Bienvenidos!

Bienvenidos.
Gracias por visitar el pequeño nido del cisne.

Cuento con un pequeño compendio de escritos que van resultando de luces esporádicas de imaginación. Ratos de cielos color violeta sobre mi cabeza.


Escritor amateur, graduado de Letras, aunque lejos de los mejores honores. Aficionado también a la Historia y a la Filosofía.
Espero que encuentren amenos mis breves relatos. No aspiro a nada, pero me alegraré de saber si al menos una persona logró cautivarse un par de minutos. Supongo que eso hace la diferencia entre una rutina trazada y un devenir diferente.

¡Gracias de antemano!

jueves, 17 de octubre de 2013

95. Ingenuidad.







Hubiera podido seguir soñando con la mujer que reinaba en sus pensamientos, pero la sonoridad ambiental lo hizo volver a la realidad. ¿Qué tan lejos se encontraba de estar cerca?


Al abrir los ojos y parpadear un par de veces para espantar las reminiscencias de la fantasía, comenzó a pasar por su paladar esta frase, este juego de palabras, y a saborear el asunto, con la dulzura de una retórica aparentemente compleja. Lejos, pero cerca.


Ya se había anunciado el feliz aterrizaje, su tierra estaba bajo sus pies, a varios metros de distancia.

“De esas nubes que me cobijaron gozaste su sombra”, pensó el hombre, mientras degustaba el olor de la promesa casi cumplida, el encuentro, el abrazo, el beso, esa tormenta de preguntas que le haría su mujer al verlo llegar, apareciendo tras una multitud enfadada del viaje. No le preocupaba el estrés, mientras tuviera la sonrisa de aquella hermosa sirena que había logrado conseguir como esposa.


“¿Quién podría negar que mi leal mujer no ha hecho sino observar las estrellas en mi ausencia, esperando que yo también las contemplara desde algún punto lejano para que por lo menos nuestras miradas se cruzaran en el universo?”, meditó el enamorado hombre de negocios. Cualquiera que le hubiese dicho que ella lo engañaba con otro mientras no estuvo, hubiera sido tomado como el más perfecto de los mentirosos y envidiosos.


El aterrizaje le parecía monótono y soporífero, añadiéndole más densidad a sus ganas, más peso a sus plomizas nostalgias. Trataba, con esas ansias de niño pequeño, de encontrar el rostro de su mujer incluso entre las mismas pasajeras del avión, sin querer realmente hallarlo: la fórmula se limitaba a buscar lo que evidentemente no estaba ahí. En su estómago se revolvía un amalgama interesante de anhelo y pretensión que parecía enfermarlo. No podía esperar a correr hacia ella al verla. “¡Y lo feliz que se pondrá al ver los regalos que le he traído desde allá!”, pensaba mientras se sentía casi un héroe digno de ser recibido con la mayor pompa y festejo.


Sintió, casi mecánicamente, cómo las pequeñas llantas del avión se fundían con el pavimento al fin, poniéndole punto al viaje. “Cuestión de unos cuantos giros más de esas ruedas”, pensaba el hombre, “para que me dejen bajar de aquí”.


Y pegó la nariz a la ventanilla esperanzado de encontrar alguna pista que desde ese momento le pusiera en su mente la existencia real de su mujer, de que nada era un sueño, de que estaba bien despierto y que en unos escasos minutos la iba a reconocer.

Quién diría que su mujer se revolcaba con su amante al no advertir la llegada anticipada del hombre que deseaba darle una sorpresa con su presencia; que jamás había leído la carta que él le había enviado, que estaba demasiado ocupada disfrutando de su presunta libertad.


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Pequeño ejercicio de clase.

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