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Gracias por visitar el pequeño nido del cisne.

Cuento con un pequeño compendio de escritos que van resultando de luces esporádicas de imaginación. Ratos de cielos color violeta sobre mi cabeza.


Escritor amateur, graduado de Letras, aunque lejos de los mejores honores. Aficionado también a la Historia y a la Filosofía.
Espero que encuentren amenos mis breves relatos. No aspiro a nada, pero me alegraré de saber si al menos una persona logró cautivarse un par de minutos. Supongo que eso hace la diferencia entre una rutina trazada y un devenir diferente.

¡Gracias de antemano!

jueves, 17 de octubre de 2013

98. Princesa.






¡Saludos! No suelo hacer esto, pero hoy haré una excepción; he hecho mi propia versión, humilde y aminorada, de una de mis canciones favoritas de cierta agrupación que yo admiro muchísimo. Dicha banda es Sonata Arctica, y la canción en la que me he inspirado es Tallulah. Lo hago como mero entretenimiento y para expresar mi gusto por su música.

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Tal vez hayas olvidado de aquel lugar, el acantilado a las orillas de la ciudad, y la lisa roca en donde ambos nos sentábamos para ver cómo se ponía el sol a la lejanía, ocultándose detrás del mar, entre las negras islas del horizonte. Tomaba tu mano, no la soltaba, la aferraba como si en ello se me fuera la vida. Simplemente, no deseaba perderte. Se dice que lo que se tiene no se valora hasta que se pierde, pero yo solía demostrar lo contrario. Tus dedos, finos como la seda, se engarzaban entre los míos en tonalidades ambarinas propias del reflejo del atardecer.


—Estaremos juntos por siempre —susurraste en mi oído, y te acomodaste en mi hombro sin despegar la vista del astro rey que, a la lejanía, se hundía en las aguas para dormitar.


Asentí, creyendo tus palabras. Sonreíste también, por la seguridad que imprimías. Estabas enamorada de mí, guardabas una ilusión en tu corazón y deseabas no separarte de mi camino.


Ahora, lado a lado, sentados en una típica banca del parque central, me dices unas fatídicas palabras que me hunden mi corazón.


—¿Sabes? Deberíamos considerar en terminar lo nuestro...


No dije nada por un lapso de tiempo, sólo miré al vacío tomando mis manos, saboreando las palabras dictaminadas. ¿Era posible que después de tanto que hemos convivido juntos, me quisieras dejar?

Las lágrimas no tardaron en agolparse tras mis ojos, pero el silencio había invadido el lugar después de aquella frase azarosa. El ambiente había enmudecido por completo, no sólo nosotros.

De pronto rodeaste mis hombros con tu brazo en un gesto probablemente afectuoso. Me acercaste a ti, me abrazaste, pero estaba tan atolondrado por aquella decisión tuya, que ya veía venirse desde hacía semanas atrás, que me deshice pronto de ti. Levantándome con una decisión fingida y con las rodillas temblorosas, no me animé a verte al rostro. Alcé la vista al horizonte, al final del camino empedrado del parque, mordiendo mis labios para evitar que mis lágrimas escaparan. Frente a ti, eso siempre fue motivo de vergüenza.

Te pusiste de pie también, y no tardaste en tomar mi mano y volver a acercarme a ti. ¿Qué deseabas ahora de mí?

Tuve la repentina sensación de que no tenías las palabras adecuadas para una despedida formal.

Yo sí tuve una, sólo una. Me acerqué a tu rostro, indeciso por un instante, para luego agitar la cabeza ligeramente y plantarte un débil beso en la mejilla.


—Adiós... —dije con la fragilidad de mi garganta destrozada por el esfuerzo de contener los sollozos.


No dijiste nada. Me miraste triste, con el agotamiento de una persona que hace un mal involuntario. Sé que no disfrutabas de mi dolor, princesa. Pero no había otra cosa que se pudiera esperar de tan dolorosa despedida. Era una situación que ya venía planteándome. Tu falta de amor o de afecto, tu lejanía, tu indiferencia, me partían el corazón. Tal vez haya sido lo mejor...


Te solté, di la media vuelta después de esa contundente palabra, y me alejé a pasos lentos. Imploré a Dios que no corrieras a verme, porque iba llorando.



Y ahora, sentado en la oscura acera de la calle, frente a mi casa, completamente solo, contemplando las nubes iluminadas por cierta luna escondida tras ellas, te recuerdo.

Y recuerdo a la perfección todos aquellos detalles que hacían de nuestra relación un paraíso, la mejor decisión de nuestras vidas. Difícilmente tú recordarías todas esas pequeñas cosas que yo conservo en lo más fresco de mi memoria. Esos besos, ese paseo, ese obsequio, esa carta, ese juego que probamos juntos, esa vez que visitamos la costa por vez primera.

Simplemente, no entiendo por qué tenía que acabar nuestra gran aventura, por qué tenían que desmoronarse nuestros planes y sueños. Yo deseaba morir a tu lado.}


¿Recuerdas las estrellas fugaces de aquella noche, en la que caminamos juntos por el campo? Probablemente no...

Juntos pedimos un deseo, princesa... juntos lo pedimos.

Espero que el tuyo se haya hecho realidad... el mío me traicionó...


Cada instante de memoria es un puñal nuevo atravesando mi corazón. Tu decisión, ésa es la que más duele. Debiste haberme detenido, pero no lo hiciste. Diste media vuelta, no sin antes soltarme la mano esbozando una falsa sonrisa para tranquilizarme, para señalarme que, después de todo, las cosas seguirían bien. Estaríamos vivos y podríamos continuar adelante solos.

Pero sólo me comunicó una especie de traición, de dulce traición, que yo perdonaría sin chistar.

Porque te amo.


Princesa, me di cuenta que es más fácil vivir en la soledad, que vivir con el miedo de que el amor termine un día. Contigo, pensé que me sentía seguro, que nada en el mundo podía cambiar si tenía tu mano, y tu sonrisa diaria. Pero ahora me doy cuenta que el amor es un horror sin fin. Un día, todo termina.

Princesa, te ruego que encuentres esas palabras que se te escapan, y hables conmigo. No sólo enmudezcas. Me duele. Dime que me amas.



Pasa el tiempo y no te olvido, mi hermosa dama. Pero éste no me ayuda a superar un solo recuerdo de tu vieja presencia, de tus besos.

Te observo caminando por la calle, de la mano con aquél chico tan atractivo. Me escondo tras la esquina, con una curiosidad morbosa los observo alejarse por el otro lado del camino, probablemente amándose o probablemente jugando. Sin encontrar el sentimiento adecuado para imprimirle al joven que te acompaña, lo veo besándose contigo, con mi hermosa reina.

Osado sería salir a saludarte, salir a verte de cerca, que me dirigieras una palabra. No me corresponde más... ¿cómo poderte decir sencillamente hola, cuando aún conservo el eterno sabor de ese “adiós” que te solté cuando me destruiste?

El sentimiento está más vivo que nunca, tan vivo como mis lágrimas que escurren por mi rostro sin querer detenerlas, ya que no me puedes ver.



Ruedo por mi cama desconsolado al rememorar tu rostro, no puedo conciliar el sueño. Siento la culpabilidad tremenda del error de dejarte ir. Perdí mis estribos, te dije adiós, de esta forma es como me castigas...

Princesa, princesa mía, podría volver a tus brazos si tan sólo me dieras una oportunidad...


Mordiendo mi almohada de la rabia y el dolor, sé que yo te amaré por siempre, hagas lo que hagas, con quien estés y en donde te encuentres. Siempre le pertenecerás a mi corazón.

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