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Bienvenidos.
Gracias por visitar el pequeño nido del cisne.

Cuento con un pequeño compendio de escritos que van resultando de luces esporádicas de imaginación. Ratos de cielos color violeta sobre mi cabeza.


Escritor amateur, graduado de Letras, aunque lejos de los mejores honores. Aficionado también a la Historia y a la Filosofía.
Espero que encuentren amenos mis breves relatos. No aspiro a nada, pero me alegraré de saber si al menos una persona logró cautivarse un par de minutos. Supongo que eso hace la diferencia entre una rutina trazada y un devenir diferente.

¡Gracias de antemano!

lunes, 27 de agosto de 2012

70. Amor marginal.





La puerta de la recámara vacía se abrió de golpe, como si un vendaval hiciera presencia. Por ella, entró presurosa una silueta, un rostro ahogado en lágrimas.
Una mujer de unos diecisiete años de edad, de tez clara y cabellos revueltos, se lanzó hacia su cama de un salto, como si el mismo demonio la estuviera siguiendo a toda velocidad. Cerrando los ojos con fuerza, como para evitar que se le escaparan más lágrimas, hincó sus dientes en su cobija con coraje y aguardó.
Sólo aguardó. Dos segundos.


Un hombre de barba cerrada que le triplicaba la edad entró justo después con fuerza desmedida y ojos de relámpago, de demonio. Su figura, apoyada en la puerta de la recámara, destellaba una furia sin límites, un infinito desprecio; sus puños tensos temblaban , su mueca se contraía más y más. Debido a su movimiento indeciso, se podía observar que no resolvía si entrar y seguirla, o aguardar a que aquélla levantara la vista.
Era su padre.


-Ahora sí te pesqué... depravada, zorra- le dijo en un murmullo sumamente despectivo, mordiendo las palabras y soldando su mueca después. El estallido de furia ocurriría de un momento a otro.
-Padre... no me digas así, padre... por favor...
-¡Cállate!
-Papá... -murmuró ella aún con más amargura desde la cama, atrapada. Su voz se doblaba en dos.


Gruesas lágrimas escurrían de sus ojitos negros. Sus dientes, mordían con todas sus fuerzas la cobija, quería desahogar su frustración y su horror en ella. No le quedaba nada. Todo se había echado a perder. Su esfuerzo, a la basura. Sus sentimientos, ¿qué importaban? Al cabo, era una enferma mental...


-Ven acá ahora mismo y explícame. Sal de ahí. Me debes una explicación, degenerada -bramó el padre.
-¡No soy degenerada! ¡Tengo mis sentimientos...! ¡Sentimientos... diferentes a los tuyos, a los de mamá!
-Sólo haz lo que te pido, ¡vergüenza de hija que tengo!
-Papá...


Dos pasos abreviaron la distancia entre los que discutían de esta manera: dos pasos recios y contenciosos. Fue del brazo de donde la prensó y jaló, y fue al suelo donde cayó la pobre muchachita, aturdida por la violencia de su mismísimo padre.


-Papá, ¡basta! ¡Déjame en paz! -exclamaba fuera de sí, llena de miedo y de horror.
-Así es. ¡Así es! Te largas ahora mismo de esta casa. ¿Quién te crió de esa manera, mocosa?
-No... por favor... no -clamó la muchacha; las lágrimas le rodaban con tanta amargura y tanto vértigo, que inundaban sus labios, resbalaban por su barbilla, le hundían los ojos...


Cayó de rodillas. Años, años intentando complacer a su padre. Toda su vida era aquel que tanto quería. Su vida quizá fue una pesadilla, con tal de tener contento a aquel hombre.
Un desliz había echado todo a perder. Una duda, una confusión acaso.


-No te quiero ver, me has decepcionado. Esperaba más de ti.


Con los puños apretados, el hombre se retiró de la estancia.

Ahí, ella lloró desconsoladamente frente al espejo. Sus brazos no le ayudaban demasiado en la tarea a sus piernas: sus cuatro extremidades temblaban, en cualquier momento se desplomaría, ahí mismo. ¿Qué había hecho? ¿Cómo había ocurrido?
¿Cómo había dejado que su padre la descubriera? ¿Cómo, decepcionarlo de esa forma? Ella, ella era su hija, era su vida, su amor, debía quererla, estaba mal, no podía ser, se sentía sola, se ahogaba, quería morir. Morir de amor. ¿Por qué no? ¿Por qué no gozar del amor, de su amor?


En el espejo se reflejaba un esqueleto, un rostro demacrado y bañado en líquido salado.
¿Qué esto no se trataba del amor más puro que existe? Si ella lo sentía en su corazón, ¿por qué su padre debía reprobarlo? Era asunto de ella y de nadie más, después de todo.
¿A quién debía hacer caso? ¿A su corazón, o al hombre que jamás podría complacer?


Y una vez más, echó un vistazo a su reflejo. Sí, era una muchacha como cualquier otra. Tenía su alma, su corazón y sus sentimientos. Era frágil.
Y necesitaba el calor que encontró en aquella persona... Era todo lo que deseaba.
Todo lo que necesitaba. Se iría de su casa, pues así se lo ordenaba aquel tirano insensible.
¿Pero seguiría adelante con lo que le dictaba el corazón? ¿Volvería a hacer lo que hizo esa misma tarde, minutos antes, sobre la acera de la calle?


Sus ojos reflejaban esos destellos de las lágrimas tan puros y brillantes como ningún otro. No paraba de mirarse.


-Que el mundo me comprenda, por favor...


Luego sintió un nudo en la garganta y un escalofrío intenso. No había nada de malo mientras fuera sincero, y decidió esa tarde dejar de hacer caso a la sociedad. Viviría para ella, y para la persona que de verdad robó su corazón.
Se acercó al espejo y meditó más de cerca, viéndose reflejada a sí misma, a una muchacha común y corriente...

Ella era su vecina, su amiga de la infancia... ¿De verdad la había besado allí afuera...?



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Esta historia tiene su continuación, llevo ocho capítulos escritos y no creo que pase de quince, igual son breves. A ver si luego me decido a colocarlos acá.

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