficiaba, neutralizaba o perjudicaba. Interesante cuestión, sin duda, repasé mil veces mientras sentía nueve o diez pastillas en mi lengua, hasta mi garganta casi.
Si a ti no te importaba mi corazón ni mi alma, ¿por qué iban a preocuparme a mí? Si no me extrañabas en casa, ¿por qué abandonar mi refugio callejero? Si cuando enfermé jamás pasaste tu mano por mi frente, ¿qué te importaba que robara pastillas de la farmacia, que me intoxicara? ¿Que intentara dormir para siempre, eso te importaba?

Lo recuerdo bien, vaya etapa de mi vida. Pensé que un suicidio discreto sería lo mejor para ambos. Quizá no estuviera tan equivocado.

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