Bienvenidos!

Bienvenidos.
Gracias por visitar el pequeño nido del cisne.

Cuento con un pequeño compendio de escritos que van resultando de luces esporádicas de imaginación. Ratos de cielos color violeta sobre mi cabeza.


Escritor amateur, graduado de Letras, aunque lejos de los mejores honores. Aficionado también a la Historia y a la Filosofía.
Espero que encuentren amenos mis breves relatos. No aspiro a nada, pero me alegraré de saber si al menos una persona logró cautivarse un par de minutos. Supongo que eso hace la diferencia entre una rutina trazada y un devenir diferente.

¡Gracias de antemano!

lunes, 12 de diciembre de 2011

55. La danza del solsticio.



   Bajo un húmedo y singular atardecer invernal, el campo mágico retozaba de una vida intangible pero estática: nada, o mejor dicho, casi nada parecía ser autónomo en sus movimientos; la grama quebradiza prefería dejarse ser juguete sencillo del rollizo viento, el cual, con ímpetus traviesos, la helaba tras cada paseo entre sus hierbas. Los árboles no podían contenerse a la sinfonía del crepúsculo temprano, y sus ramas ejecutaban un vals melódico al compás de las notas imaginarias y casi secretas.

   Contemplar las hojas era todo un deleite: ¡parecía como si buscaran pareja para ejecutar su baile!  Era cuestión de admirar sus pequeños movimientos trepidantes, que por estar aún prensadas a las ramas, realizaban por obra del vendaval. Una y otra vez agitaban sus cuerpecitos, como en un ritual de cortejo, todas frente a todas. Cada una quería ser la bailatina predilecta, llamar más la atención, y como el ruido que el aire realizaba les imprimía un toque de sonido semejante al aleteo, parecían gritarles a las demás: "¡miren, compañeras, qué bien danzo y con qué soltura me muevo! No cabe duda de quién fue quien aprendió mejor el arte del ritmo".

   Unas se aferran, otras gritan por soltarse de la prisión de las ramas. Desde las remotas alturas, el Sol rojo, incandescente, observaba cómo se desplomaban las últimas hojas del gran árbol, cómo iban revoloteando, girando en la nada, ejecutando magníficicos pasos de baile mientras caían, mientras dibujaban sus siluetas en el aire cenizo, hasta morir, quedando yertas en el cementerio del suelo, cubierto de hojarascas secas.

   El Sol, apenado, se retiró tras los montes. Las hojas, antes de fallecer, cumplieron la danza de sus sueños.

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